La tiranía del algoritmo

Hace unos días, al cineasta Martin Scorsese le cayó la del pulpo por decir una verdad tan grande como una catedral gótica: limitarte a ver lo que te sugiere el algoritmo de la plataforma televisiva de turno es enormemente castrante y empobrecedor. El algoritmo te aconseja qué ver de acuerdo con lo que vas viendo, de forma que si cometes el error de ver dos o tres comedias románticas seguidas, el algoritmo te considera carne de azúcar fílmica y solo te propondrá más y más películas rebosantes de dentaduras perfectas y sonrisas profident.

Fieles seguidores de Netflix para los que la plataforma es casi una religión cargaron contra el director de “El irlandés”, paradójicamente producida por Netflix, tildándole de viejuno y desfasado.

Ni que decir tiene, estoy completamente de acuerdo con Scorsese. No hay nada más triste que terminar de ver una película y, sin tiempo para pensar mínimamente en ella, el algoritmo te sugiera dos o tres películas clónicas para ver de inmediato.

De seguir a pies juntillas su dictado, entrarías en un bucle infernal que convertiría tu vida cinéfila en un insoportable día la marmota sin fin. El algoritmo no permite la sorpresa y es enemigo acérrimo del descubrimiento. Erosiona los límites. Acaba con los bordes y las aristas. Es, sencillamente, un coñazo manifiesto.

Estos días estamos sufriendo los embates de otro algoritmo diferente: el que rige ese semáforo alimenticio llamado Nutri-Score. El algoritmo clasifica los alimentos en cinco colores y letras. La A y el verde corresponden a los más saludables y la E y el rojo a los de menor valor nutricional.

Así a botepronto, suena bien. Pero no han tardado en surgir las tiranteces: el aceite de oliva va a salir de la polémica clasificación por haber caído en una mediocre C por culpa de su grasa (que sea de alta calidad, al algoritmo le importa una higa) y el jamón serrano ha recibido una ominosa E, poco menos que veneno por culpa de la grasa, otra vez, y de la sal. Sin embargo, los cereales bioleches para el desayuno de una afamada multinacional se sitúan en lo alto de la clasificación.

Todos hemos comido jamones serranos infumables que se parecen al pata negra como un huevo a una castaña. Pero esas menudencias, al algoritmo no le importan. Como le trae sin cuidado recomendarte infumables películas de terror de ínfima calidad después de haber visto “La profecía” o “El exorcista”.

Jesús Lens

Aceituning

Impresionan las pérdidas de Deoleo, multinacional española del sector de la alimentación, basado fundamentalmente en el aceite de oliva y que engloba a marcas como Carbonell, Hojiblanca o Koipe. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

Más allá de los resultados económicos, me ha llamado la atención una de sus decisiones estratégicas más recientes: dejar de producir y fabricar aceite de oliva y centrarse exclusivamente en su venta y comercialización.

Coincide esta información con otro dato sangrante: una vez terminada la temporada de la aceituna, vuelve a subir el paro en Granada. Otra vez. El drama que no cesa. Que no nos cansamos de mentar el nuevo modelo productivo, el cambio de paradigma y todos los manidos mantras del buenrollismo económico que ustedes quieran, pero aquí, lo que sigue dando de comer a miles de familias, es el olivar.

Ahí tienen otro ejemplo, este extraordinariamente positivo: Dcoop, cooperativa agroalimentaria andaluza, produjo 250.000 toneladas de aceite en 2016, convirtiéndose en la líder mundial del sector.

Dcoop, además de fabricar y producir el aceite de oliva, lo envasa y lo comercializa, pero sin perder nunca de vista que hasta 75.000 familias de agricultores y ganaderos son propietarias de una de las grandes cooperativas españolas.

Hace un par de días les hablaba aquí del éxito de un libro sobre la madera y su tala, escrito por un noruego. Que está muy bien, pero que eso de las hachas y los troncos nos queda muy lejos. Sin embargo, ¿dónde está el gran libro sobre la ética del aceite y la estética de la fabricación del oro líquido?

Dcoop también tiene a muchos socios cooperativistas en el sector del vino. Y todos sabemos lo mucho que se ha escrito sobre él y la importancia que la literatura, el diseño, el postureo y hasta el rollo patatero han tenido en su popularización.

Del aceite, sin embargo, apenas se habla. Hay algunas catas, pero orientadas a los profesionales muy especializados. En los colegios, el Día de Andalucía se organizan desayunos con aceite de oliva y los médicos y nutricionistas hablan maravillas de él, pero poco más.

Al aceite de oliva, por tanto, le falta relato. Y estética. Que ya me gustaría ver al tronco noruego descubriendo el vareo del olivo y la criba y el prensado de la aceituna.

¿Hará falta que venga un inglés para poner de moda el Aceituning… y que se nos quede cara de tontos? Por ejemplo, ¿recuerdan esta historia de los olivos centenarios de Íllora, salvados sobre la campana? Los olivos necesitan quien les escriba…

Jesús Lens