Pobres y divertidas criaturas

Parecía que lo habían hecho a propósito. A la venta de entradas, me refiero. La mitad izquierda del patio de butacas estaba llena de gente joven. La derecha, de maduritos y viejunos. Empezó la proyección de ‘Pobres criaturas’, la película más reciente de Yorgos Lanthimos, y la platea no tardó en dividirse: la facción más juvenil se reía a carcajadas. La otra, menos. 

¿Es una comedia ‘Pobres criaturas’? Pienso que no, pero los millenials no tuvieron empacho en reír a mandíbula batiente con las cosillas de esa Bella Baxter interpretada por Emma Stone que, a modo de Frankenstein femenina, fue devuelta a la vida por un siniestro doctor después de suicidarse arrojándose a las aguas de un río. Dotada de un cerebro infantil, Bella se conduce como una niña torpe, curiosa y sin prejuicios. Dice lo primero que se le pasa por la cabeza y se muestra caprichosa como un bebé. ¡Pero es Emma Stone, ojo! La intérprete, quiero decir. Por lo que no tardará en romper corazones. 

Como ha ocurrido tantas veces, los hombres intentan poseer a Bella Baxter. Y dominarla. Encerrarla. Cada uno aduce razones diferentes —protección, amor, matrimonio, negocio— pero siempre son la misma: esa mujer, libre, da miedo. Porque si de algo puede presumir Bella es de ser radicalmente libre. 

Les confieso que la película me cansó. Me gustó mucho, ojo, pero tanto exceso esteticista terminó por agotarme. Y eso que me gustan el steampunk y el retrofuturismo, pero tanta distorsión y cámara enloquecida me hicieron mirar el reloj, agobiado por si no llegábamos a tiempo para la clásica hamburguesa post-película. 

Disfruté sobremanera, sin embargo, con las carcajadas y el buen rollo de la gente joven. Dos horas y media de película larga, densa y repleta de ideas en las que aprendemos a querer, admirar y respetar a Bella Baxter. ¡Y ese homenaje final a ‘Freaks’! Impagable. Vayan a verla y la comentamos. 

Jesús Lens

Coches rápidos y música alta

“Baby Driver” es una apreciable película de 115 minutos de duración que hubiera sido mejor si durara 10 minutos menos. De hecho, habría llegado a ser realmente notable si su director se hubiera ceñido a los famosos tres rollos del cine clásico: aquellos ya olvidados 90 minutos a los que los grandes maestros solían ceñirse. Con notable aprovechamiento, por cierto.

Porque la cañera “Baby Driver” comienza a toda mecha, sigue a velocidad de crucero y termina derrapando y aburriendo al respetable al enrollarse sobre sí misma a base de escorzos e innecesarios giros del guion.

 

Edgar Wright, vigoroso director y guionista de la cinta, bien debía saber que “Baby Driver” es un poderoso ejercicio de estilo en el que el desarrollo de los personajes, más que secundario, resulta intrascendente. Que el protagonista tiene empaque suficiente como para sostener toda la historia sobre sus hombros.

¿Quién se acuerda, así a bote pronto, de los malos de “Bullit”, “Drive”, “Heat” o “The Driver”, películas que tanto tienen que ver con ésta? Sí. Hablamos de conductores. Y de coches, motos y persecuciones. De atracos. De música. Y de estilo. De clase. De presencia y de prestancia.

 

Resumiremos “Baby Driver” diciendo que el chaval al que hace referencia el título es un joven y experto conductor que trabaja en los sofisticados atracos que diseña Kevin Spacey. Un joven que, por un accidente del pasado, tiene una afección auditiva: le pitan continuamente los oídos. De ahí que siempre escuche música. Y ya.

 

Porque todo lo demás que contemos sobre el argumento carece de importancia. La clave está en la conducción a toda velocidad, en las maniobras imposibles que realiza Baby, brillantemente interpretado por Ansel Elgort, para burlar a sus perseguidores y en la música que escucha.

Que sí. Que hay una chica. Y un puñado de malotes. Y planes que salen bien. O no. Pero que conceptos como “tensión dramática” o “desarrollo de los personajes” no aplican en la película como para alargarla hasta las dos horas de duración.

 

Recordemos que el “Drive” interpretado por Ryan Gosling apenas llegaba a los 100 minutos. Y en la cinta de Nicolas Winding Refn sí había drama. También es verdad que el protagonista era tan lacónico que al guionista le costaba meter líneas de diálogo en el libreto, pero estamos ante una cinta extraordinaria que va al grano y no se embarulla innecesariamente, solucionando las cosas a base de martillazos cuando resulta necesario.

Walter Hill, por su parte, contó la historia de “The Driver” -hay que destacar la originalidad de los títulos de películas protagonizadas por conductores- en una hora y media exacta. Más que suficiente para que Ryan O’Neal ponga en jaque al policía interpretado por Bruce Dern e, incluso, para tontear con la enigmática jugadora interpretada por Isabelle Adjani.

Obviamos en esta entrega de El Rincón Oscuro al “Taxi Driver” de Scorsese, por mucho que Robert de Niro bordara a Travis y que, en su proceso de identificación con el personaje, obtuviera la licencia de taxista y ejerciera como tal en las calles de Nueva York, experimentando el estrés y la soledad que debe producir conducir en la jungla urbana. La cinta es bien negra, pero no hay persecuciones, atracos ni nada por el estilo.

Así que nos vamos a centrar en “Bullit”. Por varias razones. En primer lugar, por el carisma de Steve McQueen. Que no voy a ser tan osado como para comparar al Elgort de “Baby Driver” con él, pero que le da un aire. Y que su interpretación es un homenaje al maestro.

 

En segundo lugar, por las persecuciones. Que mira que es difícil que las escenas de acción del cine analógico puedan seguir pareciendo majestuosas en la era de los efectos digitales, pero la secuencia del Mustang lanzado a toda velocidad por las calles de San Francisco impresiona hoy tanto como en 1968.

Y luego está la cuestión de la música. Que la banda sonora de Lalo Schifrin forma parte esencial de nuestra vida cinéfila y no se puede entender la película sin la música, binomio inseparable y enriquecedor, modelo de cómo el séptimo arte debe compendiar a todas las demás.

 

Y es que, efectivamente, la clave de “Baby Driver” está en la música. Además de en las calles de Atlanta, un refrescante cambio de ambiente urbano, que Nueva York y Los Ángeles ya están muy vistas. La clave está en la música y en esos auriculares que Baby no se quita ni para dormir. Y en los efectos de sonido, Dolby Digital Surround… en riguroso estéreo.

 

Quedémonos con dos de las canciones que componen una banda sonora apabullante y espectacular: la vibrante “Bellbottoms” de Jon Spencer Blues Explosion que suena al principio de la película y le da el tono a la cinta. Hay que destacarla porque es un temazo… y porque está en el origen de “Baby Driver”, una película que su director ha tardado veinte años en filmar. Los veinte años que han transcurrido desde la primera vez que escuchó la canción en cuestión y soñó con verla en el cine.

Y está “Easy”, de Lionel Ritchie -interpretada por Sky Ferreira para la BSO- y que yo conozco en la versión que Mike Patton grabó como cierre amable y sosegado del descomunal “Angel Dust”, disco capital de una banda histórica del metal de los 90: Faith no more.

 

En estos días abrasados por el calor y la canícula, no es mal plan ver “Baby Driver” en una sala climatizada, con el sonido a todo volumen. ¡Sobre todo porque entre los malos, junto a Jon Hamm y Jamie Foxx, está el mismísimo Flea, mítico bajista de los Red Hot Chili Peppers!

 

Jesús Lens

Rogue One

El pasado jueves fui con mi hermano y sus dos hijas a ver “Rogue One: una historia de Star Wars”. Que lo del subtítulo no es baladí: cuando le pregunté a Carmela por el nombre de la película que íbamos a ver, me respondió, toda alborozada: ¡¡¡¡Star Wars!!!! Y de esta experiencia hablo hoy en IDEAL.

No creo descubrir nada al decir que el universo creado por George Lucas va más allá, mucho más allá, de lo estrictamente cinematográfico. Ejemplo: a la Iniciativa de Defensa Estratégica con escudos antimisiles propuesta por Ronald Reagan en 1983 se la conoció popularmente como “Star Wars”, algo que nunca molestó al presidente norteamericano.

Más ejemplos del impacto del fenómeno galáctico: se calcula que el mercandishing de la saga pudo alcanzar ventas de 5.000 millones de euros tras el estreno del episodio 7 y ayer, día de Navidad, la emisión del episodio 3 en televisión provocó cinco trending topics diferentes en Twitter, con miles de internautas hablando de Anakin, los Sith, Palpatine o la princesa Amidala.

“La guerra de las galaxias” se estrenó en 1977. Recuerdo que mis padres nos dejaron en casa y ellos se fueron al cine. A “El imperio contraataca” ya sí fuimos mi hermano y yo. Seguramente no entendimos nada -de hecho, teníamos muy claro qué era el Imperio, pero no ubicábamos bien al Ataca contra el que peleaba- pero nunca olvidaremos que estuvimos allí. En el cine.

El estreno del episodio 1, aunque resultó decepcionante, no impidió que fuéramos a ver los dos siguientes, emocionándonos con la primera respiración de Darth Vader, una vez implantada la famosa máscara al abrasado cuerpo del pobre Anakin. ¿Y el episodio 7? ¡Una gozada! Pura diversión mezclada con las dosis justas de nostalgia.

En 2017 llegará el episodio 8. Cuarenta años después, el fenómeno continúa creciendo. De forma exponencial. Crece tanto que hasta los soldados del ejército imperial se han convertido en estrellas, protagonizando desfiles en los que son aclamados por el público e incorporándose a las camisetas de los jóvenes de todo el mundo.

“Star Wars” es el mayor fenómeno cinematográfico de todos los tiempos, y tener la oportunidad de seguir viviéndolo, año tras año, es un privilegio.

  • Vale, vale. Pero, ¿y de “Rogue One”, qué”.
  • Que vayan a verla. Que está muy bien. Que no será una obra maestra del cine, pero que mola mucho. En dos o tres días, la comentamos.

Jesús Lens

Calle Cloverfield 10

A mí me sonaba una película anterior que llevaba un Cloverfield en el original, pero que en España se estrenó con uno de esos títulos neutros que lo mismo sirven para una comedia de enredo que para una película de superhéroes. (Era «Monstruoso» y la comenté en el anterior Pateando el Mundo, pura arqueología emocional hasta en los colores).

Y como vi que el cartel de “Calle Cloverfield 10” incorporaba el nombre de JJ Abrams como productor, el viernes de Dolores lo tuve claro y me fui al cine a darle la bienvenida a la Semana Santa.

Calle Cloverfield 10

Insisto: en estos tiempos de sobreexposición informativa, hay que tratar de ir al cine de la forma más inocente posible, sabiendo lo mínimo sobre el argumento de las películas, para disfrutar de las sorpresas que guionistas y directores te tienen reservadas.

Y, en “Calle Cloverfield 10” te esperan muchas sorpresas. Muchas y buenas. Te esperan giros prodigiosos en la trama, descubrimientos increíbles y golpes de efecto que se dejan noqueado.

No. No puedo contarte nada sobre de qué va, para no arruinarte ni uno solo de los milimétricamente medidos 103 minutos de metraje. Porque la clave de la ópera prima del director Dan Trachtenberg está en las sorpresas. En esos giros inesperados de una trama que hace de la mezcla de géneros una gran virtud.

Cloverfield 10

Eso sí: no llegues tarde al cine. Ni un minuto. La película, para disfrutarla en toda su grandeza (que la tiene) y si quieres participar del juego que plantea, requiere de tu presencia en la butaca desde el arranque. ¿Estamos?

Al no poder hablar del guion ni de la historia, destaquemos el ritmo, endiablado, de la película. Que no quiere decir que vaya todo el tiempo al límite de velocidad, sino que el director y los montadores le han dado el ritmo preciso que la misma requiere, dependiendo de la secuencia. Una película que resulta felizmente morosa en unos momentos. Endiablada en otros. Opresiva, liberadora, cómica, dramática, terrorífica, fantástica…

Y los sustos. Que los sustos, compartidos en un cine, se disfrutan mucho más. Que ya saben ustedes que no es lo mismo ver una película que ir al cine.

(Sigue leyendo esta reseña en mi espacio Lensanity)

Jesús Lens

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Carol

De todos los géneros clásicos, y con perdón del western, el más olvidado y caído en desuso es el melodrama. Será la herencia de los culebrones televisivos o de los telefilmes de fin de semana a mediodía, el caso es que ya no se filman dramones como los de antes.

Carol poster

Y por eso, una película como “Carol”, que combina la modernidad más radical con un clasicismo ya en desuso, está provocando tanto revuelo.

La historia de “Carol” es sencilla: en la puritana y conservadora Norteamérica de los años 50, dos mujeres tratan de vivir una historia de amor. Pero lo tienen todo en contra.

A partir de ahí, todo un universo se expande desde la pantalla: las relaciones familiares, los prejuicios de clase, la fascinación por lo nuevo, el miedo a dejarse arrastrar por la pasión, el amor filial, el qué dirán, el tomar decisiones con el cerebro o con el corazón.

Y el sexo, claro.

Que lo bueno de filmar un drama clásico en el siglo XXI es que se puede filmar lo tórrido de una pasión sin temor a la censura.

Carol

“Carol”, dirigida por Todd Haynes, es una maravillosa rara avis del cine contemporáneo, con lo mejor de un clasicismo que surge de las entrañas de la historia y no está en absoluto impostado y las libertades y licencias que permite el cine más rabiosamente actual.

(Sigue leyendo mi reseña en el espacio Lensanity)

Jesús Lens

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