Últimos días en el Puesto del Este

Fue una tarde extraña. Ya estábamos en pleno verano. Viernes. Julio llamaba a la puerta del calendario. Bajé a la playa. Pronto. Temprano. Antes, salí a correr. Pero la niebla no levantó. Desde la misma orilla, el mar era gris. Del color del mercurio. Amenazante y ominoso. Como un mar del norte. Aunque fuera el Mediterráneo. Como el mar de “La carretera” que fotografió Javier Aguirresarobe para adaptación cinematográfica de la novela homónima de Cormac McCarthy.

La playa de Carchuna. Julio. 2013.
La playa de Carchuna. Julio. 2013.

Hacía frío. Se estaba bien. Escuchando las olas romper sobre las piedras de Carchuna, una de las playas más felizmente ignoradas del litoral granadino. A la vista: nadie. El vacío. Soledad total. Y absoluta.

Empecé a leer.

“Arrecia el frío y aquí, en el Puesto del Este, empiezan a escasear las vituallas. Nueve meses de sitio son mucho tiempo. Ellos siguen ahí afuera, ya casi nunca se les oye, pero podemos sentir su tensión y oímos también las patas de sus perros, las uñas contra la piedra. Su silencio es casi peor que lo otro. El capitán partió a buscar algo, solo eso, algo. Salió sin despedirse para no romper esto que llamamos equilibrio y que sólo es una representación a punto de romperse. Su ausencia resta coraje a la tropa. Afortunadamente, están los niños y eso nos obliga a mantener el ánimo”.

Punto y aparte.

 Últimos días en el Puesto del Este

Un par de horas después, seguía leyendo: “En ese mismo momento yo aproveché para cortarle la cabeza y acabar así con la Bestia y que volviera la paz”.

Punto final.

Hay lecturas que ya nunca podrán olvidar. Mementos Lectori, las llamé una vez. Lecturas que se te quedan grabadas, por siempre jamás. A sangre y fuego. Ésta de Cristina Fallarás, editada por esa editorial guerrillera y francotiradora que es Salto de Página es una de ellas.

 cristina fallaras

No sé si la lectura de “Últimos días en el Puesto del Este” me habría impresionado tanto o la habría disfrutado de la misma manera de haberla leído en otras condiciones. Quizá. Pero la fortuna quiso que las condiciones atmosféricas me ayudaran a sumergirme en la insania de una narración radicalmente despojada de artificios; escrita a cuchillo, cincelada a machete. Una narración áspera y desesperanzada. Y dura. Muy dura. Sin concesiones.

“Últimos días en el Puesto del Este” son cien intensas páginas que no dan tregua. Que nos hablan del aquí y el ahora a través de un mundo que, todavía, está por llegar. Pero que ya asoma sus garras por debajo de la puerta. Un mundo cruel, hostil y despiadado en el que la solidaridad no es sino una ilusión y la esperanza, un recuerdo.

Queda la memoria. Y la supervivencia. Y poco más.

 Cristina Fallarás

Gracias, Cristina, por este hostión. En toda la boca.

En Twitter, nos podemos encontrar: @Jesus_Lens

¡Sigue leyendo!

Si no la habéis visto, si no la habéis leído; seguro que sí habéis oído hablar de ella estos días, gracias a sus encendidas, escarnecedoras y lacerantes intervenciones en televisión.

Su nombre: Fallarás. Cristina Fallarás.

 

Su pelo, de frondoso rojo fuego, es la perfecta encarnación de una personalidad arrolladora y abrasadora, acostumbrada a hablar con verdades en la boca, algo que no se estila y que, por tanto, causa sensación. Y conmoción. Porque sus verdades son como puños. Puños cerrados, directos al mentón. Demoledores.

Cristina, además de haber ganado el Hammett de la pasada edición de Semana Negra con su imprescindible novela “Las niñas perdidas”, es periodista. En paro. Porque la de periodista es la profesión más castigada por la crisis, fuera del sector de la construcción.

Pero Cristina también es editora. Y, con Raúl Argemí, uno de los mejores escritores argenpañoles, ha montado “Sigue Leyendo”, para editar a través de la red.

 

Cuando compras (de ese verbo comprar, que, dice la RAE, significa “Obtener algo con dinero”) alguno de sus libros o relatos en catálogo, al comienzo del texto que hayas comprado (del verbo comprar: “Adquirir, hacerse dueño de algo por dinero”) encuentras la siguiente advertencia:

“Nuestros libros no están protegidos. Son fruto del trabajo de un escritor, un editor, una correctora, un técnico digital, una diseñadora web, un webmaster y un productor. Si nos piratea, ya sabe a quien roba”.

Está claro, ¿no?

Así son Cristina y Raúl; Raúl y Cristina. Y ASÍ es su editorial. Pincha, pincha, que además de un catálogo extraordinario de libros y autores a precios de edición electrónica, (es decir, baratos de verdad) “Sigue Leyendo” es una publicación literaria electrónica en sí misma, repleta de información, noticias, entrevistas, sugerencias… ¡y hasta una novela gratuita, por entregas, de Rosa Ribas!

 

En cuanto acabe con una obligación lectora y jurada, voy a hincarle el diente a lo más nuevo Andreu Martín, “El asesino de las vírgenes negras” (Compra AQUÍ, por 3,99 euros y de forma bien sencilla. Y segura.)

 

Seguramente, si has leído o escuchado a Cristina, te has sentido impresionado y concernido por todo lo que dice. Y por cómo lo dice.

Pero, como ves, Cristina estará en paro, pero no está parada. Ni quieta. Cristina y Raúl son hijos de su tiempo. Un par de currantes de la literatura, de la palabra. Un par de empresarios que, con su trabajo y con su iniciativa, hacen bueno ese mantra de que hay que tener iniciativa, buscarse la vida, adaptarse, orientarse, cambiar el paso y el rumbo, aprovechar las nuevas tecnologías y mirar hacia delante.

Fallarás y Argemí, en ese templo que es Negra y Criminal

De nosotros, de los lectores, depende el buen fin de esta travesía.

¿Quién se apunta a remar?

Jesús Lens, uno que, desde luego… ¡Sigue Leyendo!

Las niñas perdidas

No sé qué decir de esta novela. Lo siento. Hace días, hace semanas que terminé de leerla. Y cada vez que voy a meterle mano a la reseña, me quedo sin saber qué escribir.

Unas veces he pensado empezar con una pregunta:

– ¿Crees en la justicia o crees en la venganza?

Otras, he pensado preveniros. Porque la lectura de “Las niñas perdidas” es peligrosa.

Lo mismo estás en la librería y ves esta portada, blanca y virginal, y te confundes, por mucho que arriba veas que ha ganado el Premio L’H Confidencial 2011 de Novela Negra y esté editada por la colección Criminal de Roca Editorial.

Sí. Quería prevenirte porque, al terminarlo, este libro deja secuelas.

Además, genera adicción. Y te descubres releyéndolo, adelante y atrás.

No es de extrañar que, por ejemplo, haya ocasiones en que vayas a la estantería en que hayas escondido el libro, arrumbándolo lo más lejos posible, sepultándolo entre otras decenas de títulos, y lo rescates para volver a leer las indescriptibles “Instrucciones para matar a un perro”. O, peor aún, las más siniestras “Instrucciones para matar un hámster”.

¿Cómo voy a hablar de un libro que, si tuviera niños adolescentes en casa, quemaría hasta reducirlo a pavesas, no fuera a ser que lo encontraran, aún después de haberlo ocultado como el que esconde un tesoro de valor incalculable?

¿Qué queréis que os diga de un libro que recuerda dulces canciones como ésta?:

Con un cuchillito

de punta de alfiler

le saqué las tripas,

las llevé a vender.

A veinte, a veinte,

las tripas calientes

de mi mujer”

No, perdona. El autor de la novela no está zumbado. En todo caso, la zumbada será la autora. Fallarás. Cristina Fallarás.

Y a mí no me metas en esto.

Que bastante he tenido con leer un libro cabrón cuyos personajes me persiguen desde que me dejé contagiar por su insania, por su locura. Por su enfermedad.

Sí. El libro va de niñas secuestradas. Y de las cosas que les hacen. O les amenazan con hacer. Y de la gente que las busca. Y de la gente que las tiene. Y del porqué.

Pero no busques respuestas sencillas o simples a un asunto que no puede tenerlas. No busques, en “Las niñas perdidas”, una lectura agradable para antes de dormir: tendrás pesadillas, dormirás mal y te retorcerás bajo las sábanas.

Así que, si lees “Las niñas perdidas”, si eres capaz, no vayas a decir que no te advertí.

No quiero reclamaciones o broncas, mosqueos o recriminaciones.

Yo ya te lo he avisado.

Ahora, haz lo que te de la gana.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

FINAL

Hoy es un día raro. Apenas pasan de las 12.30 de la tarde, pero todos estamos pensando en dentro de ocho horas. Y la pregunta no es ¿Quién presenta hoy? ¿Hará frío? ¿Lloverá? ¿A qué hora llega Fulano? ¿Cuándo se marcha Mengano? No. Hoy la pregunta es, ¿dónde vemos el partido?

El partido.

No hay otro. Ni lo habrá en mucho, mucho tiempo.

Ayer estuve comprando libros en el imprescindible chiringuito que monta Fritz Glockner, en el que tiene libros editados en México que nunca llegarán a España. Es una de las cosas que más me gustan de Semana Negra: compartir lecturas, libros y perspectivas con gentes con las que habitualmente no coincides. ¡Romper el bloqueo editorial que, de facto, existe entre países que, paradójicamente, compartimos un tesoro común como es nuestro idioma! Increíblemente es más fácil acceder a la última mamonada nórdica de moda o a cualquier subproducto de tercera yanqui, carísimas traducciones mediante, que leer en versión original la riqueza del lenguaje argentino, mexicano o colombiana.

Algo que deberíamos hacernos ver cuando Planeta, por ejemplo, tiene delegación en todos y cada uno de los países hispanohablantes.

De forma que he comprado un par de libros del Jefe Taibo que no tenía así como algunas historias de narcotráfico que prometen poner los pelos de punta. Y alguna otra sorpresilla, que Fritz tiene auténticos tesoros.

Estuvimos en la presentación del cómic “100 balas”, de Azzarello y Rizzo y nos hicimos con uno de los imprescindibles Catálogos-Guía de Lectura que Semana Negra repartió gratis. ¡Mira que Rash me lo había aconsejado, pero no le hice caso! Y, ahora, leer “Cien balas” empieza a ser una necesidad perentoria…

Un grupo hispano-francés-británico-italiano cenamos unas costillas, croquetas, tortillas y pollo al ajillo y nos dejamos caer, a las 12 de la noche, por una Tertulia Nocturna que nos devolvió a la terraza del Don Manuel. Allí, Cristina Fallarás incendió la noche con su discurso tan apasionado como radical, pero la lógica de los acontecimientos se impuso y terminamos hablando de pelotas, fútbol, mundiales, apodos y literatura, que Santiago Gamboa es un maestro en vincular ambas dimensiones.

Y aquí estamos, a domingo, con Javier Márquez y Francisco José Jurado sin haber leído aún el A Quemarropa, y con una sola pregunta en mente:

¿Dónde vemos el partido?

Después contestaremos…

GIJÓN, SWEET HOME

Hagamos una ficha. Al estilo policial. Corta y escueta, pero lo más completa posible.

Llegamos a Gijón, sweet home, tras el proverbialmente largo, pero intenso, periplo en el Tren Negro (del que ya anticipamos AQUÍ, charlando con algunos autores). La víspera, o sea, el jueves por la tarde, tuvimos una primera aproximación a las populosas tertulias de Semana Negra, en la que se habló sobre el porqué escribimos novelas y cuentos encuadrados en géneros puramente populares, como el negro, el histórico, el fantástico o el de Ciencia Ficción.

Me voy a quedar con una de las respuestas que más me impresionaron. Francisco José Jurado dijo que, además de escribir novela negra para publicar cosas que, si las escribiera en la prensa le llevarían a la cárcel, lo hacía por rencor. Y punto. Sin más explicaciones.

Por rencor.

Es verdad que Cristina Fallarás ya había hablado de la muerte y que escritores y periodistas mexicanos y argentinos nos habían metido la peste en el canuto con las truculencias con que se desayunan a diario. Cierto es.

Pero… por rencor…

Y es que yo tengo que presentar “Benegas”, de un tal Francisco José Jurado, el próximo miércoles…

Por rencor…

En el Tren Negro, venciendo el sueño y la modorra, me fui al vagón cafetería, habilitado como espacio para las ruedas de prensa y, también, como Vagón del Fumador. Además, era el único refrigerado por el aire acondicionado, de forma que el viaje se convirtió en una letal disyuntiva: morir por asfixia calorífica en un vagón de aire descontaminado o morir por asfixia en la refrigerada Cámara de Gas del Tren Negro, que no veáis cómo fuman estos escritores negros y criminales. Y la prensa canalla, que también le pega al cigarro cosa mala, jejeje.

Durante el viaje me enteré de que Juan Bas, el Maestro de los Microdiálogos, va a poner en marcha un pedazo de Festival del Humor en Bilbao (a ver si Bas, erudito en esto de las risas, me lee este cuento y le resulta cachondete, cuando menos…) y que Carlos Salem ya tiene nueva novela, calentita, calentita.

Aproveché para pegar la oreja en una entrevista que le hacían a Guillermo Orsi, cuya “Ciudad Santa”, finalista del Hammett presento el próximo jueves y aproveché para conocer a nuevas gentes y re-conocer a viejos amigos.

Y llegamos a Gijón, sweet home, la ciudad a la que no nos cansamos de llegar. Y nos esperaban tres manifestaciones, al acompañarnos en el último del recorrido el Presidente de Asturias. Y los empleados de Chupa Chups, además de pegarle la bronca a los políticos, nos la pegaron a nosotros. Que si niños ricos, de papá y estómagos agradecidos. Seguramente, esta gente no sabe las penurias que pasa cualquiera de nosotros para sacarle rendimiento a la literatura y que, la mayoría, tenemos que pluriemplearnos para, además de comer, poder escribir.

Pero la clase obrera es así. Y así vamos, claro. Divide y vencerás. ¿Nos suena?

Más sorpresas: cuando llegamos al hotel Pathos, mi alojamiento en Gijón desde que voy viniendo a Semana Negra, me entero de que mi compañero de habitación es… Francisco José Jurado.

¡El rencor!

Y sí. Ya hemos pasado nuestra primera noche juntos. Y sí. Aquí estoy, apurando estas primeras líneas antes de tomar la primera caña del día. Entreteniéndome más de la cuenta.

Hubo croquetas, muchas, muchas croquetas… el abrazo de/a Paco Camarasa, la guasa con Javier Márquez (su Orfeo lo reseñamos AQUÍ) y el resto la Andalucía Connection, las risas con Nerea Riesco, el primer vodka en la terraza del Don Manuel… pero esto se me va de las manos.

Corto y cierro. Momentáneamente.

Y, recordad, muy, muy conradiano… el rencor. El rencor.

Jesús Lens, desde Gijón, sweet home.