Cuidado: resbala

Entré a leer las últimas noticias en la edición digital de IDEAL, el lunes por la tarde, 1 de enero, y me topé con que el sorteo de la ONCE había dejado un buen pico en Santa Fé y con que la primera criatura andaluza del 2018, perfectamente sana y encantadora, había nacido en Loja. ¡Qué alegría, qué paz y qué tranquilidad!

Por desgracia, inmediatamente más abajo, el accidente: un hombre de 30 años había muerto cuando trataba de escalar la cara norte del Mulhacén, sin que constara mucha más información. Doy por sentado que un montañero que se aventura a subir de la Laguna de la Mosca a la cumbre del coloso nevadense, en invierno, sabe lo que se hace e iba perfectamente equipado. Pero un mal paso y… ¡adiós!

Fue la secuencia que más me impresionó de la película “Everest”, de Baltasar Kormákur, de la que hablamos AQUÍ: hay un momento en que un personaje habla con otro y al instante siguiente ya no está, habiéndose precipitado montaña abajo. Acostumbrados a ese (falso) cine de acción rebosante de adrenalina, no somos conscientes de que la fatalidad nos espera, emboscada, donde menos la podemos esperar.

Quienes hemos salido a la montaña, en invierno, bien sabemos que hasta el camino más fácil, como la famosa Vereda de la Estrella, sin ir más lejos; puede convertirse en una trampa mortal por culpa de una placa de hielo de apenas un metro de longitud.

Me acordaba de todo ello mientras leía la fascinante novela “Héroes de la frontera”, del imprescindible Dave Eggers, que cuenta la huida de una madre y sus dos hijos pequeños por tierras de Alaska. En un momento dado, deciden salir del pueblo en que se encuentran para visitar un lago, siguiendo una ruta marcada de amarillo. Hacía un día precioso y la experiencia acumulada en otras aventuras semejantes les hace calcular que no tardarían más allá de media hora en llegar al idílico paraje.

Pero no. El lago estaba más lejos de lo que creían. De repente, se nubla, encontrándose atrapados por una violenta tormenta que, con temibles truenos y abracadabrante aparato eléctrico, les deja paralizados y expuestos a los elementos, sin ropa de abrigo ni calzado adecuado.

Prudencia, por favor, a la hora de disfrutar de la naturaleza y de la montaña: hasta la loma más aparentemente inofensiva puede albergar arteras trampas y peligrosas añagazas.

Jesús Lens

Everest

Me ha encantado. Lo diré alto y claro, desde el principio, que su estreno en el Festival de Venecia no fue muy exitoso y había dudas sobre una película que, al igual que “Gravity” y “Birdman”, en 2013 y 2014, respectivamente, venía revestida con el halo del mejor cine-espectáculo de alta calidad, destinado a convencer tanto a crítica como a público. 

 

Fui al cine, pues, con mis reservas. 

 

Y desde el arranque de “Everest” me sentí atrapado por la magia de una película grande. Muy grande. 

Everest cartel

 

El hecho de que a mí me guste el montañismo y, durante un tiempo, lo practicara en Sierra Nevada, en sus laderas más fáciles y siempre en clave de aficionado-de-andar-por-casa, hace que me identifique con varios de los (discutibles) puntos de vista que ofrece un guion bien construido en el que los personajes tienen tanto peso como el paisaje, auténtico protagonista de la película. Porque los personajes se definen en torno a su relación con la montaña. Con la más alta. La más mítica. La más deseada: el Everest. 

Everest escalera

 

Para unos, subir a la montaña es un trabajo. Para otros, un desafío. Para alguno, incluso, una diversión o un pasatiempo. Hay quién considera la escalada como algo casi religioso y quién depende de ello para vivir.

Everest película

 

Y las expediciones al Everest pueden ser, también, material literario para un escalador que, además, escribe. Como el conocido Jon Krakauer que, en los años noventa, se encastró en una expedición comercial al Everest, con el doble propósito de alcanzar la cima… y bajar para contarlo. 

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Jesús Lens

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