Limitación de mandatos

Lo de las multas sin tramitar por orden del señor alcalde Torres Hurtado  durante la última precampaña electoral, es una nueva prueba de lo necesarias que son las limitaciones de mandatos en la política.

Además de ser un escándalo sin parangón, una estafa a la ciudad y una auténtica vergüenza, el hecho de que la administración local cumpliera la orden verbal de dejar de tramitar multas demuestra hasta qué punto pueden corromperse las instituciones, sencillamente, por la falta de ventilación.

 

Que José Torres Hurtado fuera alcalde de Granada durante trece años consecutivos no fue bueno para la ciudad, ni para sus concejales, ni para su partido, ni para él mismo. Porque decisiones como la referida solo las pueden tomar quienes se consideran por encima de la ley y amos del cortijo, dando por sentado que sus deseos y ocurrencias son órdenes para los demás y que se cumplirán sin que nadie ose cuestionarlas o ponerlas en duda.

Sabido es que muchos políticos, en cuanto llevan un tiempo ejerciendo determinado cargo, empiezan a sentirse indispensables. Poco después, imprescindibles. De ahí pasan a considerarse insustituibles. Y, a partir de determinado punto, ya se creen ungidos por un mandamiento divino que les ordena perpetuarse en puestos de poder.

 

Ellos prefieren llamarlos puestos de responsabilidad, lo que conlleva un halo de esfuerzo y sacrificio que les permite justificar lo de eternizarse en despachos oficiales y sillones institucionales. En Granada hay tantos ejemplos, de unos y otros partidos, que la lista sería más larga que la de los Reyes Godos.

 

De ahí que, para evitar la tentación de incurrir en el cesarismo visionario, se imponga la limitación de mandatos en la política. La tierra sigue girando sin que Fulanito sea alcalde, el sol sale por las mañanas aunque Menganito ya no sea presidente y se pone por las tardes, por mucho que haya cambiado el secretario general del partido.

No actúa igual una persona que sabe que su mandato es finito que otra cuyo único objetivo es perpetuarse en el poder. El mejor síntoma de salud democrática y de fortaleza institucional es que la administración funcione bien con independencia de quién ocupe los puestos de responsabilidad política.

 

Y, desde luego, abrir ventanas y cajones para, periódicamente, airear edificios y despachos, resulta imprescindible en una sociedad moderna y desarrollada que no necesita de Imprescindibles ni de Salvapatrias.

 

Jesús Lens