Colaboración institucional en torno a Albert Camus

Uno de los recursos dialécticos más utilizados en discursos, artículos y declaraciones oficiales es el de la colaboración entre instituciones y el de colaboración entre sector público y privado. Es un mantra que lo mismo sirve para hablar de la exportación de espárragos a mercados emergentes de la Unión Europea que para defender el apoyo a un equipo deportivo.

Un mantra que, en el mundo de la cultura, resulta imprescindible, dada la precariedad de medios en que trata de sobrevivir el sector. Por eso me gusta constatar que, en ocasiones, la colaboración institucional se materializa en actos tan interesantes como el homenaje a Albert Camus celebrado en el seno de la Feria del Libro de Granada.

 

La presentación de la novela gráfica “Camus. Entre justicia y madre”, mano a mano entre el periodista y escritor Javier Valenzuela y el guionista del cómic, José Lenzini, fue todo un disfrute, además de una imprescindible lección de historia y una reivindicación de la libertad personal.

A través de la rememoranza de diversos episodios de la vida de Camus, Valenzuela y Lenzini hicieron un repaso, íntimo y sentimental, a un siglo XX tan convulso como excitante en el que el intelectual francés mostró un insobornable compromiso con la libertad que le enemistó tanto con las derechas más reaccionarias como con las izquierdas de salón representadas por Sartre.

 

Pero no es del cómic de lo que les quiero hablar, que aún no lo he leído y ya habrá tiempo de recordar a Camus. Lo importante es destacar que este homenaje ha sido posible gracias al trabajo conjunto de la Feria del Libro, del proyecto Granada Ciudad de la Literatura UNESCO y de la Fundación Tres Culturas, con el apoyo de la Alianza Francesa de Granada.

 

Al terminar la presentación, fue un auténtico placer compartir unas Alhambras Especiales en el Alegría con los propios Valenzuela y Lenzini y con los impulsores del homenaje a Camus: Nani Castañeda, Jesús Ortega, Olga Cuadrado o Margarita Buet, entre otros. Una distendida conversación, entre birras y tapas, de la que surgieron nuevos y prometedores proyectos, ideas y posibles colaboraciones para el futuro inmediato.

Cuando las organizaciones cuentan en su seno con personas comprometidas, entusiastas y profesionales –y les dejan hacer, que esa es otra- la sociedad en su conjunto es la gran beneficiada de esa colaboración entre instituciones tan mentada, alabada, reivindicada y conjugada.

 

Jesús Lens

Proyecto escritorio

Una lesión deportiva, como una enfermedad, te desbarata la vida cotidiana hasta extremos insospechados. Por ejemplo, cuando algo tan sencillo como dar un puñado de pasos se convierte en un ejercicio heroico, el orden de importancia de las cosas cambia por completo.

Yo soy de escribir en cualquier sitio, careciendo de rituales especiales, manías, fetiches o costumbres. Sin embargo, tras cerca de dos semanas con una pierna estirada y el pie en alto, volver a sentarme en mi escritorio, junto a la ventana de mi biblioteca, ha sido uno de los grandes placeres de lo que llevamos de 2017.

¡Cómo he echado de menos esta mesa amplia, de madera clara y abarrotada de cachivaches, sobre la que escribo estas líneas! Y eso que no me han separado de ella más allá de diez metros de distancia: los que van hasta el salón en que descansa el sofá que ha monopolizado mi vida estos últimos días.

Días en los que he aprovechado para disfrutar, precisamente, del “Proyecto escritorio” de Jesús Ortega, subtitulado como “La escritura y sus espacios” y publicado por la granadina editorial Cuadernos del Vigía: ya que tenía vetado mi propio escritorio, he estado cotilleando sobre los lugares de trabajo de 77 autores que, además de fotografiarlos desde su personal punto de vista, los utilizan como vehículo de reflexión sobre el propio acto de crear y escribir.

Si los hombres somos lo que comemos, los escritores somos lo que leemos… y también donde escribimos. Ahora lo tengo claro. El espacio sí importa. Y mucho. Me encanta, por ejemplo, la transparencia que muestra la mesa de trabajo de Andrés Neuman, su vacío despojado de todo artificio: “Prefiero que el lugar donde escribo se parezca lo más posible a una página en blanco: que tenga todo el mundo por delante”.

Yo soy más, sin embargo, del estilo Ignacio Martínez de Pisón, con la mesa llena de libros que forman columnas en precario equilibrio. Y es que, efectivamente: “Los libros tienden a la acumulación y, por tanto, al desorden”. Y yo, en el caos, me encuentro muchísimo mejor.

El de Juan Pedro Aparicio, con el que tanto me identifico…

Pero si con alguien me he identificado es con Ricardo Menéndez Salmón, cuando dice que “nunca soy tan escritor como cuando no ejerzo el acto físico de la escritura… Escribo cuando viajo, cuando leo a otros a escritores y cuando sueño. Escribo, sobre todo, cuando paseo”.

Jesús Lens