Cotton Club: Más que un Club

Celebramos el Día Internacional del Jazz, desde ese Cine con Swing en que Cid & Lens estamos comprometidos, con una entrada imprescindible que esperamos os guste:

Algunos sitios nada más nombrarlos nos traen las más intrincadas elucubraciones. Sus nombres están asociados a personajes míticos, encuentros siniestros y sorprendentes, acontecimientos inolvidables, y, como es este el caso, a músicos inolvidables. Con el Cotton Club me pasa una cosa, cuando quiero encontrar una similitud con algo semejante por estas tierras pienso en los antiguos cafés cantantes madrileños o sevillanos dónde se reunía el mundo flamenco todo. Guardando las diferencias claro. Tampoco quiero decir con esto que los clubes de jazz sean las peñas flamencas de ahora, no sigan por ahí…

 Cotton Club

El Cotton Club estará para siempre asociado a la etapa del swing, al mundo de los gángsters, a las bing bands, y a la Ley Seca. Era el “Lugar Número Uno”. Allí dónde todo músico quería estar. Se cuenta que en cierta ocasión la big band de Fletcher Henderson fue rechazada y que en su lugar eligieron a la de Jimmie Lunceford. Curiosa historia porque la banda de Henderson fue la “primera big band”. El caso es que en Nueva York había otros locales, como el Connie’s, pero el Cotton Club era otra cosa. A ello contribuyeron seguramente el hecho de que su propietario fuera el gángster Owney Madden (Bob Hoskins en la película), que tuviera la sesión más golfa y sonada de la noche del domingo en Nueva York (las “Celebrities Nights”), y que se convirtiera en cita obligada para todo músico de jazz que pasara por la ciudad, ya fuera el Duque, el Conde, Bessie Smith, Cab Calloway, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Billie Holiday, Nat King Cole,… ¿se imaginan?

 Cotton Club Hoskins

Pero el Cotton Club fue ante todo hijo de su época, y como toda época tiene su final, el Cotton desaparecería, hijo de su tiempo, con ella; fue en 1940, veinte años después de que su primer propietario, el boxeador Jack Johnson, abriera sus puertas. ¡Ahí es na! La brillantina, el jolgorio, el “famoseo”, y ¡ay! el glamur, la canalla noche del jazz de NY, que lo seguiría siendo por cierto, pero con otro aire, dieron pasó a otro tipo de música y de ambiente. Ni mejor, ni peor. Otro. El be-bop traía nuevas ideas al jazz, y el Minton’s, su templo, nada tenía que ver con el “club del algodón”. El escritor Leonard Feather (The Jazz Years) lo deja claro, el Cotton Club “propiedad de la mafia representaba un Harlem para blancos”; el be bop, en contraste, era una música de músicos esencialmente negros que querían romper con el pasado; y sigue Feather, por si alguien no tiene clara la diferencia: “De una manera más significativa, supe que el Cotton Club admitía a negros sólo como músicos. Con la excepción de alguna celebridad ocasional, que era aceptada a regañadientes (nadie se atrevió a insultar a un Bojangles Robinson que portaba una pistola negándole una mesa), los negros no eran bienvenidos como clientes. Saber esto significaba que yo no estaba cómodo allí. Consecuentemente, y quizás alocadamente, incluso atendiendo a su interés social, nunca vi el interior del club”.

 Cotton Club BSO

Quién si conoció bien el Cotton Club, de primera mano, no fue otro que un buen amigo de Leonard Feather, el gran Duke Ellington, quién me imagino se llevaría más de un secreto a la tumba; antes, sin embargo, nos dejó algunos recuerdos de su paso por el mítico local:

“La noche del domingo era la gran noche del Cotton Club. Estuviesen actuando en uno u otro local, todas las grandes estrellas neoyorquinas que se encontraran en la ciudad se acercaban al Cotton Club a saludar al público. Harlem tenía una fama excelente por aquellos días, y su atmósfera resultaba pintoresca a más no poder. Se trataba de un lugar de visita obligada, como Chinatown lo era en San Francisco.

El Cotton Club se hizo famoso a escala nacional por nuestras retransmisiones radiofónicas de costa a costa, que tenían lugar casi todas las noches. A los artistas se les pagaban elevados salarios, y los precios para los clientes, también eran elevados. La sala contaba con doce bailarines y ocho coristas, guapísimas todas. ¡Qué bien iban vestidas! Uno ya no ve esa clase de chicas en los escenarios.

 Cotton Ellington

Durante los años de la Prohibición, siempre era posible comprarle buen whisky a “alguien” en el Cotton Club. Por entonces vendía lo que llamaban Chicken Cock. Venía en una botella que estaba dentro de una lata, y la lata estaba sellada (…). Las incidencias de la era de los gangsters no eran conveniente materia de conversación. La gente a veces me preguntaba si conocía personalmente a fulano o mengano.

 

– No, qué va – decía yo –, no lo he visto en la vida.

 

Pero sí que les conocía a todos, y cuando empecé a tocar en el Cotton Club, las cosas ya se habían salido de madre”.

BSO (Geffen Records, 1984):

The Mooche (Duke Ellington/Irving Mills), Cotton Club Stomp 2 (Duke Ellington), Drop me Off in Harlem (Duke Ellington), Creole Love Call (Duke Ellington), Ring Dem Bells (Duke Ellington/Irving Mills), East. St. Louis Toodle (Duke Ellington), Truckin’ (Rube Bloom), Ill Wind (Harold Arlen), Cotton Club Stomp 1 (Duke Ellington), Mood Indigo (Duke Ellington/Irving Mills), Minnie the Moocher (Cab Calloway/Irving Mills), Cooper Colored Gal (J. Fred Coots), Dixie Kidnaps Vera (Al Woodbury), The Depression Hits/Best Beats Sadman (Al Woodbury/John Barry), Daybreak Express Medley (Duke Ellington)

Productor musical: John Barry.

Paris Blues: la música y sus músicos

Segunda parte de «Paris Blues», para Cine con Swing. La primera está aquí.

Una película cuya banda sonora esté firmada por el Duque (Duke Ellington) siempre es algo que merece especial atención. Pero es que además el músico y compositor echa mano de nada menos que del gran Louis Armstrong, quién por otra parte también aparece en la cinta caracterizado como Wild Man Moore. Armstrong siempre fue un reclamo para el cine y aparece en más películas, pese a que muchos músicos negros no les gustase esta actitud del músico de Nueva Orleans. Digamos que aquí se acaba la presencia de músicos de jazz de fuste en la película… bueno, eso si no nos fijamos bien.

 Paris blues poster

Ni Sidney Poitier era Paul Gonsalves al saxo ni mucho menos Paul Newman debía sonar como el trombonista Bob Brookmeyer, pongamos por caso. Pero para eso estaba ahí Armstrong, para hacer lo que mejor sabía hacer, tocar la trompeta como los dioses. Para cuando salió la película, a principios de la década de los 60, Satchmo ya había aparecido en “Artistas y modelos” (1937), “Una cabaña en el cielo” (1943), “Músicas y lágrimas” (1953), “Alta sociedad” (1956) o “Las cinco monedas” (1959). Louis Armstrong fue probablemente, con todo merecimiento, el músico de jazz más popular, y sus apariciones en películas, series de televisión y en la radio, no hicieron más que acrecentar su popularidad.

No obstante, y conviene no olvidarnos de la realidad norteamericana de entonces, solo unos años antes (1947) de que se rodara “Paris Blues”, Louis Armstrong, ¡si… el mismo!, aparecía en una película titulada “New Orleans”, algo que molestaba a algunos. Boris Vian, un parisino ilustre al que tanto la ciudad como el jazz le deben una, se hizo eco de esto en 1948: “El presidente del Comité local de censura, el honorable ciudadano Lloyd T. Binford, mandó prohibir la proyección de la película en las pantallas de la ciudad de Memphis, debido al destacado papel que se le daba a Louis Armstrong en la distribución”. Así las cosas, comprenderán mejor el papel de Sydney Portier en la cinta.

 Paris Blues música

Satchmo aparece en “Paris Blues” tocando el tema Wild Man Moore (nombre también del personaje que encarna en el film de Ritt) y Battle Royal, ambos compuestos por Ellington. Parece que 1961 fue definitivamente el año de los encuentros musicales de Armstrong y Ellington. Todavía se encerrarían en el estudio para grabar dos discos más: “Together for the First Time” y “The Great Reunion”.

Pero como decía al principio, si nos fijamos bien podremos comprobar como en la película también aparecen otros músicos de jazz. El caso más curioso es el del pianista Aaron Bridgers. Al igual que tantos músicos de jazz de la época, encontró refugió en París, a dónde llegó en 1948. Bridgers, como otros jazzmen norteamericanos, hizo de la capital francesa su segunda casa, y fue un habitual de los clubes de jazz de la ciudad del Sena. El pianista había sido compañero sentimental del compositor y colaborador habitual de Ellington, Billy Strayhorn. De éste último es el tema que abre la película: Take the “A” train; por cierto, el único no firmado por Ellington.

 Paris Blues banda sonora

Los cantantes Diahann Carroll y Serge Reggiani puede que hoy día apenas sean recordados, pero entre la nómina de figurantes que aparecen en “Paris Blues” se encontraba un músico francés que contaba entonces con apenas 26 años. Michel Portal afortunadamente todavía hoy sigue firmando unos discos estupendos, pero yo no lo acabo de encontrar en la película.

BSO (United Artists, 1961):

Take the “A” train, You know something?, Battle Royal, Bird Jungle, What’s Paris Blues, Mood Indigo, Autumnal suite, Nite, Wild Man Moore, Paris Stairs, I wasn’t shopping, Guitar Amour, Return Reservation, Paris Blues.

*Todos los temas son de Duke Ellington a excepción de Take the “A” train de Billy Strayhorn.

Músicos:

Duke Ellington (piano), Louis Armstrong, Cat Anderson, Willie Cook, Ed Mullens, Ray Nance y Clark Terry (trompeta), Louis Blackburn, Lawrence Brown, Murray McEachern y Britt Woodman (trombón), Juan Tizol (trombón de pistones), Arthur Clark y Jimmy Hamilton (clarinete), Johnny Hodges y Oliver Nelson (saxo alto), Russell Procope (saxo alto y clarinete), Paul Gonsalves (saxo tenor), Harry Carney (saxo barítono, clarinete y saxo bajo), Harry Smiles (oboe), Les Spann (guitarra y flauta) y Aaron Bell (bajo).

Cid & Lens

Paris Blues

La seguda película que compone «Cine con Swing» es, efectivamente, «París Blues» o, como se tradujo en España, «Un día volveré». Más información sobre el proyecto, lee aquí. Y sobre la primera película, «Round Midnight», aquí

Irse o quedarse.

Ésa es la cuestión.

Rendirse, claudicar o seguir intentándolo. Hacer caso al conformismo más condescendiente o creer en ti mismo y en tus posibilidades.

¿Quién no se ha enfrentado a disyuntivas como estas, muchas, quizá demasiadas veces en su vida? Sea por amor, por trabajo, por arte, deporte, gusto o afición… ¿cuántas veces has estado en la tesitura de arrojar la toalla para que el árbitro decrete el final del combate?

Porque la vida es una lucha, permanente, contra el acomodamiento, la toma de atajos y de caminos fáciles, la rendición y la bajada de brazos.

Y, si no, que les pregunten a Ram Bowen y a Eddie Cook, los protagonistas de la película “París Blues”, estrenada en España como “Un día volveré” y dirigida por Martin Ritt en 1961.

 Paris Blues afiche

Bowen y Cook, interpretados respectivamente por Paul Newman y Sidney Poitier, son dos músicos norteamericanos, más expatriados que exiliados en París. Bowen es trombonista. Cook toca la trompeta. Al comienzo de la película los encontramos en su salsa, tocando en un club de Montmartre a todo trapo, desatados sobre el escenario. Estamos en uno de esos garitos pequeños, a los que hay que descender a través de unas estrechas escaleras.

¿Por qué hay que bajar, tantas veces, para escuchar jazz? ¿Quizá porque el jazz sigue siendo considerado como una música demoníaca y está más cerca del infierno que del cielo? El caso es que los parroquianos parecen pasarlo de fábula, bailando, siguiendo el ritmo, bebiendo y vibrando con la música.

 Paris Blues concierto

Hasta que termina la noche. Y llega el amanecer. Vemos a la dueña del Club, transitando las calles desiertas de una ciudad que, desperezándose, solo puede ser París. La larga y apetitosa baguette que porta en su cesta así lo sugiere. Casi podemos percibir su olor, recién salida del horno, caliente, churruscante. Y, al volver a entrar en el Club, donde también tiene su casa, se encuentra a los dos músicos, derrotados, pero que siguen tocando. Practicando.

Bowen continúa soplando el trombón. Cook, al piano, trabaja sobre un pentagrama: se trata de una composición del propio Bowen que están terminando de pulir. Y que deriva en un pequeño desencuentro entre los músicos, lo que sirve para definir a los personajes. A Cook le gusta. Está bien. Bowen no se conforma. Él solo aspira a la perfección.

 Paris Blues musicos

Por eso, su relación con la dueña del Club es tan confusa, tan poco comprometida, fría y desapasionada. Las imágenes dejan traslucir que hay algo entre ellos, pero nada parecido al amor. Una relación de conveniencia, más bien. Para el desahogo mutuo. Aunque a ella se la ve más pillada…

En apenas quince minutos, el esqueleto de la película está armado: el espacio, el tiempo, el ambiente y los personajes; sus anhelos y ambiciones, sus grandezas y sus miserias.

Un arranque espectacular para meter al espectador en la historia, sin permitirle distracciones. Un guion que requirió de tres escritores (Walter Bernstein, Irene Kamp y Jack Sher) para adaptar la novela de Harold Flender en que está basada la película. Y un rodaje desarrollado, íntegramente, en la capital francesa, algo imprescindible para darle el toque necesario que la historia requiere.

Y es que el director de la cinta, Martin Ritt, fue uno de los represaliados por la infamante Caza de Brujas desatada en Estados Unidos y se tuvo que exiliar a Europa durante algún tiempo, además de dejar de trabajar en cine y televisión. De ahí la fuerza del personaje interpretado por Poitier, un afroamericano que, en París, no siente el acoso que sufría en su país, sintiéndose más cómodo, relajado, admirado, querido e integrado.

 Paris Blues

La más o menos plácida vida bohemia que los protagonistas llevan en París se verá sacudida cuando Ram vaya a la estación de tren a recibir a Wild Man Moore, un popular y reconocido músico de jazz norteamericano que desembarca en París con toda su orquesta, dispuesto a prenderle fuego a la ciudad. Interpretado por el mismísimo trompetista Louis Armstrong, una de esas felices presencias que iluminan la película cada vez que aparece en escena; el personaje de Wild Man estará presente a lo largo de todo el metraje ya que, además de aparecer un par de veces en pantalla, su imagen persigue continuamente a Ram Bowen a través de los pósters, las noticias y los carteles que anuncian sus actuaciones. Un recordatorio permanente de lo grande que se puede llegar a ser.

Decíamos que la vida de los músicos se verá alterada porque, en el mismo tren en que viaja Wild Man, llegan dos turistas norteamericanas con ganas de conocer la ciudad y pasarlo bien en París. Ellas son Connie, interpretada por la actriz negra Diahann Carroll y a la que Ram comienza a tirar los tejos en el propio tren; y la caucásica y rubia Lillian, interpretada por Joanne Woodward.

 Paris Blues chicas

A partir de ahí, la película toma una deriva que oscila entre lo cómico y lo trágico y que mezcla la guerra de los sexos con esa otra guerra, más sorda, entre la pulsión de la libertad creativa y las ataduras de las relaciones formales es institucionalizadas.

Es llamativo, en este sentido, lo agrio y descarnado de la interpretación de Newman, construyendo un personaje lleno de matices, pero al que, la mayor parte de las veces, dan ganas de insultar y zaherir o, cuando menos, dar de lado. Es un personaje que se parece mucho al Eddie Felson de “El buscavidas”, la película de Robert Rossen, otro de los directores represaliados por el Hollywood de la Caza de Brujas, no por casualidad filmada el mismo año 1961.

Se trata de individuos dotados de un talento especial, pero cuya personalidad es complicada, inconformistas, que no hacen lo que la sociedad y los convencionalismos esperan de ellos. Personajes que, por tener un don; sufren, padecen y lo pasan mal. Lo que repercute en su carácter. Y en sus relaciones con las mujeres, en absoluto fáciles o pacíficas. De hecho, es uno de los temas principales de “Paris Blues”: la relación de amor/odio y atracción/repulsión entre los personajes de Newman y Woodward.

Y no porque no se gusten, no estén a gusto juntos o no se rían y se lo pasen bien; sino porque esa escapada a París es solo un paréntesis en la vida de ella mientras que, para Ram, es una apuesta definitiva y volver a Estados Unidos conllevaría ceder a esa rendición de la que hablábamos al principio de este capítulo. Pensar en una cómoda vida hogareña, por mucho que ella le prometa darle espacio, tiempo y todas las comodidades para que componga y toque su música…

Y lo curioso es que Ram comienza flirteando con Connie, al conocerla en el tren. Pero ésta se interesa más por Cook. Quiere saber porqué se ha exiliado de su país. Y ésa es el otro tema importante de la película, la otra gran disquisición: la huida en evitación de los conflictos o la necesidad del compromiso y la lucha para vencer los prejuicios y la injusticia.

 Paris Blus racial

En principio, la decisión del personaje interpretado por Poitier de marcharse de unos Estados Unidos racistas y segregacionistas para radicarse en París y dedicarse a lo que más le gusta y mejor se le da, que es tocar la trompeta, parece tan sensata como lógica y pertinente. De hecho, la tradición de los artistas norteamericanos que se exilian y su pulsión por instalarse en la Ciudad de la Luz, con independencia de su color, credo, raza o religión; es un clásico sobre el que volveremos más adelante.

Sin embargo, el personaje de Connie, una luchadora pro derechos civiles en Estados Unidos, combativa y concienciada, viene a espolear a Cook y a enfrentarle a uno de los dilemas que asaltan a los hombres, desde el principio de los tiempos: aunque huyas de ellos, los problemas no desaparecen. Siguen estando ahí. Aunque haya un océano de por medio.

Hasta el final, la película nos va mostrando las relaciones entre las dos parejas, juntas y por separado. Y el director aprovecha para hacer un recorrido por muchos de los lugares emblemáticos de París. Un París que, aun en invierno y en blanco y negro, luce en todo su esplendor, desde el Campo de Marte a los Bateaux-Mouches por el Sena.

 Paris Blues club

Y la música, claro. Los conciertos. Las fiestas en los áticos y las terrazas de las casas del Montmartre. La vida bohemia, con el reverso tenebroso y amenazador de la adicción a heroína de la que es presa uno de los músicos residentes en el Club. Y la aparición, por sorpresa, de Wild Man Moore, con toda su banda, convirtiendo un garito europeo en un fantástico local del Nueva Orleans en el que rugen los vientos de los trombones, las trompetas y los saxofones.

 Paris Blues banda

La música interpretada… y la compuesta. Porque Ram no se resiste a ser un mero instrumentista. Y consigue una entrevista con uno de los popes musicales de París, al que le presenta el fruto de su apasionado trabajo, lo que precipita un final que, dependiendo del espectador, de su forma de pensar y sentir; se podrá considerar como lógico o absurdo; defendible o indefendible; posible o imposible… ¡Es la grandeza del cine!

Cid & Lens

Para leer más sobre «Paris Blues», lee aquí.

Round Midnight: la balada del bebop

Vamos con otra entrada más sobre “Round Midnight”, que es una película-canción con mucha tela que cortar. Aquí, las entradas anteriores. ¡Y que viva el Cine con Swing!

Una fotografía de 1953 de Bob Parent en el Open Door Café de Nueva York muestra a Charlie Parker y a Thelonious Monk absortos mientras tocan un tema, me imagino que “bopero” como corresponde a la época de la imagen. Desconozco si la pieza que tocaban con tanta pasión los padres del bebop era `Round Midnight (composición de Monk) pero bien podría ser.

 village open

Me imagino también que cuando Bernard Tavernier y Herbie Hancock se pusieron a elegir el tema de jazz que mejor podría servir para acompañar las andanzas de Dale Turner, les vino a la cabeza inmediatamente la balada compuesta por Monk. El tema se ajusta como un guante al personaje y la composición del pianista era lo suficientemente representativa para la época en la que se ambienta la película.

Desconozco si Tavernier lo sabía, pero el otro protagonista de la historia, el pianista Bud Bowell, en quién se inspira el personaje de la película, contribuyó desde un primer momento a popularizar esta composición. Parece ser que cuando Powell militaba en las filas de la orquesta del trompetista Cootie Williams convenció a éste para que incluyera el tema en su repertorio. A partir de entonces, ‘Round Midnight, que había estado durmiendo una buena temporada desde que fuera escrita, empezó a hacerse un sitio entre los músicos de jazz.

En jazz, las composiciones no son como empiezan sino como acaban… tocándose. En este sentido, si hay un músico que se caracterizó por dejar su impronta en temas de otros ese fue Miles Davis. La anécdota es conocida pero merece la pena volver a recordarla. Davis hizo una versión en el festival de jazz de Newport de 1955 que introducía algunos cambios en la pieza: incorporaba un interludio que aún hoy se sigue tocando. El concierto y en especial el tema tuvieron una clamorosa acogida. Tras el concierto, Thelonious Monk y Miles Davis discutieron en el coche que los llevaba de vuelta cuando el primero desaprobó la interpretación del trompetista. En un momento dado Monk se bajó precipitadamente del coche. El trompetista recordará así ese momento: “Dejamos a Monk dónde se coge el ferry y nos volvimos a Nueva York”.

 Miles and Monk at Newport

Como es lógico, son muchas las versiones del clásico de Monk que merecería la pena recordar. Incluso todavía hay que decir que Dizzy Gillespie reclamaría como suyas la introducción y el final del tema. La interpretación de Bobby McFerry con la que se abre la película es sentida y original. Tiene la virtud de crear la atmósfera necesaria al comienzo de la película. El mantra-tema se reproducirá a lo largo de la cinta acompañando el azaroso deambular Dale Turner durante sus últimos días.

Siendo la música de Monk compleja como es, ´Round Midnight es aparentemente más sencilla y posee algo de mirada contemplativa en medio de la noche. Ese momento elegido por los jazzmen para sacar notas improvisadas a la vida. Quizás por eso siga siendo a mi modesto entender la mejor banda sonora del jazz del siglo XX.

 village vanguard

La B.S.O. que se publicó de la película incluía un corte extra grabado en directo de un concierto de Dexter Gordon en compañía entre otros de Woody Shaw en el Village Vanguard de Nueva York. No dejen de escucharla.

Cid & Lens

Alrededor de la medianoche con Bud Powell, Lester Young y Paudras

¡Gente! Ya saben ustedes que si hoy es miércoles… ¡hoy toca jazz! Y lo vamos a celebrar con una nueva entrega de «Cine con Swing», apurando nuestra relectura de «Alrededor de la medianoche». En este caso, estudiamos la relación entre los personajes de ficción de la película y los auténticos protagonistas de una de las amistades más hermosas de la historia del cine, de la que empezamos hablando AQUÍ. ¿Nos sigues? Pues vamos que nos vamos. #cineconswing

 Alrededor de la Medianoche

La primera vez que vi “Alrededor de la Medianoche” me enfadé con Francis, al que Dale llama, cariñosamente, Lady Francis, con esa voz maleada y rota que gastaba, como de ultratumba, como si se la hubiera dañado de tanto soplar el saxo.

¿Por qué no se quedó pegado a Dale y lo obligó a embarcar con él en el vuelo rumbo a París, ese vuelo que le habría salvado la vida y le habría permitido seguir tocando, componiendo y grabando más tiempo? ¿Por qué lo dejó campando a sus anchas, sabiendo que las garrapatas se iban a cebar con él, carente de fuerzas y de voluntad para evitarlas?

 Round Midnight

Vuelta a ver, más mayor y baqueteado por la vida, comprendes que era el único final posible, honroso y poético, para una amistad que, de cualquier otra manera, habría terminado corrompiéndose, banalizándose, atemperándose y enfriándose.

Pero, ¿cuál es la verdadera historia que hay detrás de los personajes de “Round Midnight?

Cuando termina la película, escuchamos la voz de Dale desgranando la siguiente letanía: “Ojalá vivamos como para ver una avenida llamada Charlie Parker, un parque llamado Lester Young, una plaza llamada Duke Ellington e incluso una calle llamada Dale Turner”.

Y unas palabras sobreimpresas en pantalla: la película está dedicada a Bud Powell y Lester Young. Con respeto.

Y es que, efectivamente, Bertrand Tavernier se inspiró para construir a los personajes de su película en el libro “La danza de los infieles”, de Francis Pudras, en la que se cuenta su profunda amistad con un músico de jazz: el mencionado Bud Powell.

 Bud Powell paudras libro

Nacido en el seno de una familia de gran tradición musical, en Harlem, el 27 de septiembre de 1924, Powell mostró una precocidad inaudita y con muy poquitos años era capaz de tocar piezas de diferentes músicos de jazz con solo escucharlas una vez. Además, se aficionó a la música clásica europea más vanguardista, trabajando sobre las composiciones de Debussy, Chopin, Beethoven, Bach o Liszt.

A la temprana edad de quince años dejó los estudios para dedicarse profesionalmente, en cuerpo y alma, al jazz. El Be-Bop se cruza en su vida y participa en jam sessions con personajes de la talla de Bird, Dizzy y, sobre todo, de un pianista que ejercería una notable influencia en su vida: Thelonious Monk.

Durante los primeros años cuarenta, además de tocar el piano como un descosido, su sangre caliente y su fuerte temperamento le llevó a protagonizar diversos jaleos, a meterse en broncas y a ser detenido por escándalo público. Según contó el mismo Powell, fue por defender a Thelonious que se metió en una bronca con un policía que dio con sus huesos en el hospital de Bellevue, en Philadelphia, descalabrado.

 Bud Powell componiendo

En la ficha de ingreso, Powell se describió a sí mismo como: “Pianista y compositor de cerca de 1000 canciones”. De hecho, el médico que lo trató consideró que tenía delirios de grandeza y decretó su internamiento en el pabellón de enfermos psiquiátricos. Fue la primera vez que le pusieron una camisa de fuerza, prenda que se vería abocado a vestir otras muchas veces en su vida. Solo tenía ventiún años cuando pasó sus primeros doce meses encerrado en un manicomio y presa de fuertes dolores de cabeza, depresión, ansiedad, etcétera.

A partir de 1946 vuelve a los escenarios para convertirse, sencillamente, en una leyenda y en un pianista referencial para el resto de músicos de la época, pero quiso la fatalidad que en 1947, justo después de grabar con otro mito, Charlie Parker, fuera ingresado nuevamente en un psiquiátrico, donde le dieron sus primeros electroshocks.

La constante dialéctica entre música, grabaciones, actuaciones, consumo de alcohol y drogas, broncas y peleas, detenciones, ingresos en clínicas y hospitales, electroshocks y otros tratamientos de lo más agresivos irían minando no solo su creatividad, sino también su destreza interpretativa. Y, por supuesto, su memoria. Por ejemplo, en 1951, durante uno de sus ingresos hospitalarios, los médicos solo le permiten tocar el piano una vez a la semana.

 Bud Powell piano

En 1953, formando trío con Duvivier y Taylor, Powell actuó decenas de noches en el famoso Birdland. Y durante aquellos meses, el dueño del garito lo sometió a una disciplina más carcelaria que cuartelera; encerrándolo en un piso tras cada actuación e impidiéndole pisar la calle, uno de los episodios que fueron libremente recreados por Tavernier en “Round Midnight”.

En 1956, Powell viaja a Europa por primera vez. Posteriormente, en 1959, regresará al Viejo Continente, para convertirse en la gran atracción del famoso Blue Note de París. Cinco años en los que tocaría por varios países y grabará varios discos, encontrando apoyo y ayuda en amigos como ese Francis Paudras que, posteriormente, escribiría el libro sobre su relación y su amistad que inspiró “Alrededor de la Medianoche”.

 Bud Powell parís

A finales de 1964, Powell sintió añoranza de su amada Norteamérica y volvió a Nueva York, donde fallecería el 31 de julio de 1966, después de volver a tocar en el Birdland de sus amores… y sus pesadillas. Las causas de la muerte: una mezcla de tuberculosis y malnutrición. El mejor de los homenajes: un cortejo de cinco mil personas acompañaron el féretro con sus restos por las calles de Harlem, en uno de esos multitudinarios y festivos funerales que pasaron a la historia del barrio.

Por su parte, el saxofonista Lester Young fue otro de esos músicos revolucionarios y visionarios (el estudioso Gunther Schuller lo definió como “el artista de jazz más influyente entre Louis Armstrong y Charlie Parker) que, a finales de los años cincuenta y tras una monumental carrera a sus espaldas, malvivía en París, encerrado en un apartamento y aplicado exclusivamente al arte de matarse bebiendo, lo que conseguiría llevar a término el 15 de marzo de 1959, en la muy letal ciudad de Nueva York. Contaba con cuarenta y nueve años de edad.

 Lester Young Paudras

Y nos queda el otro lado del triángulo: Francis Paudras, un artista gráfico enamorado del jazz hasta la enfermedad y casi hasta el delirio, coleccionista de instrumentos y demás parafernalia musical y pianista aficionado. Paudras conoció a Bud Powell a principios del los sesenta y se convirtió en uno de sus patrocinadores; en su amigo y su cuidador, enfrentándose en los tribunales a la propia esposa del músico para conseguir su custodia legal.

 Bud Paudras photo

En 1964, Paudras acompañaría a Powell en su regreso a los Estados Unidos y fue parte decisiva en la expectación que creo la vuelta del pianista al Birdland, donde se comprometió a tocar seis semanas a partir de diciembre de ese mismo año. Sin embargo, la vuelta al alcohol y a la mala vida por parte del músico daría al traste con la aventura. Eso sí: Paudras se perdió el nacimiento de su propio hijo, por acompañar al pianista en su postrer vuelta a los escenarios.

De vuelta en Francia, Paudras siguió cultivando la amistad de músicos de jazz como Bill Evans y Jacky Terrason y, en 1981 publicó un libro de fotografías junto a Chan Parker, la viuda de Bird: “To Bird With Love”.

 Bud Powell documento

Pero su gran devoción fue, por siempre jamás, ese Bud Powell del que siguió editando discos, incluyendo grabaciones que había hecho en sesiones privadas y particulares. La pregunta es: ¿qué llevaría a este enamorado del jazz a suicidarse, el 26 de noviembre de 1997, en su casa de Antigny, a los sesenta y dos años de edad?

Misterios de la vida. Y de la muerte.

Cid & Lens