Miedo, escalofríos e indignación

El perturbado asesino Radovan Karadzic ha sido condenado a 40 años de prisión por Genocidio y Crímenes contra la Humanidad. Y a ello va dedicado mi artículo de hoy domingo, en IDEAL.

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Quiso la casualidad que me encontrara en Belgrado cuando se detuvo a esta mala bestia. Había llegado a la capital serbia tras haber pasado varios días en la hermosa capital de la vecina Bosnia, donde los estragos de los cerca de cuatro años del Sitio de Sarajevo seguían siendo visibles y perceptibles.

Y es que no es fácil olvidar a 12.000 personas muertas y a unas 50.000 heridas. Karadzic, psiquiatra de profesión, también fue el responsable de la masacre de Srebrenica en la que 8.000 bosnios fueron asesinados.

Durante el tiempo que pasé en Belgrado presencié concentraciones y manifestaciones exigiendo la libertad de este animal, un demente enfermo de nacionalismo, un genocida repugnante. Recuerdo que sentí miedo. Y escalofríos. Sobre todo, al ver a grupos de jóvenes enarbolando banderas con simbología fascista, gritando como descosidos. Y luego estaban los que, uniformados, pedían colaboración económica a los paseantes. ¡Y la de gente que les daba dinero…!

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Sentí miedo, sí. Pero, sobre todo, sentí indignación. ¡Maldito sea ese nacionalismo manipulador que convierte a personas supuestamente racionales en bestias sin entrañas! Ese nacionalismo que manipula torticeramente la historia y que enfrenta a las personas, a los hermanos y a los pueblos.

De aquel viaje guardo dos souvenirs. Uno me acompaña siempre. Es un bolígrafo que compré en un mercadillo de Sarajevo, fabricado con el casquillo de una bala. Me parece una preciosa metáfora del final de una guerra y la mejor materialización posible de la historia de la Espada y la Pluma.

El otro objeto es siniestramente kitsch: un mapa del Sarajevo en el que se celebraron los Juegos de Invierno de 1984, decorado con sus aros olímpicos y con el trazado de las pistas de esquí, la localización de los trampolines de saltos o la villa olímpica. Y, superpuestos a ese escenario idílico… los frentes del Asedio de Sarajevo: los puestos desde los que disparaban los francotiradores, los puntos de abastecimiento del ejército serbiobosnio, tanques y un aterrador etcétera. El paraíso y el infierno dándose la mano.

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Cada vez que escucho los cantos de sirena de los nacionalismos, de cualquiera de ellos, recuerdo el desmembramiento de los Balcanes. Su descuartizamiento. Y siento miedo. Y escalofríos. E indignación. Como aquellos días, en Belgrado.

Jesús Lens

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