La canción de los misioneros

– …y pensé que, dado que no había leído nada de John Le Carré hasta la fecha, no sería mala idea comenzar con una de sus últimas novelas, “La canción de los misioneros”…

– ¡Craso error, querido amigo!

– Lo sé. Ahora ya lo sé. Tras haber leído más de trescientas cincuenta páginas de una novela que…

– … que no. Pero que no, no.

– Efectivamente. Que no. Y mira que LeCarré es un peso pesado de las novelas de espionaje. Y que la historia del Congo se presta a escribir un pedazo de novela sobre las miserias del siglo XXI, el neocolonialismo y las conexiones entre las megacorporaciones transnacionales, los soldados de fortuna y esos conflictos de baja intensidad que, de repente, prenden en recónditos puntos del planeta; en remotos parajes de África, América o Asia.

– ¡Y que el personaje principal, un mestizo de origen congoleño, educado en Inglaterra y políglota, parecía de lo más interesante…!

– ¡Efectivamente! E intérprete, además. ¡Con lo que siempre me ha llamado la atención esa figura, la del intérprete que traduce lo que dicen personalidades de la política y los negocios, accediendo a un caudal de información que podría valer su peso en oro!

– ¡Ya te digo!

– Y, sin embargo…

– …sin embargo… ¡nada!

– A ti tampoco te ha gustado excesivamente, ¿verdad?

– Por decirlo suavemente…

– Y no es porque, en realidad, en la novela no pase nada de nada, ¿a que no?

– No. Bien sabes que la HBO me ha hecho más paciente y me ha curtido, de forma que le he cogido querencia a esas historias de lenta combustión y extrema morosidad. Pero es que en “La canción de los misioneros”, lo poco que ocurre, además, resulta inverosímil.

– Y la tensión narrativa es tan impactante como, como, como…

– ¡Como un episodio de Winnie The Pooh!

– Y la prosa tampoco es que impacte, aunque los primeros pasajes del libro, en que se describen los paisajes de Goma y el Kivu, sí llegan a provocar alguna sensación en el lector…

– …sensación que no tarda en desvanecerse…

– …como la nieve bajo el sol de primavera…

Jesús & Lens

Veamos, en 13 de mayo anteriores: 2008, 2009, 2010 y 2011

El topo

Quiso la casualidad, el horario y mis ganas de ir al cine que mi último paso por las salas del 2011 se convirtiera en un impremeditado programa doble de cine de espías: primero vi “El topo” y de inmediato, con el tiempo justo para comprar una botellita de agua con la que hacer más digerible el bolsón de palomitas que me había tomado, me metí a ver “Misión imposible IV”.

Casualmente, ambas películas se abren con una toma aérea de la misma ciudad: Budapest.

Y hasta ahí llegan las similitudes. Porque mientras que la fotografía de “El topo” nos muestra una ciudad gris, brumosa, sucia e inquietante; la franquicia de Tom Cruise abre con la Budapest en alta definición que conocemos gracias a las revistas de viaje en papel couché y a los documentales de canales como “Viajar”: colorista, despejada y luminosa.

Cuando publicaba en Twitter y Facebook que había estado viendo ambas películas, mi querido MIR -al que mandamos desde aquí un abrazo gigante y nuestra más sincera enhorabuena- me preguntaba que cuál me había gustado más. Y, aunque es verdad que son distintas, que no se pueden comparar y que tal y Pascual… no hay color: disfruté mucho más del gris melancólico de “El topo” que de la pirotecnia festiva de “Misión imposible IV”, sin desmerecer sus mértos, que conste.

No sé a quién se le ocurriría, en plena vorágine del siglo XXI, en los tiempos de Wikileaks, Internet, satélites, Anonymous y demás ferralla delincuencial volver los ojos a aquellos años oscuros de Guerra Fría y Telón de Acero; mucho más “sencillos”, pero también mucho más siniestros, ásperos y crueles. En cualquier caso: chapeau y ¡gracias!

Porque “El topo” es una adaptación de John LeCarré protagonizada por uno de sus personajes de referencia: Smiley, un funcionario del MI6 británico cuya Némesis soviética es denominada como Carla en esta película angustiosa, morosa, tranquila, pausada y excelente.

El papel principal está interpretado por Gary Oldman, habitualmente exagerado y sobreactuado en otras cintas y que en esta ocasión está absolutamente contenido, creando arte de la imperturbabilidad más absoluta. Junto a él, un excelente elenco de secundarios de lujo, de esos muy británicos, muy profesionales, que se adaptan a cualquier papel igual que tanta gente se orienta a los cambios de gobierno, circunstancias y coyunturas con pasmosa facilidad. Como si no les costara trabajo.

Y, al mando de la orquesta, el sueco Tomas Alfredson, conocido por haber dirigido la versión original de la muy desasosegante “Déjame entrar”, la mejor y definitiva vuelta de tuerca al cine de vampiros de los últimos años.

Extendernos en “de qué va la película” sería ocioso. Con esos mimbres, ya deberías saber a qué atenerte. Y si no… casi mejor. ¡Ve a verla! Es una gran película. Una película sin acción, pero con mucho ritmo. Y hasta ahí puedo escribir.

Como tiene ritmo la extraordinaria banda sonora, firmada por Alberto Iglesias, al que no nos extrañaría ver con un Oscar en las manos, por fin, dentro de unos meses, por su excepcional trabajo en “El topo”.

Una película en la que aparecen el sastre, el calderero, el soldado y el espía. No recuerdo nada de aquella serie de televisión. Solo una estética adictiva y que su título es de los que se te queda grabado para siempre.

Precioso título original...

“El topo”. No diremos que es la película de las Navidades, para no amargársela a los adictos al almíbar y los colorines. Pero, desde luego, es de lo mejor que nos ofrece la cartelera estos días.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

En 2008, 2009, 2010 y 2011, el 3 de enero, fue eso lo que publicamos…