El huracán

 Siempre se corre un cierto riesgo cuando te adentras en la lectura de una novela que pertenece a una serie, cuando esa serie es larga: si se trata de uno de los primeros títulos de la misma, es posible que su historia quede muy lejos, en el tiempo y en el espacio, desfasada. Y si es más reciente, quizá te pierdas pistas aportadas al lector por la lectura de los libros anteriores.

Me pasó con El huracán, de James Lee Burke, publicado por ese tótem literario en que se ha convertido la Serie Negra de RBA.

 El Huracán

Ardía por leer esta novela, en primer lugar, porque su autor es uno de los venerados en el género, hasta el punto de que un amigo mío se fue de viaje a Nueva Orleáns, un viaje que, además del jazz, el bourbon y la comida cajún; tenía como punto fuerte una ruta por los espacios habituales de J. L. Burke y de su alter ego literario: el detective Dave Robicheaux.

En segundo lugar, porque acontecía durante el Katrina. En los días previos e inmediatamente posteriores. Y para mí, el Katrina, se ha convertido en uno de esos temas que me llaman, me tiran, me impresionan, sobrecogen y alucinan.

(Sigue leyendo en nuestra página hermana Calibre 38)

 

Jesús Lens

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En el centro de la tormenta

Al volver a casa, empachado de palomitas, fajitas, cerveza y burritos enrollaos, que todo hay que decirlo, tuiteé lo siguiente: “Rara, rara, rara, «En el centro de la tormenta».

A mi querido coautor, y sin embargo amigo, Frankie Abandonad-toda-esperanza Ortiz, le faltó tiempo para preguntar por el porqué.

Por el ritmo. O la falta de – le contesté, en un prodigio de síntesis verbal impropio de mí.

Conste que dije “rara”. No mala. O aburrida. Que no me lo pareció. Pero rara, sí. Y, sin embargo, no hay que considerar que lo raro sea malo, ¿verdad? Ni muchísimo menos.

Lo primero que debo destacar de la última película de Bertrand Tavernier es que no sé si la versión proyectada en Granada (y en toda España, imagino) es el Director´s cut que cuenta con el beneplácito del director o es el montaje que le impusieron los productores y del que el cineasta francés renegó echando pestes.

Pero hablemos de lo que vimos. Y lo que vimos fue la cara, el rostro, de Tommy Lee Jones, uno de esos actores que empieza a ser un género en sí mismo y cuyos rasgos faciales deben de ser un reto para cualquier director de fotografía. A Tommy Lee Jones parece que le pesa el mundo. Que lo llevara, entero, sobre sus hombros. Con el peso de las desdichas, muertes y violencias que lo asolan.

Así, él solo se basta para darle todo el dramatismo posible a una historia de asesinatos y películas, arribismos y venganzas en la Louisiana post Katrina del siglo XXI. Una Louisiana fantasmal, densa, opresiva y ominosa, con esos pantanos que, en sus profundas aguas, encierran oscuros secretos desde tiempos inmemoriales.

El hecho de que en el pueblo en que acaece la acción se esté filmando una película sobre la Guerra de Secesión americana permite la aparición de fantasmas del pasado que, en otras circunstancias, resultarían risibles, cómicos y hasta patéticos. Pero el grandioso Robert Duvall (*), que parece haberse especializado en estos papeles de hombre barbado y misterioso, dota a su general sudista de una dignidad y una magnificencia que permite a Tavernier salir airoso de un delicado embate.

Estamos ante una película noir. Policíaca. De libro. Y, sin embargo, lo más interesante no es el quién lo hizo. Y, en este caso, ni tan siquiera el porqué. El porqué un tipo mata, veja y destroza a chicas jóvenes después de haber abusado de ellas es más o menos predecible: porque es un hijoputa asqueroso, enfermo y corrompido hasta el tuétano.

Lo más interesante de “En el centro de la tormenta”, por tanto, es la atmósfera. Una atmósfera malsana, sucia, gris y purulenta, perfecto reflejo de una sociedad putrefacta, en clara decadencia. Como el atocinado personaje interpretado por un extraordinariamente excesivo John Goodman, al que la sangre y los palos terminan sentándole tan, tan bien…

Me gustó la película. Tan poco norteamericana. Tan francesa. Tan lenta y pausada. Tan negra, tan violenta, tan seca… y tan poco thriller. Una película llamada a ser, obviamente, un total y rotundo fracaso. Una película algunas de cuyas imágenes, sin embargo, son poderosas, intensas y memorables.

Valoración: 7

Lo mejor: su atmósfera malsana, que se te mete dentro y, al salir del cine, pareces oler a cieno.

Lo peor: que no la verá ni el Gato.

Jesús Lens

(*) ¿Sabéis por qué no hay imágenes de Duvall? Porque no sale en la peli. Soy un flipado. Lo siento, Levon Helm…

BUDA BLUES

El autor de “Buda blues”, publicada en Seix Barral, es Mario Mendoza, un tipo pausado y tranquilo al que, en los días que pasamos en Semana Negra, veía pasar como de soslayo, sin hacerse notar, con una exquisita discreción. Siempre tuve la sensación de que había un cierto halo en torno a Mendoza.

De todas las presentaciones que tuve la oportunidad de disfrutar en la cita gijonesa, una de las que más honda impresión me causó fue la de “Buda blues”, por lo que no dudé ni un segundo en comprar el libro. Después, sin embargo, sí me dio apuro pedirle a Mendoza que me la dedicara. Y eso que soy un fetichista de las letras y que me encanta atesorar libros firmados. Pero había un algo en torno a Mendoza que me generaba un cierto desasosiego.

Después, al leer “Buda blues”, lo entendí: algo del alma de sus personajes se tiene que haber quedado adherida a un autor que, documentándose para escribir la novela, se metió de lleno en el mundo de los más ácratas y radicales movimientos antiglobalización, en las doctrinas de John Zerzan y, cómo no, en la complejísima, atribulada y atractivísima personalidad de Theodor Zaczynski, más conocido como “Unabomber”.

¿Nos dirigimos hacia el Apocalipsis?

Durante una de las tertulias improvisadas que tuvimos, de madrugada, en la terraza del Hotel Don Manuel, Paco Ignacio Taibo II narraba su visita a la Feria del Libro de Calcuta, ciudad de la que volvió conmocionado al México DF. Y ponía dicha experiencia en relación con la idea que tenemos de que, en caso de una invasión alienígena, los extraterrestres, más evolucionados que nosotros, nos respetarían como civilización. ¿Civilización? ¿Qué civilización?

Y de eso trata “Buda blues”, una novela global, de estilo epistolar, en la que los dos protagonistas cuentan sus respectivas y brutales caídas del caballo, camino de Damasco. Desde Colombia hasta la India, pasando por las favelas de Río de Janeiro y la congoleña Kinshasha, el más reciente libro de Mendoza, nominado al premio Hammett del 2010, cuestiona desde sus cimientos ese Nuevo Orden Mundial que todos hemos asumido, con un cierto fatalismo, como inmutable, necesario y obligatorio.

Y, sin embargo, hay personas que no se rinden y que luchan y batallan por subvertir el orden establecido. Como el misterioso y enigmático Rafael, un personaje que nace muerto en la novela, pero cuya biografía desatará un torrente de vivencias en los dos protagonistas de la misma. Un Rafael al que, leyendo la novela, no podía evitar ponerle toques de ese Gonzalo, el Abimael Guzmán líder espiritual de Sendero Luminoso, que desde sus postulados intelectuales, contribuyó a convertir el Perú en un infierno de sangre y fuego.

 

 

“Buda blues” es uno de los libros capitales que he leído en los últimos meses, que pone el dedo en la llaga de algunos de los problemas más acuciantes que aquejan a la mayor parte de la humanidad y que, con tintes milenaristas y apocalípticos, terminan apelando a lo mejor del ser humano, a su capacidad de regeneración, a su compromiso con la causa de los más débiles y desfavorecidos. Pero sin el más mínimo toque de paternalismo, sensiblería, blandenguería o suficiencia que suelen destilar ese tipo de libros tan bienintencionados como inocuos.

Y, por supuesto, nos sirve para aprender un término, la Resiliencia, sobre el que ya hablamos, hace unos meses. Un término que, con la crisis, está cada vez más de moda, por desgracia.

Una pista: tras el devastador paso del huracán, en Nueva Orleans aparecieron pintadas que decían: “Gracias, Katrina”.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

RESILIENCIA

Para mi Familia. De Galicia.

Desde la lejanía.

Con todo cariño.

 

Hace unos días, en ESTA entrada, poníamos una serie de imágenes que representaban una palabra que empezaba por R. Muchos buenos, fieles y constantes lectores dijeron “Revolución”, “Renacer”, “Recambio” y… “Resistencia”.

¡Casi!

De todo ello hay.

Pero la palabra es “Resiliencia”.

¿No os pasa que, a veces, una palabra, una persona, una idea, un objeto al que no conocíais de nada y del que no teníais ni idea os sale al encuentro y, desde entonces, parece perseguiros sin dar tregua?

A mí me ha pasado con la Resiliencia.

En psicología, según nuestra admirada Wikipedia, “el término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional. Cuando un sujeto o grupo animal es capaz de hacerlo, se dice que tiene resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por los mismos”.

Sería muy parecido al término “entereza”.

La propia Wiki trae una definición más gráfica, más poética, de E. Chávez y E. Iturralde:

“La resiliencia es la capacidad que posee un individuo frente a las adversidades, para mantenerse en pie de lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y acciones, que permiten avanzar en contra de la corriente y superarlas.”

Me encontré con la resiliencia, por primera vez, en Semana Negra, durante la excepcional presentación de “Buda blues” del escritor colombiano Mario Mendoza. Y, después, por supuesto, en su libro, una de las lecturas que más me han impactado en los últimos meses, ¿cierto o no, Laura?

Esos niños que, aún en el contexto más difícil, en las circunstancias más trágicas, nos deslumbran y desarman con sonrisas enormes, desmesuradas, de las que no tenemos costumbre de ver en nuestro entorno, supuestamente feliz y despreocupado.

Me impresionó lo que comentó Mario sobre una pintada que apareció en Nueva Orleans, después de ser devastada por el huracán: “Gracias, Katrina”.

Resiliencia.

Leo la revista del Círculo de Lectores y me encuentro con en el nuevo libro de Luis Rojas Marcos: “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”.

Y es que, en este contexto de crisis, decepción, miedo e incertidumbre en que vivimos, la resiliencia va a ser cada vez más necesaria y mejor valorada.

Otra definición, quizá más adaptada a nuestro contexto: “Habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva”.

¿Conocéis historias de Resiliencia? ¿Os identificáis con el concepto? ¿Sois resilientes? ¿Pensáis que es una virtud que se puede entrenar, trabajar y educar o es algo que viene de serie en determinadas personas?

Hablemos. Hablemos sobre la Resiliencia…

Jesús Lens.

TREME

«El arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad»
Pablo Picasso

 

No pude evitarlo. Aunque después me dice Cristina Macía que hago chistes pésimos, no pude evitar poner un Twitt con las palabras «Tremenda Treme» juntas.

Hay libros, películas o series cuyas expectativas son tan altas que cumplirlas se convierte casi, casi en misión imposible. Ha pasado, parece, con «The Pacific». La teórica segunda parte de ESTA  «Hermanos de sangre», firmada por el mismo equipo de producción (Hanks & Spielberg) de su hermana mayor y promocionada hasta el infinito como la serie más cara de la historia de la televisión, ha dejado fríos a los espectadores.

Con «Treme» podía pasar lo mismo. Viene firmada por David Simon, uno de los genios de la televisión del siglo XXI cuya «The wire» es una referencia constante y permanentemente citada por todos los medios como paradigma y ejemplo. Sin ir más lejos, un largo reportaje sobre el narcotráfico, publicado en El País hace unos días, se abría con una referencia a dicha serie. Después, con ESTA «Generation Kill», Simon puso su mirada en la Guerra de Irak y en las relaciones entre los soldados norteamericanos allí destinados, a través de una narración hiperrealista que también cosechó el aplauso de la crítica.

Por eso, desde que anunció que su siguiente trabajo televisivo versaría sobre la Nueva Orleans post-Katrina, todos los aficionados al buen cine nos relamíamos con delectación. Porque, como no nos cansamos de repetir, buena parte del mejor cine del siglo XXI se está haciendo en la televisión.

Y llegó el momento del estreno. A Carlos Boyero, como podemos leer AQUÍ, le había gustado. Y a David Trueba, TAMBIÉN.

¿Y a mí? Pues mucho. Mucho, mucho. Es verdad, como dice Trueba, que el cameo de Elvis Costello no termina de estar logrado o de tener demasiado sentido. Pero la presentación de los personajes, muchos y muy distintos, las relaciones entre ellos y sus ambiciones y propósitos en la vida están excepcionalmente conseguidos. Del trombonista arruinado («¡toquemos por la pasta, colegas!») que recala en el destartalado bar de su ex-mujer al DJ mitómano aficionado a la enología que se le está bebiendo la bodega de su restaurante a su no-novia. Del jefe indio más cebezota del mundo a ese activista histriónico casado con una abogada liberal.

Un puzzle de personas cualquiera que son cualquier cosa excepto personajes banales, inanes o intrascendentes. Porque lo bueno de las series de Simon es que son pedazos de realidad que desbordan la pantalla. Esos garitos, esos bares, esas calles, esos conciertos, los desfiles, las casas… De Estados Unidos siempre he querido conocer Nueva York, la Ruta 66, el Gran Cañón y el Monumental Valley… y Nueva Orleans.

Tras ver el piloto de «Treme», que ya ha renovado contrato para otros diez episodios de su segunda temporada, ir a Nueva Orleans será más una obligación, una necesidad que un deseo, después de conocer a esos personajes, luchadores natos, que intentan reconstruir su ciudad y recuperar un patrimonio que va más allá de lo puramente arquitectónico. Porque Nueva Orleans es su música, su comida, su libertad, su anarquía creativa… Nueva Orleans es un estado mental.

Terminemos esta (primera) aproximación a «Treme» con unas palabras de su creador, el tan referido Simon: «The wire» iba sobre cómo el poder y el dinero se relacionan con una ciudad. «Treme» trata sobre la cultura. Cuando ya no se recuerde a EE UU por nuestra ideología, alguien entrará en un bar en Katmandú y podrá oír a Michael Jackson, a John Coltrane o a Otis Redding. El origen de eso son los músicos que empezaron aquí con Louis Armstrong. Esa es nuestra exportación al mundo. Y ese legado peligró con el Katrina. No la música, pero sí su punto de origen, Treme, el barrio más europeo, latino y tercermundista de EE UU pudo haber desaparecido».

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.