El legado de Bauer

Es posible que ustedes no lo sepan, pero si están leyendo estas líneas es gracias a Jack Bauer, un agente de la Unidad Antiterrorista de los Estados Unidos que ha salvado el mundo de diversas hecatombes, conflagraciones bélicas y devastadores ataques bacteriológicos y nucleares.

Bauer ha peleado con igual ahínco contra extremistas islámicos, bandas de la antigua Yugoslavia sedientas de sangre, taimados espías rusos, mercenarios locos cegados por la codicia y fríos generales chinos con ansia de dominar la geopolítica internacional.

Pero el legado de nuestro admirado y reverenciado Jack va mucho más allá de haber salvado el planeta tierra en innumerables ocasiones. Por ejemplo, ¿de verdad piensan ustedes que el primer afroamericano en ocupar la Casa Blanca fue un tal Barak Obama? ¡Ni muchísimos menos! El primer presidente negro de los Estados Unidos fue David Palmer, un tipo honesto y cabal que, tras una agitada presidencia, fue sustituido en el cargo por un loco peligroso, no solo un incapaz de tomo y lomo, sino también un villano recalcitrante: Charles Logan. ¿Les suena la película?

Y es que la serie “24”, temporada a temporada, anticipa todo lo que le ha ido ocurriendo a los Estados Unidos en lo que va de siglo, que la fecha de su estreno, el 1 de noviembre de 2001, ya es suficientemente indicativa… Ocho temporadas completas, una película, un videojuego y una media temporada, “Live another day”; 68 nominaciones a los Emmy y 20 premios conseguidos, nos han deparado horas y horas de nervios, pasión y tensión sin límites.

Y, en el caso de “24”, el concepto de “hora” no resulta baladí dado que cada episodio cubre exactamente una hora del día y transcurre (supuestamente) en tiempo real. Así, el primer episodio de la primera temporada comenzaba a las 12 horas de la jornada en que se celebraban las primarias en el estado de California y, tras veinticuatro horas de infarto, terminaba a las 12 horas del día siguiente. Un día. 24 horas. 24 episodios. Cada uno, por supuesto, de una hora de duración.

Un día que ya forma parte de la historia de la televisión y que Jack Bauer, interpretado por Kiefer Sutherland, resumía así: “Hay terroristas que planean asesinar a un candidato a presidente. Mi hija adolescente ha sido secuestrada y la gente con la que trabajo puede estar involucrada en ambos casos. Soy el agente federal Jack Bauer. Este va a ser el día más largo de mi vida”.

“24”, además de ostentar el récord de ser la serie de espionaje más longeva de la televisión, superando a títulos míticos como “Misión imposible” o “Los vengadores”; tuvo dotes proféticas y adivinatorias, adelantándose en muchas ocasiones a lo que, después, la realidad informativa demostraría que podría haber sido real.

De esta forma, no es casual que, durante los años que sucedieron al 11-S, con Bush en la Casa Blanca y Guantánamo en el foco de atención, Bauer no tuviera empacho en torturar y asesinar a sospechosos de connivencia con el enemigo, si de evitar un mal mayor se trataba. ¿A quién le importaban una o dos vidas segadas por el agente de la UAT, si de esa manera se evitaba la explosión de una bomba nuclear?

Con el paso del tiempo y con la llegada de Obama al Despacho Oval, Bauer empezó a ser más escrupuloso: los remordimientos le acosaban y, enfrentado a situaciones límite, ya no era capaz de matar con la frialdad de antaño, de forma que un disparo en la rótula de un pérfido agente doble podía ser suficiente para seguir adelante.

La última imagen de Jack Bauer la tuvimos al final de “24: Vive otro día”, una trama en la que los hackers informáticos son protagonistas y en la que desempeña un papel esencial Chloe O`Brian, una de las agentes incondicionales de Bauer, convertida en un trasunto libertario de Snowden y que, completamente engañada, no sabe para qué oscuros intereses trabaja, en realidad. Tampoco es casual que, al final de una temporada que transcurre en Londres, Bauer desaparezca nuevamente, esta vez entregado a un agente ruso. ¿Ven como “24” siempre se adelanta a la realidad?

Pero el hecho de que Jack ande perdido por Siberia o alrededores, aguantando tantas o más sevicias que durante su cautiverio en China, no podía privarnos de una nueva entrega de una de nuestras series favoritas, que los malos no dan tregua. De ahí que se acabe de estrenar “24: Legacy”, producida por el propio Kiefer Sutherland y en la que un antiguo soldado de las Fuerzas Espaciales toma el testigo de Bauer.

Eric Carter, interpretado por el actor afroamericano Corey Hawkins, participó en un operativo para eliminar en Oriente Medio al peligroso terrorista Sheik Ibrahim Bin-Khalid. De vuelta en casa, trata de adaptarse a la vida civil. Pero el pasado le persigue. Un pasado, además, que clama venganza. Y que amenaza con volver a poner en jaque la seguridad de unos Estados Unidos en los que un político de origen hispano aspira a la Casa Blanca.

¡Sorpresa!

“24: Legacy”, vistos los primeros capítulos, presenta una trama en la que el protagonista tiene mucho de Bourne, el personaje que todo lo cambió en el mundo de los espías y los servicios secretos de ficción. Y están los drones, por supuesto, esos instrumentos del demonio que están pidiendo, a voces, un monográfico. Mientras… ¡larga vida a Jack Bauer y su heroico legado!

Jesús Lens

007. QUANTUM OF SOLACE

Diez razones por las que me ha decepcionado la nueva entrega de la serie James Bond:

 

Primera.- Porque arranca con una persecución directamente copiada de «Casino Royale», pero sin llegarle a ésta ni a la altura de los zapatos.

 

Segunda.- Porque la huella, la mano y la sombra de Bourne son alargadas, quizá demasiado. Vale que en la pelea cuerpo a cuerpo de Daniel Craig, la inspiración con el olvidadizo héroe encarnado por Matt Damon está bien lograda, pero el tono general de una película Bond no puede remitir a otros héroes de acción, por contemporáneos y molones que éstos sean.

 

Tercera.- Porque, a decir de muchos, ésta es la peli de Bond que gustará a quiénes no les gusta Bond. Pero yo he ido a ver una película Bond y, claro, quiero una buena dosis de 007. Y en «Quantum os solace» no la encuentro (casi) por ningún lado.

 

Cuarta.- Porque las pelis de Bond, argumentalmente, empiezan y terminan en sí mismas, son autoconclusivas, sin dejar cabos sueltos que atar en la siguiente entrega. Así, no es de recibo que Bond busque venganza en Quantum por lo que le aconteció en «Casino Royale», máxime si ello afecta a sus relaciones con el género femenino.

 

Quinta.- Íntimamente ligada con la anterior y sin entrar en detalles, porque la chica Bond no ejerce de tal.

 

Sexta, Séptima, Octava, Novena y Décima.- Porque el malo de la película es pésimo. Patético. Lamentable. Risible. Sin el más mínimo carisma. Sin la más mínima conectividad con el espectador. Posiblemente, el peor malo de la historia de la saga de Bond.

 

Y así, ¿qué más da que Daniel Craig me siga gustando como 007? ¿Qué importa que la trama toque temas interesantes y globalizados? ¿Qué más da que haya momentos visualmente impactantes, como los del desierto de Bolivia? ¿Cómo voy a hablar bien de la secuencia de Tosca, bien resuelta e imaginativamente trabajada? ¿Y para qué reflexionar sobre el proceso de embrutecimiento sufrido por un James Bond que parece haber estado en un curso de reciclaje impartido por Jack Bauer & co?   

 

Un fiasco, este 007. Con lo felices que nos las prometíamos con la durísima «Casino Royale», esta segunda entrega de la dinastía Craig nos hace temernos lo peor con relación al futuro de los servicios de espionaje británicos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.