Camino de ‘El colapso’

Para recomendarles que vean ‘El colapso’, la serie de la que todo el mundo habla estos días, estrenada en Filmin, me voy a amparar en un estudio realizado por investigadores de las universidades de Chicago, Pensilvania y Aarhus (Dinamarca).

Crecer y madurar es hacerle caso, difundir y compartir hasta el paroxismo los estudios de (más o menos) prestigiosas universidades internacionales que dicen que, aquello que te gusta, es bueno. O, a sensu contrario, que aquello que detestas, es malo. O nocivo, inmoral o ilegal. O que engorda.

De acuerdo al sesudo estudio de esos preclaros y visionarios investigadores, los espectadores o lectores habituales de películas, series, libros y cómics sobre zombis, virus, pandemias y catástrofes sistémicas varias estábamos mejor preparados para la crisis del coronavirus. Según esos santos varones, tenemos más resiliencia y una mayor capacidad para superar circunstancias traumáticas.

Hablo en primera persona del plural porque, como ustedes bien saben, yo siempre he sido muy del fin del mundo. Tanto en esta sección como en mi columna diaria de IDEAL les he hablado, por ejemplo, de ‘The Walking Dead’ y de cómo los zombis no son más que la excusa para liberar a la Bestia que los humanos llevamos dentro. De la miniserie ‘Years and Years’ y su visión distópica de un mundo regido por el populismo o de la novela ‘Cenital’ y del podcast ‘El gran apagón’, sobre un mundo con problemas de suministro energético.

Y de todo ello va ‘El colapso’, una serie de 2019 creada por un grupo de cineastas franceses llamados Les Parasites, cuyo logo es… una cucaracha.

Les confieso que me pegué un atracón de padre y muy señor mío y me vi los ocho episodios del tirón. Lo que tampoco tiene tanto mérito (o demérito, dependiendo de lo que opinen ustedes de las series de televisión) dado que su duración oscila entre los 15 y los 25 minutos por capítulo.

‘El colapso’ comienza en un supermercado en el que no quedan existencias de determinados productos. ¿Les suena? Hay un apagón. Y pensarán ustedes: ya estamos con la típica historia de delirio colectivo provocado por la caída de las alarmas, las cámaras de seguridad y los móviles. Pero no. Porque la luz no tarda en volver. Se trata de un apagón más. Seguro que también les suena a algunos de nuestros vecinos de Granada.

Un grupo de jóvenes lo tiene claro: hay que llenar la furgo de alimentos, no perecederos a ser posible, y salir zumbando de la gran ciudad. Tienen las ideas claras, pero no tienen crédito en sus tarjetas. Comienzan los problemas…

¿Y qué pasa si, más adelantado el colapso, el dinero deja de tener valor y la gasolina se canjea por paquetes de arroz? Mucho ojo al llegar al episodio de la residencia de ancianos. Véanlo con todas las alertas encendidas. Es, literalmente, DEMOLEDOR. Hay uno negro como el asfalto, del que no les doy más pistas, y otro que, si les gustó ‘Chernobyl’…

Aunque todos los episodios de ‘El colapso’ son autoconclusivos e independientes, algunos personajes repiten presencia, al estilo que aquellos soberbios ‘Short cuts’ de Robert Altman. Lo que no tiene mayor trascendencia, aunque colabora a darle empaque a la narrativa.

Y está la cuestión formal, por supuesto. Cada capítulo está filmado en forma de plano secuencia, con la cámara al hombro, sin ningún tipo de preciosismo. Lo sucio, lo nervioso y el caos priman sobre cualquier otra consideración estética. De hecho, en el episodio del tío rico que duerme a pierna suelta mientras le llaman por teléfono, esa casa suya tan suntuosa resulta ofensiva a la vista. O el yate de la mujer del clavo, que da cualquier cosa menos envidia.

¿Y las causas de ‘El colapso’? En realidad, no importan. O sea, sí que importan, pero no están en el eje central de la narración. No se trata de intentar desviar la trayectoria de un meteorito que amenaza la tierra o de encontrar al paciente cero de una pandemia. La clave está en el comportamiento de la gente cuando el mundo que creíamos sólido y estable se tambalea desde sus cimientos. Y ya verán ustedes que, llegados a una situación límite, la mayoría no termina saliendo mejor persona.

El último capítulo cierra un círculo espacio-temporal que nos retrotrae a un pasado en que todo parecía ir bien, cuando las cosas eran normales y corrientes. Los coches circulaban por las calles y la policía, ¡ese policía!, controlaba la situación. Un pasado en el que, por ejemplo, la gente caminaba por las calles sin mascarilla.

Les recomiendo que vean ‘El colapso’ ahora que navegamos entre olas. Es una serie excelente que, en las presentes circunstancias, adquiere una simbología especial. Además, les hará más resilientes si las cosas vuelven a torcerse ahí fuera. ¿Qué más podemos pedir?

Jesús Lens

Últimos días en el Puesto del Este

Fue una tarde extraña. Ya estábamos en pleno verano. Viernes. Julio llamaba a la puerta del calendario. Bajé a la playa. Pronto. Temprano. Antes, salí a correr. Pero la niebla no levantó. Desde la misma orilla, el mar era gris. Del color del mercurio. Amenazante y ominoso. Como un mar del norte. Aunque fuera el Mediterráneo. Como el mar de “La carretera” que fotografió Javier Aguirresarobe para adaptación cinematográfica de la novela homónima de Cormac McCarthy.

La playa de Carchuna. Julio. 2013.
La playa de Carchuna. Julio. 2013.

Hacía frío. Se estaba bien. Escuchando las olas romper sobre las piedras de Carchuna, una de las playas más felizmente ignoradas del litoral granadino. A la vista: nadie. El vacío. Soledad total. Y absoluta.

Empecé a leer.

“Arrecia el frío y aquí, en el Puesto del Este, empiezan a escasear las vituallas. Nueve meses de sitio son mucho tiempo. Ellos siguen ahí afuera, ya casi nunca se les oye, pero podemos sentir su tensión y oímos también las patas de sus perros, las uñas contra la piedra. Su silencio es casi peor que lo otro. El capitán partió a buscar algo, solo eso, algo. Salió sin despedirse para no romper esto que llamamos equilibrio y que sólo es una representación a punto de romperse. Su ausencia resta coraje a la tropa. Afortunadamente, están los niños y eso nos obliga a mantener el ánimo”.

Punto y aparte.

 Últimos días en el Puesto del Este

Un par de horas después, seguía leyendo: “En ese mismo momento yo aproveché para cortarle la cabeza y acabar así con la Bestia y que volviera la paz”.

Punto final.

Hay lecturas que ya nunca podrán olvidar. Mementos Lectori, las llamé una vez. Lecturas que se te quedan grabadas, por siempre jamás. A sangre y fuego. Ésta de Cristina Fallarás, editada por esa editorial guerrillera y francotiradora que es Salto de Página es una de ellas.

 cristina fallaras

No sé si la lectura de “Últimos días en el Puesto del Este” me habría impresionado tanto o la habría disfrutado de la misma manera de haberla leído en otras condiciones. Quizá. Pero la fortuna quiso que las condiciones atmosféricas me ayudaran a sumergirme en la insania de una narración radicalmente despojada de artificios; escrita a cuchillo, cincelada a machete. Una narración áspera y desesperanzada. Y dura. Muy dura. Sin concesiones.

“Últimos días en el Puesto del Este” son cien intensas páginas que no dan tregua. Que nos hablan del aquí y el ahora a través de un mundo que, todavía, está por llegar. Pero que ya asoma sus garras por debajo de la puerta. Un mundo cruel, hostil y despiadado en el que la solidaridad no es sino una ilusión y la esperanza, un recuerdo.

Queda la memoria. Y la supervivencia. Y poco más.

 Cristina Fallarás

Gracias, Cristina, por este hostión. En toda la boca.

En Twitter, nos podemos encontrar: @Jesus_Lens

¿Y si ya ha comenzado el Apocalipsis?

Aunque los zombies se apoderan de la acción de “World War Z” casi desde el principio de la película, unas imágenes previas nos dicen que, antes de que estallara la epidemia, ya hubo señales del apocalipsis que estaba por llegar; mayormente protagonizadas por animales que se mostraban especialmente agresivos, y por brotes de súbita y letal violencia entre humanos.

 EGIPTO

Y ahí me surgió la duda. ¿Y si, en realidad, el apocalipsis ya ha comenzado y lo estamos viendo, en vivo y en directo por televisión, además de seguirlo por Twitter, en tiempo real?

Estos días asistimos, espantados e impotentes, a la guerra civil siria. Una guerra civil que se prolonga desde hace meses y que, en realidad, solo ha tenido picos de audiencia cuando un grupo de combatientes se comió las entrañas de sus rivales. O aparecieron arrastrando sus cadáveres por las calles, prendidos por cuerdas atadas a unas camionetas que parecían ser caballos desbocados en el Far-West. (AQUÍ, las brutales imágenes, que hieren sensibilidades, ojito).

Y, ahora, las armas químicas.

 Apocalypse Damasco

Y una imagen brutal: miles de sirios que buscan refugio cruzando la frontera de… ¡Irak!

Hacer un repaso por otros de los puntos calientes del planeta, desde Libia y Egipto a Afganistán y Pakistán, sin olvidar los agujeros negros en que parte de África está sumida; la violencia narcoterrorista, las mafias que se han adueñado del avispero que es la Europa del Este y, claro, el desmantelamiento del teórico Estado del Bienestar en la Europa comunitaria…

 Apocalypse México

¿Y si todo ello no es que fueran tanto síntomas como la prueba, real y palpable, de que el fin del mundo ya está ocurriendo?

De hecho, para los miles de egipcios masacrados en la plaza Tahrir, para los (presuntamente) gaseados en Damasco, para los que agonizan de hambre y malaria en el Sahel o mueren de SIDA en África del Sur; para las mujeres lapidadas en Afganistán y las desaparecidas de Juárez… para todas esas personas: ¿no ha llegado el fin del mundo?

 Apocalypse Tijuana

Menos mal, eso sí, que la Liga ya ha empezado. Y es que, si se tienen que cumplir las profecías de San Juan, mejor que nos pille viendo a Bale finalmente de blanco y discutiendo sobre la titularidad de Casillas, la forma de Neymar y las lesiones de Messi…

¡Apocalypse Now! (Luego no digas que no avisé. AQUÍ, por ejemplo. Y AQUÍ. Por no decir AQUÍ y AQUÍ también…)

En Twitter: @Jesus_Lens

Cenital

Hace un par de años me traje de Semana Negra un libro enorme, perturbador e impresionante; radicalmente moderno, global, contemporáneo y anticipador. Se llamaba “Buda Blues” y su autor, el colombiano Mario Mendoza, me impresionó por la hondura de su mirada y la serena tranquilidad de su rostro.

La sensación de la recién terminada cita anual gijonesa con la literatura de género ha sido Emilio Bueso, no solo por ganar el premio Celsius 232 a la mejor novela de terror, fantasía y ciencia ficción con su espléndida “Diástole”, sino también por presentar la muy inquietante, especulativa, incisiva y angustiosa “Cenital”, publicada por la inquieta y visionaria editorial Salto de Página.

“¿Y entonces qué?

Entonces las tiendas se quedarán sin comida. El agua dejará de salir de los grifos. Los apagones nos parecerán un pequeño inconveniente comparados con el hambre y la sed. El despliegue de la oscuridad marcará el fin de nuestra civilización”.

Con este texto de Guy McPherson, catedrático de recursos naturales y ecología estadounidense, se abre una de las partes que componen “Cenital”: fragmentos de discursos, artículos y estudios que pronostican la inminencia de una crisis energética que convertiría en una broma a la amenaza de la prima de riesgo o del rescate financiero de la UE.

¿Estaremos todavía a tiempo?

La otra parte de la novela narra la historia de una ecoaldea puesta en marcha por el protagonista de la historia, un visionario apodado Destral que, cuando entendió que el final estaba cerca, creo una web, http://www.cenital.net/, y desde ella animó a la gente a compartir con él un proyecto: poner en marcha un sistema productivo autosostenible y no dependiente de las energías fósiles.

La historia de Cenital, Destral y la ecoaldea fortificada, bautizada como Cenital, se desarrolla en dos planos: el pasado, que arranca en 2008, cuando el protagonista cobra conciencia de la inminencia del Hundimiento; y el futuro, situado en un apocalíptico 2014, cuando el caos se ha apoderado del mundo y la sociedad se ha visto reducida a un grupo de aldeas más propias del neolítico que del siglo XXI que tratan de resistir el ataque de las hordas de bárbaros nómadas que, al estilo de “Mad Max”, asolan España.

Porque lo habitual de este tipo de distopías es que acaezcan en Texas, Nueva York o Arizona. Pero no. El gran acierto de Bueso es hablar de la España de aquí y ahora; describiendo paisajes reconocibles por todos y mezclando el 15-M, la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera con un futuro inmediato en que los pocos supervivientes que lo pueblan han vuelto al trueque y a la rueca para ir tirando.

Como recurso narrativo para contar el antes y el después del Hundimiento y la construcción, puesta en marcha y modo de vivir en Cenital, Emilio Bueso se inventa las biografías de algunos de sus habitantes, desde Destral y Agro a Braqui, Sapote, Crestas o el Interventor. Además, sitúa la acción justo en un momento decisivo para la ecoaldea: falta grano y hay que organizar una expedición de trueque al exterior de la fortaleza, con el riesgo que conlleva.

Emilio distópico Bueso

Pasado y futuro inmediatos conviven en una novela de lectura voraz y apasionante que combina las causas y las consecuencias; que cuestiona el aquí y el ahora para alertar sobre la insostenibilidad de un sistema de vida abocado al desastre, a la hecatombe, a un cataclismo tan pavoroso como ¿inevitable?

“Cenital” es una novela especulativa sobre un mundo futuro en el que no queremos creer, pero que tenemos la obligación de vislumbrar y prever. Episodios como el del deshielo de toda Groenlandia, en el lapso de cuatro días, son un buen indicativo de que, quizá, hay que prestar atención a los informes y estudios de algunos científicos, expertos y profesores.

Porque quizá estemos a tiempo de cambiar (algo) las cosas, antes de que las cosas nos cambien (del todo) a nosotros.

Jesús Lens

Seguimos, seguimos aPostando. Uno al día. Y llegados a mediados de mes, vamos cumpliendo, ¿no? A ver los aPostados anteriores:

El caballero oscuro

Ejército enemigo

Ryan Giggs

Cerveza Alhambra

Prometheus

La ciudad de los ojos grises

Dejarse ir

De dioses y hombres

Garabatos y Nuevas Tendencias en Salobreña

La mano invisible

Media Maratón de Granada 2012

Vuelve el Tirano

Añejas referencias literarias de los políticos de hoy

Veamos, además, los anteriores 14 de agosto: 2008, 2009, 2010 y 2011.

Llega «Cenital»

«¿Y entonces qué?


Entonces las tiendas se quedarán sin comida. El agua dejará de salir de los grifos.


Los apagones nos parecerán un pequeño inconveniente comparados con el hambre y la sed. El despliegue de la oscuridad marcará el fin de nuestra civilización».

Guy McPherson.

Parafraseado por Emilio Bueso en su novela «Cenital». La novela que no quieres leer. La novela que tienes que leer.

Ten miedo. Mucho miedo.

Llega… CENITAL

Jesús abuesado Lens

¿Tiene sentido saber lo que publicamos los anteriores 29 de julio? Por si acaso: 2008, 2009, 2010 y 2011.