La dama de oro

El pasado.¡Ay, el pasado! Va uno a ver “La dama de oro” y se pasa la película reafirmándose en su idea de que, para que las heridas cicatricen, es necesario sacarles todo el pus que acumulan en su interior. Que no bastan los paños calientes, las gasas y el agua oxigenada. Que hay que sajar, limpiar profundamente y desinfectar, antes de suturar para que la herida cicatrice.

 La dama de oro Mirren

Y piensas todo esto porque “La dama de oro” cuenta una historia con los nazis como protagonistas. Los nazis, los malos más malos de la historia. Los malos por antonomasia. Aquellos nazis que, antes de asesinar a millones de judíos en los campos de concentración, les despojaron de todos sus bienes materiales, incluyendo obras de arte de valor incalculable.

Robaron, por ejemplo, el “Retrato de Adele Bloch-Bauer I”, popularmente conocido como “La dama de oro”. Un cuadro espectacular, mágico y extraordinario que Gustav Klimt pintó para una de esas familias judías centroeuropeas que gozaban de una desahogada posición económica y que amaban el arte, la música y la cultura.

La dama de oro

Un cuadro tan importante que se convirtió en uno de los iconos de Austria, en una de sus señas de identidad, figurando en uno de los lugares más destacados del Palacio Belvedere que acoge la pinacoteca más importante del país.

Sigue leyendo la reseña en mi espacio Lensanity de la web de Cinema 2000

 

Jesús Lens

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LA SOMBRA DEL PODER

Sería muy interesante saber qué piensan periodistas como Javi Barrera o Paco Torres, los responsables del Multimedia de los periódicos IDEAL y Granada Hoy, respectivamente, sobre el punto de partida de la película «La sombra del poder», protagonizada por uno de esos periodistas tan de raza como de tinta, al que tantísima risa le dan las nuevas tecnologías y, sobre todo, ese nuevo periodismo del siglo XXI: blogs, chats, Internet, etc.

 

El contrapunto a ese reportero pasado de peso, listo y hábil, con una agenda más completa que las Páginas Amarillas, intuitivo y trabajador, al que interpreta un excesivamente pagado de sí mismo Rusell Crowe; es la excesivamente sosita compañera de redacción que, con su Blog, se ha convertido en la Niña Bonita de la plantilla de uno de esos vetustos periódicos yanquis que afrontan con dificultades la adaptación a esa Sociedad de la información de la que tanto se habla y tan difícil es de definir.

 

«Esto es una noticia. Información pura y dura. No tiene interpretación ni requiere de opinión. Hay que trabajar. Bajar a las catacumbas y arremangarse para seguir las pistas.»

 

Más o menos, eso le dice el veterano periodista a la joven posmoderna, cuando están investigando la muerte de la ayudante de un congresista que lidera una Comisión de Investigación sobre la privatización de las actividades militares norteamericanas en Irak, a través de una compañía que hasta en el nombre tiene resonancias a los mercenarios de Blackwater.

 

Siempre me han gustado los periodistas como protagonistas de películas y novelas de género negro y criminal. Y, en este caso, Crowe le da el punto de carisma que su personaje necesita para ser creíble, aunque, como decíamos, hay veces en que el ego le chorrea por las orejas.

 

Estamos ante un ejemplo más de ese cine nuevo y moderno que pone su objetivo en desenmascarar una de las lacras de este siglo XXI, la corrupción y el enorme poder de las grandes transnacionales, que ya son mucho más poderosas e importantes que los propios países, gobiernos y estados. Esa especie de gobierno en la sombra que, sin que nadie les vote y sin necesidad de refrendo popular, se van haciendo con las riendas de nuestra vida.

 

Una película ágil, bien contada, con los giros de guión oportunos y la necesaria dosis de (falta de) violencia que impide que se convierta en un fútil ejercicio de pirotecnia visual. Los personajes no llegan a emocionar, pero conectan con el espectador. La trama te atrapa, aunque no te imante a la pantalla.

 

Una de esas películas que se ven, se disfrutan, te hacen pasar un buen rato y te hacen sentir buena persona por ver un filme «concienciado», de los que sensibilizan al espectador, cuyo final argumental es el mejor posible y está excelentemente resuelto y cuyo final en imágenes, para quiénes escribimos en periódicos y, aún siendo adictos a Internet, seguimos adorando mancharnos los dedos con la tinta fresca del diario matutino, es impagable: la rotativa funcionando y vomitando miles de ejemplares de ese milagroso regalo diario que es un periódico calentito, recién salido de las máquinas.

 

Valoración: 6

 

Lo mejor: el canto romántico a un periodismo que todavía es posible y que, desde luego, es absolutamente necesario e imprescindible.     

 

Lo peor: el personaje de Robin Wright Penn. Gratuito, ridículo e inasible. ¿Era necesario sacar a una rubia o qué?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.