SENSIBILIDAD

Hace unos días me decía una compi de trabajo -y sin embargo amiga- que, a través de las entradas de estas semanas estaba descubriendo a un Jesús que no conocía, a una persona con una sensibilidad que no se le adivinaba en el trato cotidiano.

Dejando aparte el hecho de que mi compi parecía verme como a un cacho de carne con ojos 😉 está claro que esto de escribir sirve, también, para mostrarnos un poco más como somos en realidad, más allá de las charlas de ascensor, las conversaciones de café o los minutos robados al horario laboral. Porque no es fácil conocer realmente a una persona, más allá de las apariencias y las referencias externas. Con esta vida acelerada que llevamos, no resulta sencillo conocernos en profundidad.

 

Podemos especular sobre una persona por cómo viste, por sus aficiones y por quiénes son sus amigos, tal y como veremos dentro de muy poco. Pero todo ello son factores exógenos a la persona. Es la apariencia. La cáscara. Y lo más difícil, siempre, es desentrañar lo de dentro.

 

Y lo de dentro son las vísceras… y la sensibilidad que las rodea.

 

Decía Balzac que «los seres más sensibles no son siempre los seres más sensatos». Una verdad como una catedral de grande. Es un lugar común, en novelas y cine, mostrar a esos personajes que, dotados de una especial hipersensibilidad, más que como tímidos irrecuperables, se comportan como auténticos energúmenos sociales.

 

Pero no hay que llegar a esos extremos. Todos tenemos nuestro corazoncito. Hasta las personas más aparentemente gélidas, trozos de hielo desprendidos de los grandes témpanos de la Antártida, pueden bullir por dentro. 

 

Lo que pasa es que, siguiendo al gran Leonardo Da Vinci, «donde hay más sensibilidad, allí es más fuerte el martirio». Y que, pareciendo invulnerables, pétreas y coriáceas, hay personas que intentan protegerse a toda costa, evitando el martirio y el tormento de que su especial sensibilidad se vea afectada o alterada.

 

Sí. A mí me gusta expresarme a través de las palabras. Pero, principalmente y sobre todo, de las escritas. Si no, ¿qué sentido tendría esta Bitácora?

 

Porque detrás de una pantalla, como si fuera un cristal blindado, uno se siente más fuerte, más seguro, más invulnerable. Y por eso lo que aquí se escribe, aquí se lee, aquí se comenta y, por supuesto, de aquí no sale.

 

La otra parte, la que está ahí fuera, ese tipo de cerca de dos metros que anda tomando café, jugando al baloncesto, saliendo a correr o tomando unas cañas; siendo el mismo, es distinto.

 

¡No traspasar la pantalla!
¡No traspasar la pantalla!

Ojo.

 

No es Otro. Sencillamente, ahí fuera, muestra otra sensibilidad. O, quizá, como mi compi parecía insinuar, lo que muestra es una cierta ausencia de ella. Pero en realidad y como nos pasa a todos, aunque contradigamos a la famosa serie de televisión, ¡la verdad está aquí dentro!

 

Jesús Lens… ¿sensiblero? 😉