Lo que no puede ser, no puede ser

Leo lo de Totana y el mega contagio provocado en un garito llamado Dubai, que obliga a retroceder al nivel 1 de la desescalada, y me parece algo marciano, absurdo y surrealista.

Las zonas de ocio nocturno se han convertido en uno de los agujeros negros por los que amenaza con estallar la segunda ola de coronavirus, antes siquiera de que hubiera remitido la primera. Algo tendrán que hacer las autoridades. Porque apelar a la prudencia y a la responsabilidad individual está muy bien, pero no funciona.

Cada vez que salgo por el Zaidín a la caída de la tarde, me cruzo con grupos de jóvenes de marcha y sin mascarilla. Da lo mismo que sean dos, cuatro o diez. Pasan olímpica y sistemáticamente de ella. Sonará viejuno y será injusto hablar de ‘la juventud’ en general y al bulto, pero no hay más que darse una vuelta para constatarlo. De hecho, cuando me crucé con una pandilla de seis adolescentes enmascarados, a la altura del Palacio de Deportes, me dieron ganas de pararles y pedirles que posaran para una foto. Botellones, pubs, bares de copas… o se controlan o la cosa se descontrola.

Este año, en el Jazz en la Costa de Almuñécar, no hay bar. Da igual que el recinto esté al aire libre y se haya limitado el número de entradas a la venta. Este año no hay birras, tapas, gintónics ni mojitos que valgan. Toca llegar cenados. Y ‘bebidos’. Además, toca escuchar la música con la mascarilla en ristre. No pasa nada. Es lo que hay y así hay que aceptarlo.

De ahí mi estupefacción al leer lo de las graduaciones que preveían concentrar a cientos de personas… ¡en el Palacio de Congresos! ¿Estamos tontos? ¿A quién se le ocurren estas genialidades? En Granada tenemos más un tercio de los focos activos de coronavirus de Andalucía, pero algunos parece que no se enteran. O no se quieren enterar.

Que en un año como este haya gente dispuesta a celebrar su graduación -incluida toda una promoción de Ciencias de la Salud, por cierto- no tiene mucho sentido. Que se les abra las puertas del Palacio de Congresos para hacerlo roza lo kafkiano. Por decirlo suavemente.

Ya sabemos que lo de prohibir tiene mala prensa y que el sector del ocio y la restauración las está pasando canutas, pero lo que no puede ser, no puede ser y además, debería ser imposible.

Jesús Lens

¿Imposible? ¡Anda ya!

¡A mí no me digas que no se puede! ¿Te acuerdas de la memorable frase de El Langui, en «El truco del manco»? Hoy me ha venido a la memoria al repasar algunos vídeos de superación personal. Y el célebre Impossible is Nothing.

Me gusta este vídeo, pausado y sereno.

¿Y esta ucronía, con GOAT (Muhammed Ali), seguido de Gebregelasie, Zidane, Beckham, Greene, Thorpe, su hija Laila Ali o McGrady; entrenando juntos?

¿Y ésta, de la corredora zombie, o sonámbula? O, quizá, sea una soñadora irredenta; pero de las que, cuando llega la hora, se calza las zapatillas y echa a correr. Porque, de verdad, correr no es de cobardes. Lo fácil, en ciertas ocasiones, es quedarse quieto:

Una de baloncesto, tiene que entrar, ¿no?

Y terminamos con este. Porque no hay carga lo suficientemente pesada, cuando se tiene un objetivo claro y la determinación necesaria para conseguirlo:

Porque yo no creo en imposibles… ¡feliz sábado!

En Twitter @Jesus_Lens

Y los 20 de abril de 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012 blogueamos eso….

¡Sí se puede!

Hoy publicamos en IDEAL un artículo sobre… sobre… sobre… todo esto. A ver si os convence, ya que este anterior pareció pesimista:

Lo que más me gustó de la pasada edición de la Gala del Deporte, brillantemente organizada por la Asociación de la Prensa Deportiva, fueron las palabras de uno de los galardonados, que dedicó el premio a todos esos deportistas anónimos que, después del trabajo, se calzan unas zapatillas y sacan media hora o cuarenta y cinco minutos para correr, nadar o jugar al baloncesto.

¡Y tanto que sí! De hecho, las empresas y el estado deberían remunerar con siete horas extra a todos los trabajadores y ciudadanos que dedican sesenta minutos diarios a hacer deporte. Y no sólo por una mera cuestión de salud física, sino también por los imprescindibles aportes que el ejercicio tiene para la salud mental, emocional y creativa de las personas. Lo decía F. Nietzsche, en una de esas máximas imprescindibles: «Todos los pensamientos fértiles y poderosos surgen cuando se está en acción».

El mismo viernes en que se entregaban los premios del deporte granadino, más de 25.000 jóvenes estaban concentrados en el famoso botellódromo de la ciudad. No estaban reivindicando ninguna solución a la crisis, gritando el célebre “Nuclear No, gracias” o protestando contra la represión que Gadafi ha desencadenado contra los libios. Se habían juntado para beber. Lo que no es ni bueno ni malo, pero sí un inequívoco síntoma de los tiempos en que vivimos.

Mientras tanto, la jovencísima tenista Lucía Martínez sostenía que sus amigos no la entendían cuando pasaba de salir de copas ya que, al día siguiente, tenía que entrenar. Hablaba con una contagiosa ilusión desde un escenario en el que Victoria Padial representaba la reivindicación de deportes tan minoritarios como el biatlón invernal o el padre de la nadadora Teresa Gutiérrez ejemplificaba el compromiso de la familia con los desvelos de una vida dedicada al deporte.

Quiso la casualidad que, junto a estas deportistas jóvenes, ilusionadas y rebosantes de vitalidad y optimismo, subieran al escenario los nominados al premio de Mejor Deportista Granadino, todos ellos ya veteranos y curtidos en mil batallas, tanto deportivas como vitales. El motociclista Miguel Puertas, el ultrafondista Miguel Ángel Jiménez y los remeros Joaquín González y Rafael Esteban son otro ejemplo a seguir: tesón, fuerza de voluntad, madrugones insensatos, horas de soledad y entrenamiento bajo el rigor de los elementos y una inusitada capacidad de sacrificio a unas alturas de la vida en que buena parte de las personas ya lo dan todo por hecho, vivido, conseguido y experimentado, limitándose a dejarse llevar por la inercia de los años.

Y estuvieron, por supuesto, los deportistas discapacitados que, sobreponiéndose a los impedimentos con que la vida les castigó, hacen bandera del afán de superación. Entonces me acordé de la película “El truco del manco”, cuando El Langui le espetaba a un amigo, quejoso y llorica, eso de “¡A mí no me digas que no se puede!” Inmejorable lección, la del viernes: si queremos, si de verdad tenemos ganas, podemos.

Con trabajo, ilusión y esfuerzo, ¡sí se puede!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.