Tiempos animados en Granada

Hace unos años, cuando todavía no se estilaban los podcast, montamos una banda para grabar un programa mensual, ‘La vida en serie’. En aquellas largas conversaciones, las producciones de HBO eran las que más conversación generaban.

Anda que no habré usado veces la frase “Si Shakespeare, Dickens o Cervantes vivieran hoy, escribirían para la HBO”. Marchamo de calidad, producción cuidada, sólidos guiones con personajes y tramas apasionantes y nada de autocensura o equidistancia bien queda. De ‘Los Soprano’ a cualquier serie de David Simon (vean ‘Show me a hero’, ya que nos hemos puesto chakespirianos) pasando por esa bendita locura que es Larry David, el mejor refugio contra la tormenta si las cosas se ponen mal. 

Venga va. Lo confieso. Me llamo Jesús Lens y soy adicto a HBO. Más claro… Les pongo en contexto para que entiendan lo mucho que disfruté el pasado martes en la sesión de Granada Noir protagonizada por dos ases granadinos: el cineasta Manuel Sicilia y el dibujante e ilustrador Chema García, parte del equipo que está detrás de ‘Pobre diablo’, la primera producción animada y original de HBO Europa. 

¿Saben ustedes el subidón que me da escribir en la misma frase esos nombres? Manuel nos contó cómo, en sus orígenes, tenía que explicar con la boca chica que trabajaba en el mundo de la animación en y desde Granada, ya que los centros de producción estaban en Los Ángeles, Londres… y poco más. “¿Qué tiene Granada?”, recordó Sicilia que le preguntaba el grandioso Carlos Pacheco, al que dedicó una emotivas palabras días después de su fallecimiento. Decenas de dibujantes e ilustradores de diversos puntos del mundo se instalaron aquí para trabajar en los proyectos de Kandor Graphics. Y se quedaron. 

Sicilia habló en el Palacio de Condes de Gabia a pecho descubierto. Solo le faltó arrancarse la camiseta y mostrarnos esas cicatrices empresariales que en el mundo anglosajón son tan respetadas y que le han servido para embarcarse en un nuevo y excitante proyecto colectivo: Rokyn Animation.

Visto el tráiler de ‘Pobre diablo’, el hype —perdonen el palabro, pero hablar de ‘expectativas’ no es exactamente lo mismo— está por la estratosfera. Es una serie animada que viene de la mano de talentazos de la categoría de Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla y Miguel Esteban, como Sicilia explicó en su charla. Se estrena el 2 de diciembre en HBO Max y yo ya tengo las birras puestas a enfriar.

También hubo ocasión de conversar sobre otro proyecto que se está poniendo de cara, este muy flamenco. Animados tiempos, en Granada. 

Jesús Lens

Una de básket noir

Hay deportes más literarios, periodísticos y cinematográficos que otros. El boxeo sería el Top 1. Más allá de la cantidad de novelas y películas que ha inspirado, muchas expresiones boxísticas forman parte de nuestro lenguaje cotidiano, del KO a bajar la guardia, tirar la toalla o estar contra las cuerdas. 

Con el ciclismo pasa igual. Aunque su narrativa queda más reducida a las crónicas periodísticas que a la ficción; apelar a la sangre, el sudor y las lágrimas es una constante en el lenguaje de un deporte tan sufrido como exigente. Lo hemos podido ver en la recién terminada Vuelta a España, con nuestro paisano Carlos Rodríguez hecho un ecce homo sobre la bicicleta.

El deporte es poco cinematográfico, por lo general. Será porque es muy televisivo. Funcionan bien las historias de redención y superación, eso sí. Hablando de películas sobre baloncesto, ahora que estamos en pleno Eurobásket, muchas veces se ha puesto el acento en la importancia del trabajo en equipo por encima del talento individual. 

De superación va precisamente ‘Garra’, la película baloncestística más reciente que Adam Sandler y LeBron James han producido para Netflix. Y es que el actor y comediante norteamericano es un gran aficionado al básket y es fácil encontrarle jugando en los playgrounds estadounidenses y, por supuesto, como espectador en los pabellones de la NBA. 

Me ha gustado ‘Garra’ y su protagonista, nuestro Juancho Hernangómez, está muy bien. Da el perfil del personaje. Curiosidad: no se decidió a rodarla hasta que la pandemia paró el deporte profesional. Interpreta a Bo Cruz, un obrero de la construcción que redondea su magro salario jugando en las canchas callejeras de Madrid. Allí le descubre un cazatalentos de los Philadelphia 67ers, que lo apuesta todo por ‘Misil’ Cruz. A destacar el momento en que entrena con jugadores de la Selección Española dirigida por Sergio Scariolo, logo de Caixabank incluido. ¡Realismo a tope!

Aunque ‘Garra’ tiene algunos de los tópicos habituales de este tipo de cine, no tenemos que soportar la clásica secuencia del balón que, a cámara lenta, duda si entrar o no en la canasta para convertir en héroe o villano al protagonista de la función. Va de otra cosa. Ojo a la nómina de jugadores que aparecen en la pantalla interpretándose a sí mismos, con el mítico Dr. J a la cabeza, y a la importancia que el guion concede al poder de las imágenes, los vídeos y las redes sociales. Más contemporaneidad, imposible, insisto. 

Pero la que sí es negra y criminal, de verdad, es la anterior película con trasfondo baloncestístico que Sandler protagonizó para Netflix. Se titula ‘Diamantes en bruto’ y en ella se cuenta la historia de Howard Ratner, un apostador empedernido con una deuda de 100.000 dólares que regenta una joyería. Por haces del destino, le llega un raro ópalo negro con el que espera pegar un pelotazo a través de una subasta. Entonces entra a su tienda el mismísimo Kevin Garnett, estrella de los Boston Celtics, que se queda prendado de la joya. KG, que hizo la película cuando ya se había retirado de las canchas, está espléndido.  

La vida de Howard es una tortura. Como adicto al juego, un ludópata de manual, parece apostar por castigo. Además de por necesidad. Sus andanzas por las calles de Nueva York, de un realismo extremo, son angustiosas. Siempre en busca de dinero, de un aplazamiento, de una prórroga. ¡Qué tensión! Por no hablar de su relación con su ex mujer y con su actual pareja. Y ojo al desenlace de la película. Es de los que no se olvidan.

Jesús Lens

Las series son para el verano

Tomarse la vida en serie se puso de moda hace ya unos años. Frases como ‘Si Shakespeare o Dickens vivieran en el siglo XXI serían showrunners de la HBO’ hicieron fortuna y vivimos una nueva era dorada de la ficción televisiva. 

Sirva esta entrada para tratar de justificar la primera de las muchas contradicciones en las que incurriré estas semanas. ¿Series? ¿No habíamos quedado en que lo cool era leer y que ver la tele no mola nada?

Sí. Habíamos quedado en eso… al hablar de la gente que está de vacaciones en un sitio chulo, agradable y resultón. En un entorno instagrameable. Fotografiarse los pies frente al mar —favor de ir al podólogo antes, por cierto— está muy bien. Pero para eso hay que estar frente al mar. O en un lago cuqui de montaña. O en un río de prístinas aguas cristalinas. 

¿Pero qué pasa con esos otros millones de personas que estamos atrincherados en casa, con las persianas a medio bajar, tratando de sobrevivir a la calor y al precio de la electricidad? Pues que vemos series. En muchos casos, compulsivamente. ¡Cómo será la cosa que RTVE ha vuelto a reponer, por enésima vez, la mítica ‘Curro Jiménez’! 

Hace un par de veranos estuve haciendo esta ruta por las tierras del bandolerismo, desde Jauja hasta Ronda, para contar la historia de José María ‘El Tempranillo’, al que bauticé como el Jesse James andaluz. No les negaré que el impulso para hacer aquel recorrido vino de tanto ver a Curro, al Algarrobo, al Estudiante y demás parentela. 

¿Qué estoy viendo estos días? Pues acabo de terminar ‘Ozark’, una serie que me fascinó al principio y que luego fue perdiendo fuelle, aunque ha mantenido la dignidad hasta el final. Su última temporada da demasiados tumbos, pero aguanta el tipo con entereza. Y el desenlace… ¿qué quieren que les diga? A mí, me gustó. Pero yo soy un facilón que alaba el desenlace de ‘Los Soprano’, (casi) hizo un Pleno al 15 con el de ‘Juego de Tronos’ y, si me apuran, hasta acepté el de ‘Perdidos’. 

Y estoy enganchado a ‘Better Call Saul’. Me gusta tanto que creo que su antecesora, la famosísima y extraordinaria ‘Breaking Bad’, solo fue un calentamiento, el ensayo general para esta genialidad. Estoy tan flipado con la historia de Saul Goodman que conforme termine ‘su’ serie, enlazaré de nuevo y sin solución de continuidad con la de Walter White y Jesse Pinkman. Y ojo a otra precuela en ciernes de Saul. Viene en formato animado y se titula ‘Slippin’ Jimmy’. ¡Rock and Roll!  

También estoy poniéndome al día con ‘Succesion’. ¿Cómo es posible que sea tan interesante y adictiva una serie en la que todos, absolutamente todos los personajes resultan detestables, por decirlo suavemente? Está claro que los ricos y poderosos también lloran, sufren, padecen… y otras cosas.

¿Y usted, querido lector? ¿Se toma la vida en serie también en verano?

Jesús Lens

 

Rapa y La unidad T2: gran cine negro

En puridad son series, pero como hablamos de 6 episodios de menos de una hora cada uno, las he visto de dos o tres tacadas, como si de una película larga se tratara.

El año pasado ya me puse como objetivo ver menos series. Y lo estoy cumpliendo a rajatabla. Las que veo son de las que empiezan y terminan. Como ‘Rapa’ y la segunda temporada de ‘La Unidad’. Y es que las series originales de Movistar+ suelen estar muy bien, por lo general. 

‘Rapa’ es de los creadores de ‘Hierro’. Repiten la misma fórmula, que tan buenos resultados dio, trasladando la acción desde la pequeña isla canaria a la Cedeira gallega, otro municipio ‘bonito’, con sus particularidades estéticas, culturales y antropológicas. Por ejemplo, A rapa  das bestas, que tiene que ser todo un espectáculo. 

De nuevo la mirada de alguien de fuera sirve para que el espectador descubra los secretos de una comunidad cerrada y aparentemente idílica. Como si de una vuelta a la filosofía de ‘Twin Peaks’ se tratara. En este caso, un profesor de instituto descreído, cínico y deslenguado. Encuentra el cadáver de una mujer, que pronto se sabrá que es la populista alcaldesa del pueblo, y se involucra en la investigación. Interpretado por un imperial Javier Cámara, sus secuencias con la sargento de la Guardia Civil interpretada por Mónica López son de antología. 

La trama de ‘Rapa’ está muy bien construida, los ambientes excelentemente caracterizados y los cebos que Coira y Araújo lanzan a los espectadores, perfectamente enganchados al anzuelo. 

Llegados a este punto, ¿qué tal si Pepe Coira y Fran Araújo se vienen a La Alpujarra? Si yo tuviera algo que ver con las Film Comisions granadinas, les haría un road trip por nuestros pueblos blancos y les llevaría a conocer los secaderos. Ahí hay tema, se lo digo yo. Muerte entre jamones…

Y luego está la segunda temporada de ‘La Unidad’, en la que Granada es uno de los escenarios. ¡Qué impresión, ver a las tres mujeres de El Hatch vestidas de negro, completamente tapadas, mientras pasean por Puerta Real, frente a Correos y el hotel Victoria. Ese luto mortificante que contrasta con los vivos colores de un cartel de Cervezas Alhambra que anuncia una fiesta popular. 

Si la primera temporada de ‘La Unidad’, con Dani de la Torre y Alberto Marini a los mandos, nos dejó un inmejorable sabor de boca, la segunda no se queda a la zaga. En este caso, los propios miembros de la unidad antiterrorista de la Policía están en peligro, dado que son el objetivo directo de un iluminado que también está zumbado. Un perturbado de marca mayor. 

El trabajo de actores y actrices es espectacular. Y las tomas con dron, aunque se corra el riesgo de abusar de las panorámicas aéreas, sitúa la acción en cada espacio y lugar en apenas unos segundos. Además de que Granada, la Alhambra y el hotel Alhambra Palace, lucen mejor desde todo lo alto.

Ya saben ustedes que me fascina la figura del infiltrado. Del agente doble. En esta segunda temporada de ‘La Unidad’ desempeña un papel esencial. Como las víctimas colaterales. Que ya verán ustedes el final…

Una decisión muy valiente y arriesgada, la del último capítulo, por cierto, que conecta con una de las lacerantes lacras que sacude los informativos cada vez con mayor habitualidad. Y ahí lo dejo, que no quiero fastidiarles la sorpresa. 

Ojalá más miniseries policíacas como ‘Rapa’ y ‘La Unidad’. Sus arcos argumentales están perfectamente desarrollados, presentan una factura técnica y humana impecable y van mucho más allá del sobado ‘adictiva y trepidante’. 

Jesús Lens

Caída y auge de las plataformas

Hasta hace unos meses, cuando leía que se estrenaba una nueva serie ‘de visionado obligatorio’ en una plataforma a la que no estoy suscrito, sufría por no poder verla. Lo de sufrir, en sentido metafórico, que con el sufrimiento provocado por la pandemia, la inflación y la guerra ya tengo bastante.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, cuando alguien me dice lo de “no te puedes perder tal serie” y la ‘imperdible’ está en Amazon, Apple TV o en alguna las otras mil y una plataformas que han proliferado como las sonrisas de políticos en campaña electoral; me lamento… de boquilla mientras pienso “eso que me ahorro”. Ahorro económico y de tiempo, también.

No hay espectadores para tanta plataforma. Es un hecho. De ahí que Netflix esté en crisis, perdiendo suscriptores y, de camino, pegándose un buen revolcón en Bolsa. Sus directivos, para frenar la hemorragia, se plantean medidas como poner publicidad en una modalidad low cost de la plataforma o gravar las contraseñas compartidas. O sea, atacar la línea de flotación de su hasta ahora exitoso modelo de negocio.

Si le sirve de pista a los gurús de Netflix sobre el porqué pierden suscriptores: llevo varias semanas sin entrar en su plataforma, cuyas cuotas abonamos religiosamente mis compadres y yo. No entro porque su contenido me aburre soberanamente y para encontrar algo medio interesante, tengo que abrirme paso entre los intersticios de su algoritmo a machetazo limpio. Vi ‘El poder del perro’ en Navidad. Y ‘No mires arriba’. Tengo pendiente la última temporada de ‘Ozark’, un serión, pero no hay nada más que despierte mi curiosidad, así a priori. Sigo apuntado por inercia, pero como me toquen la moral…

Mi desapego definitivo hacia Netflix comenzó cuando cancelaron ‘Mindhunter’, la serie de David Fincher que justificaba por sí sola el pago de la cuota. Aquello fue un aviso a navegantes de lo que estaba por llegar: empacho de productos clónicos y mediocridad a raudales. Mal negocio.

HBO sigue invirtiendo en series muy potentes y atractivas. Nombres como los de David Simon o Michael Mann son garantía de calidad. En Netflix prescinden de los autores en favor de la estética, el estilo y el algoritmo, siempre el jodido algoritmo, convertido en Dios catódico.

La propuesta de cine clásico y de autor de Filmin es imbatible, imprescindible, ineludible e indispensable y soy rehén de Movistar por el baloncesto y la TCM. Por supuesto, aprovecho para ver series noir de altísima calidad como ‘La unidad’, ‘Hierro’, ‘La peste’ o ‘Antidisturbios’. Estoy poniéndome al día con ‘Justified’ y disfruto con el humor negro de ‘Nasdarovia’. Me apena que cancelaran ‘Vergüenza’ y ‘Reyes de la noche’, eso sí. Y no entiendo lo de Urbizu, la verdad. Pero si no fuera por el baloncesto, más adicción que afición, no tendría problema en prescindir de todo ello.

Por lo demás, me declaro en huelga de plataformas, sin que me importe un ápice todas las maravillas mensuales que me pueda perder. Porque igual que no hay espectador para tanta plataforma, no hay retina para tantas series. Y es que hacerse mayor también es asumir que no puedes caer en su telaraña, que son unas auténticas ladronas de tiempo.

Mucho mejor ver seis películas que doce episodios de una temporada cualquiera de una serie que “tampoco está tan mal”. ¡Ya no estamos para según qué tontás! Porque en la mayoría de los casos, las series se estiran como los chicles, de forma innecesaria y artificial. De ahí el éxito de las miniseries de seis episodios. O de cuatro. O tres. Las historias contadas en un par de horas o tres. Como las películas.

Jesús Lens