Infiltrados

Ya ha quedado visto para sentencia el macrojuicio sobre las entradas fraudulentas a la Alhambra, uno de los mayores procesos de la historia judicial granadina. Un juicio que tuvo uno de sus momentos álgidos con el testimonio de dos agentes de la policía autonómica que estuvieron infiltradas en el recinto nazarí, en 2005, para investigar desde dentro el fraude presuntamente orquestado por personal de la propia Alhambra y por empleados de establecimientos hoteleros y de agencias de viaje.

Dentro de las fuerzas del orden hay dos tipos de policías a los que les tengo un especial respeto: los de asuntos internos y los infiltrados. Tiene que ser muy, pero muy complicado convertirse en policía que investiga a la propia policía. Lo que los agentes de asuntos internos deben de soportar en el desempeño de su labor solo lo saben ellos, sus familias y sus amigos más cercanos. A sabiendas de que su labor es imprescindible para evitar la corrupción y los desmanes dentro de la policía, su papel es harto difícil. Y de ello hablo en El Rincón Oscuro de hoy.

 

Y luego están los infiltrados, una modalidad de policía que requiere de una sangre fría alucinante. Y de unas dotes dramáticas que ya las quisieran para sí muchos de los actores del método Stanislavski. El infiltrado, además de ser un gran policía, ha de empatizar (que no simpatizar) con las personas a las que investiga. Ganarse su confianza y labrar relaciones de amistad que, después, serán indefectiblemente dinamitadas. En aras de la justicia, sí. Pero que no tiene que ser nada de fácil.

 

Se acaba de estrenar una película que lleva como título, precisamente, “El infiltrado”, protagonizada por Bryan Cranston, John Leguizano y Diane Kruger. Basada en una historia real que aconteció en los años 80 del pasado siglo, la cinta de Brad Furman cuenta la infiltración de tres policías en la cúpula de un poderoso cártel de narcos colombianos, con el objetivo de desmantelar la banda y asestar un golpe definitivo a una de las redes de distribución de cocaína más poderosas del mundo.

En “Narc”, dirigida por Joe Carnahan, uno de los directores con más personalidad del Noir contemporáneo, Jason Patric era un policía con problemas que se cuela en una red de narcotraficantes para tratar de detener al asesino de un antiguo compañero, otro policía infiltrado.

 

En este tipo de películas resultan especialmente dolorosas las secuencias en las que los protagonistas, para demostrar de qué lado están, han de cometer actos que van contra sus principios y valores. A veces, además, tienen que probar las sustancias con las que trafican en sus propios cuerpos, con los riesgos que ello conlleva. Porque el cóctel de ansiedad, tensión, miedo, soledad y droga al alcance de la mano, puede ser tan tentador como adictivo.

NARC, Jason Patric, 2002, (c) Paramount

Otro poli que tuvo que infiltrarse, al comienzo de su carrera, fue Al Pacino en “A la caza”, una de sus películas menos conocidas y en la que, sin embargo, interpreta uno de los papeles más complicados de su filmografía, dando vida a un policía que ha de adentrarse en el complejo submundo de la homosexualidad masculina de corte sadomasoquista, para tratar de detener a un asesino en serie que actúa contra ese sector de la población.

 

Filmada en 1979, “A la caza” se rodó en algunos de los garitos neoyorkinos de ambiente más conocidos de su época y los extras eran sus clientes habituales por lo que el realismo de muchas de sus secuencias hizo poner el grito en el cielo a un montón de gente, con intentos de boicot de la cinta incluidos.

Paradójicamente, años después, Al Pacino dio vida al mafioso Benjamin «Lefty» Ruggiero, uno de los capos de la familia Bonano. ¿Y quién fue el responsable de terminar con su reinado? Donnie Brasco, nombre usado por el agente del FBI Joe Pistone para infiltrarse entre los bajos fondos del crimen organizado. El guion de la película de Mike Newell está basado en el libro escrito por el propio Pistone, “Donnie Brasco: My Undercover Life in the Mafia”, en el que pone mucho énfasis en los sentimientos encontrados a los que se enfrentó el protagonista, dada la cercanía e intimidad que llegó a desarrollar con Lefty y el resto de miembros de su banda.

Y, hablando de la mafia, es obligatorio hacer referencia a “Infiltrados”, la película con la que Martin Scorsese ganó, por fin, el Oscar al Mejor Director. Una película intensa, complicada, violenta, nerviosa y caótica, marca de fábrica del director italoamericano. Con un reparto de campanillas que incluye a Jack Nicholson, Leonardo DiCaprio, Matt Damon y Mark Wahlberg, “Infiltrados” es una de las mejores películas de un Scorsese al que se acusó de haberse dejado influenciar excesivamente por la cinta “Infernal Affairs”, una joya del Noir oriental filmada en Hong Kong. Y, la verdad sea dicha, hay secuencias que parecen calcadas.

Porque el cine policial, negro y criminal que actualmente se está filmando en Hong Kong y en el resto de China, en Corea, Filipinas o Japón; es de una calidad extraordinaria, con sorprendentes y desconocidas joyas las que no tardaremos en hablar en una próxima entrega de El Rincón Oscuro.

Jesús Lens

Antonio de la Torre, el rostro del Noir español

Esta entrega de El Rincón Oscuro va a estar presidida por las paradojas. La primera: ¿cómo es posible que “Que Dios nos perdone” ganara el premio al mejor guion en el pasado Festival de San Sebastián, cuando la trama tiene casualidades, vacíos y caminos a ninguna parte que ponen en jaque la credibilidad de la historia?

Antonio de la Torre Que Dios nos perdone

Le pregunto al novelista y guionista Carlos Bassas del Rey por el guion de la película de Rodrigo Sorogoyen y me dice que, quizá, el texto original, escrito por el propio Sorogoyen y por Isabel Peña, era mucho más completo. Pero que después, tanto el guion técnico como el proceso de montaje de la película debieron ir eliminando escenas supuestamente prescindibles.

Es muy posible que sea así, dado que la película en exhibición dura 125 minutos. Probablemente y en aras a una mayor proyección comercial, se han depurado momentos que hubieran dotado de mayor coherencia tanto a la historia como al arco dramático de los personajes. Y es que lo mejor de “Que Dios nos perdone” reside en el inmenso trabajo actoral de Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Luis Zahera y el resto de secundarios de un reparto de lujo.

Antonio de la Torre y Roberto Álamo

También hay que destacar la ambientación de la película, lo muy creíble que resulta la comisaría y la relación entre los policías protagonistas y el final, ese estupendo final. Pero lo más sobresaliente de la cinta de Sorogoyen son los actores, empezando por un nuevo recital de Antonio de la Torre, nuestro Robert de Niro patrio.

Y, sin embargo, el que arremete como un auténtico toro salvaje en “Que Dios nos perdone” es Roberto Álamo, una bestia interpretativa al que las veraniegas camisas de manga corta y las camisetas a lo Marlon Brando le permiten realzar el amenazador poderío de un torso descomunal que, por momentos, desborda la pantalla. Tanto que, ahora mismo, es mi candidato principal a llevarse los grandes premios del año al mejor actor secundario, cuando toque hacer resumen y balance de este 2016.

Antonio de la Torre amenazado

Frente a él, o por ser más exactos, junto a él, se sitúa el frágil y complicado personaje interpretado por un Antonio de la Torre que, en esta ocasión, da vida a un policía tartamudo y con dificultades para relacionarse con la gente, especialmente con las mujeres.

Un Antonio de la Torre espectacular, como espectacular estaba en “Tarde para la ira”, posiblemente la quintaesencia interpretativa de su forma de abordar los papeles más negros de su carrera.

Antonio de la Torre Tarde para la ira

Y, sin embargo, en el año en que Antonio de la Torre borda dos papeles diferentes en dos extraordinarias cintas policíacas, muy raro será que la mayoría de premios al mejor actor protagonista no se los lleve Eduard Fernández por su recital en “El hombre de las mil caras”, interpretando al espía Francisco Paesa, el otro gran título noir del cine español de este fecundo y feraz 2016.

Paradojas que no deben hacernos olvidar la espectacular carrera negra y criminal de un Antonio de la Torre que, además de en las películas citadas, ha participado en “Invasor”, de Daniel Calparsoro, basada en la novela de Fernando Marías; y en “La isla mínima” y en “Grupo 7”, las otras dos cintas de Alberto Rodríguez que bucean en el lado más oscuro y turbio de nuestra historia más reciente.

Antonio de la Torre Grupo 7

Sin olvidar, por supuesto, uno de sus personajes más difíciles y controvertidos: el sastre de “Caníbal”, la película granadina de Manuel Martín Cuenca en la que un impertérrito Antonio de la Torre componía un personaje frío, seco y austero como pocos se han visto en una pantalla de cine.

Un personaje complicado, adusto y complejo, en cuyo pétreo rostro y habilidosas manos se detenía con delectación la cámara de Martín Cuenca. “Caníbal” es una película de digestión muy lenta que gana con el segundo y tercer visionado. Visionados que resultan mucho más satisfactorios en la intimidad del hogar que en un cine abarrotado de espectadores incrédulos y estupefactos ante la radical propuesta temática y formal del director de la película.

Antonio de la Torre caníbal

Hay quien achaca a Antonio de la Torre que, desde su papel en “Caníbal”, viene repitiendo la interpretación de un personaje silencioso y atormentado, presa de grandes conflictos interiores. Es cierto que entre “Tarde para la ira” y “Que Dios nos perdone” hay ciertos paralelismos, pero sus personajes de “La isla mínima” e “Invasor” son muy diferentes.

Antonio de la Torre La isla mínima

Quizá por eso, para dar otro giro a su carrera, el actor de ha embarcado en una comedia, “Algo muy gordo”, que veremos el año que viene. Pero si quieren verle reír, no dejen pasar “Que Dios nos perdone”. Ya verán las carcajadas que comparte con Roberto Álamo el rostro más reconocible y reconocido del noir contemporáneo español.

Jesús Lens

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En las entrañas de Hitchcock

Hablando sobre “El silencio de los corderos”, preguntaba un espectador por el responsable último de que la película fuera una obra maestra incontestable. ¿A quién habría que atribuirle más mérito? ¿Al director? ¿A los actores? ¿Al guionista que redujo a dos precisas horas de metraje el tochaco escrito por Thomas Harris?

Hitchcock Publicidad Psicosis

Cuando una película resulta tan bien como “El silencio de los corderos”, el mérito siempre es del conjunto del equipo. Imposible filmar una joya cinematográfica sin el concurso de todos los implicados, sin que todos den lo mejor de sí mismos.

Me acordaba de aquella conversación viendo la exposición que Fundación Telefónica dedica a Hitchcock en Madrid, certeramente titulada “Más allá del suspense”. Que sí. Que es cierto que Hitch fue “El mago del suspense”. Pero que fue mucho más que eso.

En las entrañas de Hitchcock

Fue, entre otras cosas, el director de un puñado de imperecederas obras maestras del cine… Y de ello hablo en El Rincón Oscuro de hoy, la sección semanal dedicada a la cultura Noir del periódico IDEAL.

Hitchcock H

La exposición, brillantemente comisariada por Pablo Lorca, es mucho más que una colección de recuerdos de Hitchcock, trascendiendo la mera memorabilia para convertirse en una auténtica y vibrante lección de cine.

Y es que el director británico es un inmejorable maestro de cuyas películas, entrevistas e imágenes se obtienen mil y una enseñanzas, como el mítico libro de conversaciones con Truffaut continúa atestiguando, que no ha perdido vigencia alguna ni siquiera en los tiempos de la digitalización.

Nada más traspasar la entrada a “Hitchcock, más allá del suspense”, construida al modo de un cine de estreno a la vieja usanza, nos topamos con algunas imágenes icónicas, fotogramas de sus más celebradas películas, desde un peinado en forma de remolino al primer plano de un ojo que recuerda al Buñuel de “Un perro andaluz”.

Hitchcock Fotogramas

A partir de ahí, toda la exposición está orientada a desentrañar algunos de los secretos del cine de Hitchcock, el cómo y el porqué de algunas de sus películas más celebradas, de “Vértigo” a “El hombre que sabía demasiado”, pasando por “Psicosis” o “Con la muerte en los talones”.

Así, ver la secuencia en que Doris Day canta su mítica canción mientras sentimos cómo, plano a plano, la música asciende por unas escaleras hasta llegar al niño secuestrado que se oculta tras una puerta, o sentir lo muy diferente que resulta la prodigiosa secuencia del asesinato de Janet Leigh en la ducha, dependiendo de si se contempla con o sin la desgarradora música de Bernard Hermann, resulta de lo más ilustrativo.

Hitchcock Exposición Telefónica

Y es que, digámoslo ya, Hitchcock fue un maestro, también, a la hora de rodearse de los mejores colaboradores. Lo de Hermann y las bandas sonoras, por ejemplo. ¿Y qué me dicen de los títulos de crédito que le encargaba a Saul Bass, pequeños cortometrajes capaces de contar una historia por sí solos?

Y estaban los espectaculares diseños de producción. Y los trajes, ropas y vestidos. Y la influencia de la arquitectura, tan importante en las tramas de algunas de las películas más conocidas del Maestro. Está el surrealismo de Dalí en “Recuerda” o el fantasmagórico gótico noir de “Rebeca”, la noche en que volvimos a Manderly.

Y están los guionistas y escritores, por supuesto. Y los dibujantes que hacían precisos y preciosos story boards de las secuencias más complejas, de forma que, como siempre sostuvo Hitchcock, él llegaba al primer día de rodaje con la película íntegramente filmada, plano por plano, en su privilegiada cabeza.

Hitchcock Oiga usted

Porque Alfred se involucraba en todos y cada uno de los pasos y estadios de los proyectos cinematográficos en que se embarcaba. Por ejemplo, aunque no firmase los guiones, su genio, perseverancia y talento estaban en cada página del libreto.

Nos queda, por supuesto, la promoción de las películas, algo en lo que Hitch fue visionario y precursor, creando una empresa específica para tales menesteres. Y hay que resaltar que la muestra no obvia la complicada relación del director con algunas de sus actrices, como Tippi Hedren. Ver la secuencia del ataque de “Los pájaros” en pantalla grande, sabiendo las condiciones en que fue filmada, rayanas en el sadismo y la tortura, impresiona.

Hitchcock Montaje Los Pájaros

Pero si todas estas razones no son suficientes para animarles a disfrutar de la extraordinaria muestra “Hitchcock, más allá del suspense”, les impelo a ir aunque sea, tan solo, por disfrutar de la instalación del videoartista luxemburgués Jeff Desom, un montaje de 20 minutos en los que el espectador se asoma a todo lo veía James Stewart desde su indiscreta ventana.

Se trata de una espectacular panorámica que concentra todas las ventanas y balcones filmados por Hitchcock en su película, mostrando lo que ocurre tras ellas de forma cronológica, tal y como acontecen en la película.

Un montaje hipnótico en forma de loop, el mejor homenaje posible a uno de los grandes directores de la historia, un cineasta total, absoluto y absolutista que bebió de todas las fuentes posibles para, después, reinterpretarlas a su compleja, turbia y divertida imagen y semejanza.

Jesús Lens

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Las mil caras de la ira

Coinciden en cartelera dos películas extraordinarias, policíacas, españolas y más negras que el carbón. Dos películas que han conquistado al público y a la crítica en los exigentes y prestigiosos Festivales de Venecia y San Sebastián. Dos películas que acreditan el extraordinario momento que atraviesa el cine Noir en nuestro país y de las que hablo hoy en El Rincón Oscuro de IDEAL.

El hombre de las mil caras

Son dos películas, además, de factura y temáticamente radicalmente distintas. Por un lado, “El hombre de las mil caras”, de Alberto Rodríguez, artífice de la memorable “La isla mínima” y en cuya producción también ha participado José Sánchez-Montes y la granadina Sacromonte Films. Escuchen aquí, por cierto, el programa de radio que hicimos sobre Alberto Rodríguez Javier Márquez, Juan Ramón Biedma y un servidor. No es por nada, pero nos ha quedado la mar de bien…

Por otro, “Tarde para la ira”, el inesperado y sorprendente debut tras las cámaras de un Raul Arévalo que, además de ser un excelente actor, apunta maneras para convertirse en un cineasta total y al que auguramos una exitosa carrera, también, detrás de las cámaras.

Tarde para la ira

“El hombre de las mil caras” es una película para ver con calma, sosiego y detenimiento. Se trata de una cinta de espías al estilo clásico en la que apenas se ve una pistola, un mal gesto o una sacudida de violencia. Un filme en que los seguimientos y las persecuciones nada tienen que ver con el cine de acción norteamericano al que estamos acostumbrados.

Una película con un diseño de producción exquisito en que Madrid, París, Singapur o Suiza lucen en pantalla con un esplendor y una minuciosidad en los detalles a los que no estamos acostumbrados en el cine español. “El hombre de las mil caras” cuenta la historia de un personaje que, si no hubiera existido en la realidad, habría que creado: Francisco Paesa. Un Francisco Paesa que, vivito y coleando, aprovechó el estreno de la película para conceder una de sus maravillosas y enigmáticas entrevistas. La vida de Paesa es tan desaforada que Alberto Rodríguez se ha centrado, exclusivamente, en el célebre episodio de la huida, paso a la clandestinidad y entrega de Roldán, un personaje que hubiera encajado como un guante en los tebeos de Ibáñez y que, sin embargo, fue director de la Guardia Civil y casi, casi Ministro del Interior del gobierno socialista.

El hombre de las mil caras Fotograma

“El hombre de las mil caras” es una lección de cine, desde el primer fotograma hasta el último. Y un recital interpretativo de un Eduard Fernández llamado a ganar todos los premios del año por su medida y memorable interpretación, perfectamente secundado por Carlos Santos y por un José Coronado que, por fin, cambia de registro. Sin dejar de ser él mismo, por supuesto…

El hombre de las mil caras Alberto Rodríguez

Y también hay que ir al cine a ver “Tarde para la ira”, por supuesto. Una película seca y áspera como la lija. Una película que te golpea como un zurdazo de Muhammad Ali, dejándote noqueado en la butaca del cine.

Un atraco frustrado a una joyería. Huyen los ladrones. El conductor que esperaba fuera tiene un accidente y es detenido por la policía. Pasa el tiempo. Cambio de escenario. Un bar de barrio. Un cliente serio, callado y taciturno. Los dueños, una pareja joven y optimista cuya hija va a hacer la comunión. Y la camarera, familia suya. Una camarera seca, consumida y hastiada por la vida que, cuando termina su turno tras la barra y sirviendo la terraza, va a la cárcel a visitar a su marido, en el bis a bis.

Con esos mimbres, que Arévalo cuenta en los cinco primeros impresionantes minutos de la película, están presentados todos los personajes y algunos de los escenarios en los que transcurrirá “Tarde para la ira”. A partir de ahí, una durísima historia de venganza y redención en la que las explosiones de violencia, secas y absolutamente carentes de cualquier pirotecnia, dejan boquiabierto al espectador.

Interpretada por un austero y contenido Antonio de la Torre, la ópera prima de Raúl Arévalo oscila entre el Noir urbano contemporáneo y un cine negro rural que recuerda, por momentos, a la violencia mostrada por Saura en “La caza” o, posteriormente, en “El séptimo día”, en que recrea la matanza de Puerto Hurraco.

Tarde para la ira de la torre

“El hombre de las mil caras” y “Tarde para la ira”, dos películas excelentes y de una factura técnica impecable. Dos ejemplos de las múltiples facetas que puede mostrar el Noir, con personajes, tramas, paisajes y situaciones radicalmente diferentes, pero que sirven para completar el mosaico del mejor cine español contemporáneo.

Jesús Lens

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A sangre fría en el cine

Hace un par de semanas hablábamos del impacto que causó la publicación de la novela “A sangre fría”, de Truman Capote, hace ahora cincuenta años. Impacto que trascendió lo puramente literario para conmover, también, el mundo del cine.

A sangre fría Anagrama

Como es habitual en Hollywood, en cuanto la obra se convirtió en un éxito, un avispado productor compró sus derechos para trasladar la narración al cine. Quiso la fortuna que, en el caso de “A sangre fría”, ese productor fuera nada menos que Richard Brooks, un sólido cineasta al que el éxito de “Los profesionales” había situado en una posición de fuerza frente a la industria.

Eso le permitió no solo escribir el guion y dirigir la película, sino también plantarse frente a la Columbia, que quería como protagonistas nada menos que a Paul Newman y Steve McQueen, dos rutilantes estrellas y excelentes actores que, sin embargo, no hubieran pegado en una película como ésta.

Porque la “A sangre fría” de Richard Brooks es una obra maestra del cine naturalista, una película sobria, austera y concisa; filmada en un riguroso blanco y negro exactamente en los lugares y paisajes en que transcurrieron los hechos narrados por Capote. El perfeccionismo de Brooks llegó al punto de filmar determinadas secuencias haciendo que los actores tuvieran frente a sí la misma vista que los auténticos protagonistas de la historia, en el pueblo de Holcomb, Kansas.

A sangre fría Brooks

Una historia dura y descarnada: el asesinato en 1959 de los cuatro miembros de una familia por parte dos ex convictos que, tras ser detenidos, juzgados y condenados a muerte, fueron ahorcados en 1965. El hecho de que la película se filmara tan poco tiempo después del acaecimiento de los hechos permitió que cada uno de sus fotogramas exude un inusitado realismo. De hecho, algunos de los figurantes de la película, como las responsables de la estafeta de correos, eran personas reales que vivían en el pueblo y cuyas conversaciones recogió Capote en su libro. De ahí, precisamente, que el protagonismo debiera recaer en actores poco conocidos y no en estrellas de Hollywood que desviaran la atención de lo realmente importante.

Y lo realmente importante era la historia narrada por Capote, seguida escrupulosamente por el guion de Brooks, hasta el punto de que la película abre sus títulos de crédito con un elocuente “Truman Capote’s. In Cold Blood”, para que no cupiera duda alguna sobre la autoría de la historia que los espectadores se aprestaban a ver.

A sangre fría Holcomb

“A sangre fría” ganó varios premios internacionales y obtuvo cuatro nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor director, Mejor banda sonora, Mejor fotografía y Mejor guion adaptado. Pero su logro más importante llegó en 2008, cuando fue elegida para ser preservada en el archivo de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

¿Tuvo que ver este reconocimiento con el hecho de que, en 2005 y 2006, se estrenaran dos películas diferentes, ambas basadas en el exigente y devastador proceso de creación de la novela de Capote?

Es algo que, de vez en cuando, ocurre en Hollywood: sin razón aparente, dos proyectos muy similares entre sí coinciden en las pantallas. Da lo mismo que sean películas catastróficas sobre volcanes o historias sobre Hitchcock. O, como en el caso que nos ocupa, guiones con el escritor como protagonista.

A sangre fría películas

En 2005 se estrenó “Capote”, dirigida por Bennet Miller y protagonizada por un Philip Seymour Hoffman en estado de gracia. Tanto que ganó el Oscar al mejor actor principal por su composición de un Truman basado en la biografía de Gerald Clarke. La película, candidata a varios Oscar más y acreedora de innumerables premios internacionales, se centra en la especial relación que se establece entre Capote y Perry Smith, uno de los asesinos de la familia Clutter.

Una relación que condicionará brutalmente la vida de Capote hasta el final de sus días. Un Capote obsesionado con terminar “A sangre fría”, la obra que le dio fama universal y que, a la vez, le condenó como escritor dado que, desde su publicación, el autor fue incapaz de volver a terminar un solo libro.

Al año siguiente, en 2006, le tocó el turno a “Infamous. Historia de un crimen”, escrita y dirigida por Douglas McGrath y en la que el personaje del escritor fue interpretado por un más discreto y contenido, pero igualmente excelente; Toby Jones. Basada en el libro de George Plimpton, esta versión de la investigación de Capote pone más énfasis aún en la posible relación homosexual entre el escritor y el asesino, interpretado en esta ocasión por el bondiano Daniel Craig, en un papel extremadamente complicado.

A sangre fría Toby Jones

En ambas cintas se plantea un importante problema moral: Capote estaba obsesionado con Perry. No diremos enamorado, pero sí enganchado a él. Entendía tanto sus frustraciones, su complicadísima infancia y juventud, sus complejos… y, sin embargo, necesitaba poner fin a su historia. Y el fin que mejor le venía a “A sangre fría” era la ejecución de los presos. ¿Pudo hacer algo más, Capote, por salvarles la vida o, al menos, por dilatar el proceso y postergar su ahorcamiento?

Esa es la duda que ambas películas siembran en el espectador. La misma duda que siempre atormentó a Capote, terminando para siempre con su carrera literaria.

A sangre fría Truman Capote

“A sangre fría”. La obra que le encumbró, la obra que le mató.

Jesús Lens

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