FÚTBOL: ¿CIRCO & FACHAS O SANO ESPECTÁCULO Y DIVERSIÓN?

Pasada la tormenta, llega la calma del análisis y la reflexión…

Primero fue la explosión de alegría, desmedida, universal y de proporciones homéricas. Después, la crítica, el debate y la discusión: decenas y decenas de páginas en los periódicos e incontables horas de radio y televisión concentradas en el monotema: La selección. Española. De fútbol.

Lo escribo así porque, finalizados los fastos de la victoria, comienzan los análisis y las interpretaciones de lo que ha pasado en estas semanas de pasión en que la Marea Roja a amenazado con arramblar con todo lo que no fuera fútbol.


Sobre la cuestión de la Selección propiamente dicha, los antiraulistas han podido sacar pecho y, orgullosos, proclamar a los cuatro vientos que se ha demostrado que Luis tenía razón y que el 7 madridista, a su vez, no tenía sitio en el equipo. Un equipo del que se ha destacado, por encima de todo, la importancia del colectivo, más allá de las individualidades, de forma que las escuelas de negocio y los gurús del management ya deben estar trabajando, a destajo, para adaptar y actualizar sus programas y conferencias a la hazaña protagonizada por los Casillas, Cesc, Xabi y compañía.

Sobre la españolidad de la victoria también se han proyectado luces y sombras. A algunos se les ha atragantado ver las calles de nuestras ciudades y pueblos vestidas con el rojo y el amarillo de la bandera nacional. Otros se han congratulado porque, por fin, se ha podido hacer alarde de uno de los símbolos de nuestro país que, lamentablemente, siguen generando polémica y discusión. Como la provocada por algunos nacionalistas vascos y catalanes, siempre dispuestos a chupar cámara, aún a costa de hacer declaraciones tan peregrinas que rozaban la estulticia. Porque si Colón estaba completamente teñida de rojo, Canaletas no le andaba a la zaga, aunque no haya tenido tanta proyección mediática. Personalmente, me quedo con la Eñemanía de la selección de básket, que aúna los colores de la bandera con la especificidad de una letra que nos hace tan especiales.

Y nos queda el fútbol, posiblemente, el concepto que más ríos de tinta está haciendo derramar. “Pan y circo”, venimos escribiendo, leyendo y escuchando con insistencia. Después de haber estado proscrito, convertido en el opio del pueblo suministrado por Franco para adormecer a las masas, el fútbol fue reivindicado por intelectuales progresistas como Manuel Vázquez Montalbán y Jorge Valdano, de forma que volvió a ser políticamente correcto declararse futbolero.

Desde la irrupción de la televisión por satélite, los derechos de imagen y la especulación urbanística cerca de los estadios, el fútbol se ha convertido en uno de los grandes negocios del siglo, habiéndose transformado en el gran espectáculo mediático del mundo globalizado. Durante dos horas, el planeta está pendiente de un balón y, de un partido, lo mismo disfruta el pastor de una aldea remota de Etiopía que un monarca o un presidente de gobierno europeo. Así, el fútbol sería, posiblemente, uno de los más perfectos ejemplos de democracia, como sostiene el escritor Andrés Pérez Domínguez.

Pasa como con la Coca Cola. A diferencia de un buen vino o de una comida deconstruida por un reconocido chef, una Coca cola es la misma bebida para el Presidente de los Estados Unidos que para un inmigrante subsahariano que trabaja en la obra. Por un euro, ambos son iguales, durante una fracción de segundo.

Viendo el gol de Torres, ni el Rey ni Zapatero fueron más felices que millones de españoles que, al unísono, gritaron alborozados y saltaron de sus asientos, abrazándose a sus vecinos, olvidándose de la crisis, el euríbor y la letra del coche. ¿Pan y circo? Depende. Siempre se ha dicho que los carnavales de Río de Janeiro, celebrados en mitad de la miseria de las favelas, son un escándalo. Pero a nadie se le ha ocurrido impedir su celebración.


Un acontecimiento de alcance universal como es un campeonato internacional de fútbol, será el mismo circo o el mismo opio que el estreno de la última película de Indiana Jones: dependerá de cómo afecte a las personas. El que se pase todo su tiempo únicamente concentrado en los avatares de los jugadores, el mercado de fichajes, las lesiones, las tácticas y las convocatorias; será tan feliz (o infeliz) como el que se pasa el día enganchado a la Play o haciéndole un tunning a su coche. O yendo de tiendas. O escuchando el MP3. O chupando tele. O leyendo libros. Porque hay aficiones con buena prensa y otras que, las pobres, están muy mal vistas.

El domingo pasado, cerca de veinte millones de personas se concentraron, durante dos horas, en un mismo acontecimiento, protagonizado por un balón de fútbol. Y eso, claro, no puede dejar indiferente a nadie, irritando a unos, haciendo enrojecer de envidia a otros y, por supuesto, emocionando a la mayoría.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.