De antorchas, fuego y furia

Aterroriza, y mucho, que el ex líder del Ku Klux Klan le recuerde al Presidente de los Estados Unidos, a través de Twitter, que “fueron los americanos blancos quienes te llevaron a la presidencia y no los radicales de izquierda”. Aterroriza e indigna que lo haga cuando un supremacista blanco ha empotrado su coche contra una manifestación pacífica que protestaba por una reunión de nazis, racistas y antisemitas en la ciudad de Charlottesville, matando a una persona y dejando varios heridos a su paso.

De las muchas imágenes del atentado terrorista ejecutado por James Alex Fields y del contexto en que se produjeron, vamos a poner el acento en dos. La primera, la imagen del terrorista, un fulano de Ohio de veinte de años de edad, descrito por su tía como “un chico muy tranquilo” y relacionado con la organización Vanguard America, un grupúsculo de extrema derecha que aboga por “un gobierno basado en la ley natural” y opuesto a lo que consideran una “falsa noción de igualdad”.

La otra imagen relevante es la de un grupo de hombres blancos blandiendo antorchas, en Virginia, el día del atentado, para reivindicar una América blanca que ponga coto a la inmigración. Una imagen que nos retrotrae a un pasado ignominioso que creíamos superado, pero que se empeña en volver a la actualidad.

 

Desde esta sección defendemos una cultura noir que reflexione sobre algunos de los temas sociales de más candente actualidad. Y, hoy, el racismo manda. Por desgracia. Hablemos, pues, de dos películas que nos van a ayudar a contextualizar y comprender el entorno en que se forjan mentalidades como la de Fields o las de la turbamulta supremacista que, antorcha en mano, amenaza con hacer justicia a través del fuego y la furia.

Año 1932. El director de cine alemán Fritz Lang es convocado a una reunión con Jospeh Goebbels, jefe de la propaganda nazi, quien le propone que se ponga al frente de los estudios UFA y, por tanto, de la cinematografía alemana. El realizador le confiesa al dirigente nazi que su madre tiene ascendencia judía, a lo que Goebbels le responde que “nosotros decidimos quién es judío y quién no”.

 

Nada más terminar la reunión, sin hacer equipaje ni ordenar sus asuntos, Lang compró un billete de avión para París y se marchó con lo puesto, dejando atrás su carrera, su vivienda, sus propiedades, a su familia y amigos y… la posibilidad de convertirse en uno de los cineastas más poderosos e influyentes del mundo.

En París rodó una película, con poco éxito, y se trasladó a Estados Unidos. En 1936 filmó su primer filme norteamericano: “Furia”, en la que se cuenta la historia de Joe Wilson, un viajante de comercio que, de paso por una pequeña ciudad, es detenido y falsamente acusado de un crimen que no había cometido. Mientras está en prisión preventiva, la rumorología congrega a una multitud de “buenos ciudadanos” frente a la cárcel, a la que terminan por prender fuego mientras tratan de hacer justicia… por la vía de linchar al sospechoso forastero.

Interpretada por Sylvia Sideney y Spencer Tracy, “Furia” es una obra maestra del género negro a través de la que Lang invita a los espectadores a reflexionar sobre la furia ciega que, prendiendo de forma irracional, convierte a un grupo de supuestas buenas personas y ejemplares ciudadanos en una masa irracional capaz de los peores dislates, crímenes y desatinos.

 

Una feroz crítica al fascismo que, apelando a los más bajos instintos -miedo, odio y falsa seguridad- convierte al forastero, al que viene de fuera, al que es distinto, al Otro; en víctima de una ira irracional.

Yendo un poco más allá, profundicemos en el sustrato de la Norteamérica racista, en cómo son y cómo se forjan esos supremacistas blancos de la América profunda. Que los hay de ascendencia nazi y los hay que no. Lo explicaba, inmejorablemente, el cineasta Costa Gavras en una película excelente cuyo visionado debería ser obligatorio: “El sendero de la traición”.

 

Dirigida en 1988, la película del cineasta griego disecciona el fenómeno del racismo con enorme clarividencia, dándole a la narración un montón de matices que la hacen creíble, atractiva y antipanfletaria, igual que haría dos años después con el nazismo residual en la espléndida “La caja de música”.

Tom Berenger, que un par de años antes se había consagrado con “Platoon”, interpreta a un hombre atractivo, fuerte, familiar y carismático del área rural de Nebraska. Lo que podríamos definir como un hombre de una pieza. Un buen tipo.

 

Debra Winger es la mujer que, irremediablemente, se enamora de él. Pero, en cuanto ella empieza a profundizar un poco en la vida Gary y a rascar en la superficie de su idílica existencia, surgirán aspectos contradictorios que la llevarán a cuestionarse su elección.

“El sendero de la traición” es un thriller muy interesante que toca un tema poco habitual en el cine y que, por desgracia, ha cobrado la máxima actualidad. Un retrato de la sociedad norteamericana que dista mucho de la imagen cosmopolita con que identificamos a Nueva York, Los Ángeles y, de un tiempo a esta parte, Chicago; urbes en las que transcurren buena parte de las tramas de las películas de Hollywood.

 

Cuando, a comienzo de este año, glosábamos las maravillas de “Comanchería”, decíamos que era una película inmejorable para comprender la base sociológica que condujo a Trump a las Casa Blanca.

Menos de un año después, la irresponsabilidad de su mandato provoca que el líder del Ku Klux Klan felicite a Trump por sus declaraciones en Charlottesville y que los acontecimientos de estos nos parezcan algo más que una anacronía o una raya en el agua.

Vean “Furia”, “El sendero de la traición”, la citada “Comanchería” o la prodigiosa “Nebraska” de Alexander Payne. Porque las cosas no ocurren por casualidad y el cine siempre está ahí, para ayudarnos a contextualizarlas y entenderlas.

 

Jesús Lens

Inocentes y falsos culpables

El Conde de Montecristo es, posiblemente, el falso culpable más famoso de la historia de la literatura. Escrita por Alejandro Dumas y Auguste Maquet (aunque este último no figura en los registros oficiales ya que Dumas le pagó una fuerte cantidad de dinero para que su nombre quedara en el olvido), la mejor novela del célebre autor francés cuenta la historia de Edmundo Dantès, un joven militar que, además de estar a punto de recibir una importante y merecida promoción, cuenta los días que restan para casarse con una bella joven catalana: Mercedes Herrera.

Feliz y dichoso, el inocente Edmundo va proclamando su buena fortuna a los cuatro vientos, despertando de esa manera los celos y las envidias de algunos a los que consideraba buenos amigos y que resultaron ser las peores personas. Tanto que, con sus malas artes, se las ingeniaron para encarcelar al héroe de la novela. Tras años de cautiverio, tiempo que aprovechó para instruirse de mano del abate Faria, consigue escapar e ir en busca de un fabuloso tesoro cuyo escondite le había confiado el clérigo. Y, a partir de ahí, la venganza…

 

El inocente acusado injustamente y el falso culpable detenido, juzgado y encarcelado por error (o por las arteras malas artes de algún enemigo) son clásicos del Noir que excitan la imaginación de lectores y espectadores de todos los tiempos. Nada indigna tanto a un apasionado lector o a un entregado cinéfilo como las conspiraciones para silenciar a una buena persona o la injusticia cometida contra un inocente que ve su vida convertida en un infierno por culpa de un malentendido o de un cruel error.

 

Un cineasta como Fritz Lang hizo de ello el leit motiv de algunas de sus películas más celebradas, como “Furia”, sin ir más lejos, con la que debutó en el cine norteamericano tras su huida de la Alemania nazi.

A su paso por una pequeña ciudad de provincias, Wilson, interpretado por Spencer Tracy, una buena persona que tiene un próspero negocio con sus hermanos y que va a casarse con una chica estupenda, es arrestado como sospechoso del secuestro de una niña. Detenido y encarcelado mientras se comprueba su coartada, una masa iracunda y furibunda de ciudadanos toma la cárcel por asalto y le prende fuego, con el preso dentro.

 

Desde el principio de “Furia”, el espectador sabe que Wilson es inocente. El suspense de la película no reside, pues, en averiguar si era o no culpable. Lo que interesa a Lang es que el espectador sufra por la injusticia cometida contra Wilson, animándole a reflexionar sobre los peligros de una masa fuera de control que no piensa por sí misma ni es capaz de razonar. Algo que, en el contexto del año 1936 en que fue filmada, tiene todo el sentido y la lógica del mundo.

 

Otro director que utilizó la figura del inocente que se ve involucrado en rocambolescas historias policíacas fue Alfred Hitchcock. Que le pregunten por ejemplo, al tranquilo músico de jazz al que dio vida Henry Fonda en “Falso culpable”, injustamente acusado de robo y cuya vida se convirtió en una pesadilla kafkiana. Basada en hechos reales, la cinta resulta angustiosa y asfixiante.

En otra de sus películas más famosas, “Con la muerte en los talones”, la confusión de identidades llega a su paroxismo, con un Cary Grant que da vida a Roger O. Thornhill, un ejecutivo publicitario que, de repente, es perseguido y acosado por una cuadrilla de espías que lo confunden con George Kaplan, un agente del gobierno norteamericano. Y es que a Hitch le encantaba convertir la anodina vida de la gente normal e inocente en un caos de emociones, persecuciones, secuestros, interrogatorios e intentos de asesinato.

En 1976, basándose en la novela del mismísimo Gabriele D’Annunzio, el cineasta italiano Luchino Visconti filmó una de las cumbres de su carrera: “El inocente”, protagonizada por un envilecido tipo de alta alcurnia que engaña a su mujer sin ningún tipo de reparo. Hasta que el engañado es él, momento en que se convierte en un monstruo devorado por los celos, capaz de las peores atrocidades.

Y es que la inocencia y la culpabilidad, a veces, son conceptos confusos. Y difusos. La película italiana “Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha” juega con ello, al contar la historia de un jefe de la policía italiana que asesina a una prostituta y que, seguro de que nadie lo culpará del delito, gracias al cargo que ocupa, deja pistas de la autoría del crimen para que sean seguidas por los investigadores.

¿Hasta qué punto ampara el poder a determinados culpables, blanqueando sus crímenes hasta dejarlos impolutos, para convertirlos en inocentes?

 

Los aficionados al Noir sabemos que la inocencia está sobrevalorada, siendo una de las cualidades humanas en mayor peligro de extinción. Y es que, parafraseando el certero título de una novela de José Javier Abasolo, “Nadie es inocente”. Ni siquiera hoy, aunque sea 28 de diciembre…

 

Jesús Lens

 

Noir

El cine negro norteamericano es más, mucho más que un género cinematográfico. El cine negro es una fotografía, una estética, una filosofía, una ética y un estilo. Es una forma de entender la vida que, conjuntando la labor de directores, actores, técnicos, críticos y guionistas; transformó los pilares en que se asentaba el séptimo arte.

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Nosotros estamos expectantes…

Jesús Lens

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