Culpable

Ahora que se ha terminado el Mundial, ¿con qué tratarán de hacernos sentir culpables en las Redes esas personas que nos acusan de prestar atención al balón y no al conflicto en Gaza?

 Culpable gaza

Es curioso: sin apenas haber prestado atención al Mundial, yo también me siento culpable. A fin de cuentas, y aunque haya pasado olímpicamente del fútbol, me acuso de haber estado escuchando jazz, yendo a conciertos y disfrutando del Festival de Música y Danza; de Tomatito, del Carmina Burana y de Bobby McFerrin.

Me acuso de haber estado en Atarfe, en el Jazz en el Lago y de estar pensando en subir a Etnosur el próximo viernes, antes de bajar al Jazz en la Costa de Almuñécar, el sábado.

Sí. Yo soy culpable.

También soy culpable de haber estado leyendo las últimas novelas de Nerea Riesco y de Ismael González Biurrun mientras las bombas del ejército israelí caían en Gaza, matando en los últimos días a más de cien palestinos, incluyendo a varios niños.

Es cierto que leo en los periódicos la información de las agencias y los corresponsales y que me estremezco con las imágenes que nos llegan del enésimo conflicto en Oriente Medio. Porque la situación en Siria e Irak también parece estar bastante jodida, ¿verdad?

 AL MENOS 31 MUERTOS Y DECENAS HERIDOS POR EXPLOSIONES EN ALEPO, SEG⁄N FUENTES OFICIALES

Y, aun así, me he ido al cine.

Soy culpable.

Me distraigo con banalidades mientras caen las bombas.

Por cierto, ¿hemos hablado del último brote de ébola, que está matando a cientos de personas? ¿Y de las violaciones de niñas en India? ¿Y las niñas secuestradas en Nigeria? Creo que no. Lo que es el alzheimer, ¿verdad? Hace ya tiempo, además, que el drama de las pateras no ocupa mi atención. Es decir, leo en IDEAL las noticias sobre los rescates y veo las galerías de fotos que publicaron este fin de semana, junto con las historias de algunos de los inmigrantes que han llegado a nuestra tierra, pero luego voy al bar y me tomo unas Alhambras con callos, así como el que no quiere la cosa.

 Culpable india

Sí. Es cierto que sigo siendo socio de Amnistía Internacional o la Casa del Agua de Coco; pero no veo tantos telediarios como series de televisión. Y me siento culpable.

Quizá no tanto como algunas personas que, inmediatamente antes o después de hablar sobre el Mundial en sus muros y timelines; publicaban esas imágenes autoflageladoras de críticas a los futboleros que estaban pendientes del balón, y no de las bombas.

Por no hablar de quiénes han hablado bien del fútbol practicado por la Selección Nacional Alemana que, ya se sabe, Angela Merkell estaba allí, vigilante. Y hablar bien de Klose y Müller es, de facto, apoyar la política de recortes de la Troika comunitaria.

 Culpable futbol

¡Menos mal que yo quería que ganara Argentina! No por nada, sino por amistad. La amistad de amigos como Rolo, Guillermo, Martín, Marcelo, Carlos o Matías hacía que prefiriera el triunfo de la albiceleste; aunque creo que no pensé en las políticas de Cristina a la hora de sentir esos afectos.

Esto, menos mal, me hacía sentir algo menos culpable.

Se ha terminado el Mundial. Pero mi atención sigue atenta a lo que pasa en la NBA y al fichaje de Gasol por los Bulls. Es cierto que también estoy siguiendo el tema de las primarias del PSOE y el desembarco de Pablo Iglesias en el corazón de la Europa comunitaria, pero todo eso, en comparación con las bombas; también es intrascendente y debería hacerme sentir culpable. Aunque algo menos. ¿O no?

 Culpable pateras

Y lo peor de todo es que ando pensando en las vacaciones.

Joder.

Y pienso en las vacaciones mientras no leo en ningún sitio, en ningún medio, en ningún muro, en ningún timeline de ninguna red social que, ahora mismo, un niño ha muerto de sed y hambre en África.

Y que, en el tiempo en que tú has tardado en leer esta frase, que vienen a ser aproximadamente y dependiendo de la rapidez con la que leas, unos ocho segundos; otro niño ha muerto.

 Culpable africa

Porque en el mundo muere una persona cada ocho segundos, de hambre y de sed.

¿Y eso? ¿Debería hacerme sentir más o menos culpable que lo otro?

No. No hay unos niños muertos más importantes que otros. Pero en este mundo de contradicciones en el que vivimos, el simplismo y el maniqueísmo que nos rodean resultan cada vez más estupefacientes y aterradores.

Jesús Lens

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LÍBANO

Ayer anticipábamos este fin de semana que vamos a dedicar al Líbano con una foto muy sencilla. Las de hoy, ilustrando la columna de IDEAL, no lo son tanto, por desgracia. Mañana sí tocamos una cara más amable del Líbano. Por cierto, ¿han comprado la edición impresa del periódico? ¿Han reparado en un importante detalle?

 

Lo escuché mientras me lavaba los dientes, en el boletín radiofónico de la mañana: «Líbano lanza tres misiles contra Israel». Y me dio un escalofrío. Porque sólo hacía tres días que había regresado de mi viaje por aquellas tierras mediterráneas. Después, a lo largo de la mañana, las webs de los periódicos abundaban en ello: «Israel responde al ataque con misiles lanzado desde Líbano.»

 

Cuando decidí pasar las Navidades en el Oriente Próximo, nada hacía pensar que se iba a producir una escalada bélica como ésta, aunque la verdad sea dicha, Oriente Próximo, violencia y odio cerval parecen ser sinónimos desde tiempos inmemoriales.

 

Las sensaciones vividas a lo largo de estas dos semanas han sido extremas. Por un lado, la magia de una ciudad milenaria como Damasco, cargada de historia y una belleza todavía suspendida en el tiempo. Después, la singular orografía libanesa, el súbito tránsito de los bosques de cedros cubiertos por la nieve a la paz de un Mediterráneo en calma. La quietud de las majestuosas ruinas romanas de Baalbek y los paseos por los zocos medievales de ciudades como Tiro y Sidón. Y la radical modernidad más chic y cool de una Beirut vibrante, divertida e hiperactiva.

 

Pero, por la noche, en la seguridad del hotel, poníamos la televisión y sus imágenes nos ponían los pelos de punta. Porque si, en general, los informativos occidentales suelen mostrar a los árabes furibundos, clamando venganza y poco menos que echando espumarajos por la boca, los noticieros del país mostraban los cadáveres de los niños palestinos, muertos por los misiles israelíes.

 

Y, por la mañana, te levantabas y salías de nuevo a hacer turismo por las tierras que vieron nacer la historia de la humanidad, tal y como la conocemos, de una belleza sin igual, pero tristemente situadas en un lugar muy próximo al centro del infierno.

 

Esquizofrenia viajera (así lo contamos en su día, desde Damasco), como la que nos asaltó cuando arribamos a la ciudad de Trípoli y subimos al famoso castillo de Saint Giles, construido durante las Cruzadas, y nos lo encontramos literalmente tomado por el ejército libanés. No es que hubiera unos cuantos militares por allá. Es que el ejército parecía haber instalado en el mismo su cuartel general. En la puerta, tres tanquetas perfectamente equipadas con sus ametralladoras y, circulando por el interior del castillo, decenas de soldados impecablemente pertrechados, con sus chalecos antibalas, sus cascos y, por supuesto, sus armas reglamentarias.

 

Aunque no decían nada, nos miraban extrañados, ataviados con nuestros vaqueros y forros polares, armados de nuestras diminutas cámaras digitales. Y, entonces, surgía la famosa pregunta que, en algún momento, se hace todo viajero y que fuera inmortalizada por Bruce Chatwin: «¿qué hago yo aquí?» Y, la verdad, de vuelta en casa, horrorizado antes las noticias que nos llegan de Oriente Próximo, todavía no he terminado de encontrar una respuesta.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

DEAMBULANDO POR DAMASCO. PARTE II

Pues eso. Que com’i en un restaurante del Centro Historico, para mi que el mismo en que cenamos antes de volver la otra vez. Pero no soy bueno para los nombres. Los inevitables mezzos, claro. El hummus y el taboulet. Que ya dec’ia Manuel Vazquez Montalban que la berejena es el autentico motor de la civilizacion mediterranea, lo que nos une y nos hermana, a los de las diversas riberas del Mare Nostrum.

Estaba comiendo, escribiendo… y se fue la luz. Un apagon monumental. Pero a nadie le importo. Trajeron velas y todo siguio igual. La Ciudad Vieja de Damasco totalmente a oscuras, iluminada tan solo con velas. Impresionante. Y en estas que, como se me habia hecho tarde, comienza la llamada a la oracion. Momentos de esos que te erizan la piel y se te quedan grabados, a fuego. Al principio no reconocia nada de Damasco. Fui deambulando por zonas por las que no pasee antes. Llegue hasta el cementerio, un remanso de paz eterna en mitad del caos de la ciudad. Vi como trabajaban los canteros que hacian las lapidas, grabando las leyendas de los muertos con martillo y cincel.

Luego si. Despu’es volvi al Damasco eterno y fui recordando lugares, esquinas y hasta el rostro de algun tenaz vendedor que algo nos encajara, hace cuatro anios. Y alguna tienda. Despues, paseando entre la oscuridad, me volvi al hotel, de di una ducha y me quede dormido. Me ha costado arrancar. Pero algo hay que cenar y, de paso, aprovecho para conterles estas cosas sin importancia, intrascendentes. La intrahistoria de un viaje del que, de momento, no tengo nada que contar. Excepto el hecho de estar viajando en si mismo. Despojado de artificios. Como ven, ninguna aventura. Ninguna desventura,por suerte. Solo, un tranquilo deambular por una ciudad eterna, magica y tranquila. La television escupe imagenes de muerte y destruccion. En las calles de Damasco, nada de ello es perceptible. Al menos, no lo es para el caminante tranquilo que mira sin participar. El viajero boyeur que se deja impregnar de ambiente de una ciudad fascinante como pocas. Cargada de historia. Cargada de humanidad.

Maniana espero contarles otras cosas. Sobre esos grandes monumentos. Sobre politica, geoestrategia… algo. Hoy, sencillamente, fue un dia de impregnarse de sensaciones en un mundo diferente al nuestro. Pero que esta aqui, es cierto, verdadero y palpable. Es hora de cenar algo ligero. Y, quiza, de fumarse una shisha en un cafetin cercano al hotel al que le he echado el ojo. Quiza. Seguimos on line.

No lo duden. Cuando tengan ocasion. vengan a Damasco.