Magia a la luz de la luna

¿Tú crees en la magia? O, más concretamente, cuando alguien hace un truco delante de ti, ¿eres de los que disfrutan con él y se deja envolver por la magia o de los que trata de pillar al mago en un renuncio, intentando descubrir cómo lo hace, cómo te engaña?

 Magia a la luz de la luna

Es posible que, dependiendo de la respuesta a esa pregunta, te guste más o te guste menos la última película de Woody Allen, que se basa precisamente en el engaño, en la mentira… y en la importancia de la magia, a la hora de afrontar la vida.

Todo comienza en 1928, en Berlín. Un prodigioso mago impresiona a la concurrencia que abarrota el teatro en que actúa. Interpretado por Colin Firth, el mago se muestra, tras el telón, como un tipo desagradable, tiránico, exigente y, tan pagado de sí mismo, que resulta inaguantable. Sin embargo, por improbable que parezca, tiene un amigo. Otro mago que le plantea un enorme reto: acompañarle a la Costa Azul, a la casa de una acaudalada familia en la que se ha instalado una médium y a la que resulta de todo punto imposible desenmascarar.

 Magia  ala luz d ela luna poster

Con toda su soberbia a cuestas y haciendo gala de su humor ácido, sarcástico y corrosivo, el mago se presenta en la costa mediterránea, dispuesto a terminar con los tejemanejes de la referida embaucadora, interpretada por una Emma Stone en estado de gracia. Y, sin embargo…

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El topo

Quiso la casualidad, el horario y mis ganas de ir al cine que mi último paso por las salas del 2011 se convirtiera en un impremeditado programa doble de cine de espías: primero vi “El topo” y de inmediato, con el tiempo justo para comprar una botellita de agua con la que hacer más digerible el bolsón de palomitas que me había tomado, me metí a ver “Misión imposible IV”.

Casualmente, ambas películas se abren con una toma aérea de la misma ciudad: Budapest.

Y hasta ahí llegan las similitudes. Porque mientras que la fotografía de “El topo” nos muestra una ciudad gris, brumosa, sucia e inquietante; la franquicia de Tom Cruise abre con la Budapest en alta definición que conocemos gracias a las revistas de viaje en papel couché y a los documentales de canales como “Viajar”: colorista, despejada y luminosa.

Cuando publicaba en Twitter y Facebook que había estado viendo ambas películas, mi querido MIR -al que mandamos desde aquí un abrazo gigante y nuestra más sincera enhorabuena- me preguntaba que cuál me había gustado más. Y, aunque es verdad que son distintas, que no se pueden comparar y que tal y Pascual… no hay color: disfruté mucho más del gris melancólico de “El topo” que de la pirotecnia festiva de “Misión imposible IV”, sin desmerecer sus mértos, que conste.

No sé a quién se le ocurriría, en plena vorágine del siglo XXI, en los tiempos de Wikileaks, Internet, satélites, Anonymous y demás ferralla delincuencial volver los ojos a aquellos años oscuros de Guerra Fría y Telón de Acero; mucho más “sencillos”, pero también mucho más siniestros, ásperos y crueles. En cualquier caso: chapeau y ¡gracias!

Porque “El topo” es una adaptación de John LeCarré protagonizada por uno de sus personajes de referencia: Smiley, un funcionario del MI6 británico cuya Némesis soviética es denominada como Carla en esta película angustiosa, morosa, tranquila, pausada y excelente.

El papel principal está interpretado por Gary Oldman, habitualmente exagerado y sobreactuado en otras cintas y que en esta ocasión está absolutamente contenido, creando arte de la imperturbabilidad más absoluta. Junto a él, un excelente elenco de secundarios de lujo, de esos muy británicos, muy profesionales, que se adaptan a cualquier papel igual que tanta gente se orienta a los cambios de gobierno, circunstancias y coyunturas con pasmosa facilidad. Como si no les costara trabajo.

Y, al mando de la orquesta, el sueco Tomas Alfredson, conocido por haber dirigido la versión original de la muy desasosegante “Déjame entrar”, la mejor y definitiva vuelta de tuerca al cine de vampiros de los últimos años.

Extendernos en “de qué va la película” sería ocioso. Con esos mimbres, ya deberías saber a qué atenerte. Y si no… casi mejor. ¡Ve a verla! Es una gran película. Una película sin acción, pero con mucho ritmo. Y hasta ahí puedo escribir.

Como tiene ritmo la extraordinaria banda sonora, firmada por Alberto Iglesias, al que no nos extrañaría ver con un Oscar en las manos, por fin, dentro de unos meses, por su excepcional trabajo en “El topo”.

Una película en la que aparecen el sastre, el calderero, el soldado y el espía. No recuerdo nada de aquella serie de televisión. Solo una estética adictiva y que su título es de los que se te queda grabado para siempre.

Precioso título original...

“El topo”. No diremos que es la película de las Navidades, para no amargársela a los adictos al almíbar y los colorines. Pero, desde luego, es de lo mejor que nos ofrece la cartelera estos días.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

En 2008, 2009, 2010 y 2011, el 3 de enero, fue eso lo que publicamos…

El discurso del rey

Es imposible ir a ver “El discurso del rey” el mismo día en que la Academia le ha otorgado los Oscar a la mejor película, dirección, guión y actor principal y, en la reseña, sustraerse a ese hecho.

¿Se merece la película de Tom Hooper tanto honor y distinción? Personalmente, “El cisne negro” me pareció más y mejor película. Y, por supuesto, “La red social”. Pero eso no quita para que, viendo al duque de York luchar contra sus demonios, estuviera tenso en la butaca del cine, nervioso, como si pudiera ayudarle yo también a pronunciar un puñado de palabras de una forma razonablemente serena.

Porque, y a estas alturas todo el mundo lo sabe, el duque, padre de la actual Reina Isabel, era tartamudo. Algo que, hoy, podría parecer baladí, pero que en los años treinta tenía una importancia capital. En primer lugar, porque la radio transmitía la voz de los monarcas a las Islas Británicas y al resto del Imperio. Nada menos que un 25% de la población mundial. Su voz era su imagen.

Pero es que, además, los referidos años treinta vieron el ascenso del fascismo y la llegada de la II Guerra Mundial. Y, para Inglaterra y el resto del Imperio Británico, para lo que entonces se llamó el “mundo libre”, las alocuciones radiofónicas de sus líderes tenían una importancia estratégica sin parangón.

Podemos imaginar la situación, por tanto, del duque de York, tartamudo desde su más tierna infancia, cuando se tiene que dirigir a una multitud. Y, después, a la muerte de su padre, cuando los nazis son más que una amenaza para la paz mundial, la cuestión sucesoria que se plantea con su hermano, el legítimo heredero a la corona… empeñado en casarse con una mujer divorciada (sic)

Sin embargo, todo esto no es más que el escenario, el marco referencial. Porque si algo bueno tiene la película es que prácticamente el cien por cien de su metraje transcurre en un plano intimista: el que permite la relación del tartamudo con su logopeda, magistralmente interpretado por un Geoffrey Rush a la altura del multipremiado Colin Firth.

Esa relación es la base de la película. La confianza, los esfuerzos compartidos por superar un problema, los malos humores y los raptos de genio de dos personas que, en cualquier otra circunstancia, jamás habrían cruzado sus caminos.

“El discurso del rey”, por tanto, gustará mucho. A todos. Película universal que se ve con agrado, con las dosis justas de humor, tragedia, risas y lágrimas, cinismo, compromiso, pompa y circunstancia. Irreprochable, como la define Carlos Boyero.

Ahora bien, ¿está llamada a trascender y a figurar entre lo mejor de la década cuando, allá por el 2020, echemos la vista atrás y hagamos balance? Seguramente no. Mientras que, posiblemente, “La red social” y “El cisne negro” sí serán de las que se barajen como títulos imprescindibles y definitorios de una década.

¡Sólo el tiempo lo sabe y dictará sentencia!

Valoración: 8

Lo mejor: el trabajo interpretativo de los protagonistas y, también, de esos maravillosos secundarios que siempre ofrece el cine británico.

Lo peor: que su recuerdo no durará y terminará perdiéndose, como lágrimas entre las gotas de la lluvia…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.