Murder Ballads en formato de cómic

Me encantó, al final del prodigioso tebeo publicado por Norma Editorial, leer un texto de Jan Donkers que arranca así: “¿’Murder Ballads’? Si eso es el disco de Nick Cave, ¿no? Por supuesto, y es una auténtica joya en su género, pero el título abarca mucho más”. 

¡Ya te digo yo que sí! Por ejemplo, un cómic titulado ‘In the pines’. Y que lleva como inequívoco subtítulo ‘5 Murder Ballads’, para que tengamos claro de qué hablamos. 

“In the pines, in the pines, where the sun never shines and we shiver when the cold wind blows”, reza una canción folk norteamericana, anónima y datada hacia 1870. Entre los pinos, en el fondo del bosque donde no alcanza la luz del sol y temblamos en cuanto empiezan a soplar los fríos vientos del norte… Paisajes como los de la bruja de Blair. A caballo entre el Noir y terror gótico, estas Murder Ballads dibujadas nos cuentan cinco historias de crímenes, como manda el canon.

 

Son historias aparentemente carentes de épica. Narraciones sencillas, crudas, austeras y despojadas. Historias de muerte y dolor, de traición, celos, dominio y desamor. De locura y arrebato. Las hay, incluso, de fantasmas y desaparecidos, en la línea de la leyenda urbana de la chica de la curva, mito universal que lo mismo nos encontramos en las carreteras comarcales de la Andalucía profunda que en una de las grandes canciones de Tom Waits: ‘Big Joe and Phantom 309’. 

De las cinco historias del tebeo de Erik Kriek, les hablo de la quinta, ‘Donde crecen las rosas silvestres’, protagonizada por dos presos en fuga y una delicada joven. Transcurre en uno de esos parajes de la América profunda donde nunca pasa nada. Hasta que pasa. Si son ustedes melómanos y aficionados al noir, recordarán una de las canciones de ‘Murder Ballads’, el referido disco de Nick Cave and the Bad Seeds. 

Busquen el video de ‘Where the wild roses grow’, que comienza con el cuerpo de una chica bajo el agua, y deléitense con el juego de voces entre el cantante australiano y una maravillosa Kylie Minogue. Después, lean la versión dibujada por Kriek que, partiendo de la misma leyenda, le da una interpretación completamente diferente. ¡Arte total!

Y es que Erik Kriek, nacido en 1966 en Ámsterdam, es justo eso: un artista total. Estudió ilustración y artes gráficas en la Academia Rietveld de Arte y Diseño de su ciudad natal y una vez graduado, en 1991, ha trabajado como ilustrador independiente, de forma que su trabajo ha adornado casi todas las superficies imaginables y algunas, hasta inimaginables: patinetes, tablas de snowboard, carteles, portadas de discos, zapatillas de deporte y, por supuesto, libros, periódicos y revistas. Ha colaborado con sus ilustraciones en la edición de libros infantiles y también interpretó gráficamente algunos relatos de Lovecraft.

A lo largo de su carrera, Kriek ha conseguido un reconocimiento internacional como autor de cómics, hasta el punto de que el 2008, recibió el premio prestigioso premio ‘Stripschapsprijs’ por el conjunto de su obra. 

Las Murder Ballads son un género en sí mismo, al estilo de nuestros Romances de ciego. Literatura oral, narrada, recitada o cantada, en la que se cuentan hechos truculentos, historias de sangre, de fantasmas y aparecidos. 

Kriek ha hecho una magistral interpretación gráfica de cinco de estas Murder Ballads en tonalidades diferentes, pero siempre tirando a sepia, como las fotos antiguas; y con unas viñetas de diseño muy original que convierten cada página de este álbum de Norma Editorial en una auténtica obra de arte. 

Jesús Lens

Lo de Putin en una novela de espías

Ojo a estos dos párrafos: “El presidente ruso no es un estadista. Es el padrino de un régimen de mafiosos que tiene a su disposición armas nucleares. No son mafiosos corrientes. Son mafiosos rusos, lo que significa que se cuentan entre las personas más crueles y violentas del mundo”.

No hace mucho que llegué a Daniel Silva. Tarde, lo sé. Pero mejor que nunca. Y reconozco que mi primer contacto con él, a través de una novela cuya trama transcurría en el Vaticano, con un Papa como eje central de la historia, no me terminó de convencer. Demasiado aparatoso y ‘códigodavinciano’. 

Eso sí. El protagonista, Gabriel Allon, me encantó. Hablamos de un gerifalte del Mossad, los servicios secretos israelíes, o por ser puristas, su Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales. Un espía de tomo y lomo que también es un prestigioso restaurador de obras de arte, lo que le sirve como estupenda fachada. O coartada. O pantalla. Un agente más o menos secreto que, cuando tiene que matar, mata. Sin escrúpulos morales o titubeos. No se anda con contemplaciones a la hora de liquidar a comandos terroristas de ISIS o Al Qaeda.    

En ‘La Orden’ todo iba a una velocidad de vértigo, pero sin bajar de las alturas pontificias. Por eso me ha gustado ‘La violonchelista’, publicada por Harper Collins Ibérica, en la que sus protagonistas, sin ser parias de la tierra precisamente, transitan por territorios más prosaicos, menos elevados.

Todo comienza con el envenenamiento de un ciudadano ruso en Londres con el agente nervioso Novichok. ¿A que ya empiezan a hacerse una idea? Hace unos días, una periodista rusa crítica con el Kremlin murió en Kiev en lo que se llamó ‘un ataque de precisión’. Llueve sobre mojado. ¿Se acuerdan de otra periodista crítica con Putin, Anna Stepánovna Politkóvskaya, asesinada a tiros en Moscú en 2006? ¿Y del envenenamiento con polonio de Alexander Litvinenko o lo de Nalvany, que sobrevivió al Novichok y ahora está encarcelado? No se puede decir que Putin y sus secuaces dejaran mucho a la imaginación de los novelistas…

El envenenamiento del disidente ruso, cuyos periódicos eran bastante antiputin, se produce al entrar en contacto con unos papeles enviados por alguien misterioso, un informante que filtraba datos económicos y financieros de lo más sospechoso. Así las cosas, la trama de ‘La violonchelista’ tiene mucho que ver con el dinero. Con ese dinero sucio que se emplea en alentar los populismos en las democracias occidentales, tratando de socavar sus cimientos, cada vez menos sólidos. Un dinero que se mueve con mucha más libertad que las personas, dicho sea de paso. Aunque los protagonistas de las novelas de Silva tampoco es que tengan que hacer colas y pasar trámites aduaneros que digamos, que se mueven por el mundo entre aviones privados, coches de alta gama y trenes de altísima velocidad. 

La novela, además, transcurre en los tiempos del Covid, durante las semanas de las elecciones norteamericanas que desembocaron en aquella rocambolesca noche de Reyes. ¿Se acuerdan? Y es que los conspiranoicos de QAnon y el Pizzagate, que respiran el mismo aire que los alentadores del Caso Bar España, tienen mucho ver con las tramas rusas. 

Con estas mimbres, ¿por qué se titula ‘La violonchelista’? Porque una de las protagonistas más o menos involuntarias de la novela toca dicho instrumento de una forma vocacional, pero que podría ser profesional. 

Si a usted le gustan las tramas novelescas conectadas con la actualidad geopolítica más candente, hágase con ‘La violonchelista’. Con sus toques hitchcockianos, no hay ahora mismo en el mercado una novela de espías de mayor actualidad, toda ella velocidad, ritmo y acción. 

Jesús Lens

The Batman Noir

Es una de las grandes películas policíacas de los últimos tiempos. Sí. ‘The Batman’. La de Matt Reeves que ahora mismo está en pantalla. Es un Noir descomunal, un procedural de ley, con el detective enmascarado todo el tiempo detrás del villano de la función. En todos los sentidos de la expresión. 

Se ha repetido hasta la saciedad: hay mucho de ‘Seven’ y ‘Zodiac’ en esta nueva película de Batman. Por estética, que llueve mucho y hay mucha oscuridad en pantalla; y por temática, cuando empiezan a aparecer cadáveres con enigmáticos mensajes dirigidos al protagonista. 

Enigma, el magnífico villano principal interpretado por un inquietante Paul Dano, también es muy de ‘Seven’, incluyendo el momentazo en la cafetería que homenajea explícitamente a mi cuadro favorito de todos los tiempos, ‘Nighthawks’, de Edward Hopper. Para ciertos hipercríticos, la influencia de Fincher le resta valor a la película. Para mí, la engrandece. Qué pereza, la búsqueda constante de la originalidad a toda costa. Qué cansancio. 

¿Les pesará a los críticos sensibles, también, la estética de cualquier paisaje industrial visto antes en pantalla? Porque de eso hay mucho en ‘The Batman’, que convierte a Gotham en una ciudad tétrica y amenazadora, sin atisbo alguno del preciosismo art déco de la arquitectura de Chicago que se dejaba traslucir en la trilogía de Nolan. 

¿Algo que decir de la banda sonora, con el temazo de Nirvana? Tampoco eran la alegría de la huerta, los tres chavales de Seattle. Lo digo por ese protagonista atormentado, un efectivo, oportuno y extraordinario Robert Pattinson, más hecho pedazos que nunca con su estética Emo a cuestas. De hecho, en ‘The Batman’, la dicotomía entre el festivo y millonario Bruce Wayne y el oscuro justiciero enmascarado apenas existe: el sufriente hombre de negro gana por goleada. 

Como son tres horas de película —y eso que han cortado los cinco minutos de tensa charla de Batman con un perturbador Joker, al estilo de la hipnótica conversación entre Clarice Starling y Hannibal el Caníbal— hay secundarios para dar y regalar. El Pingüino, por ejemplo, interpretado por un irreconocible Colin Farrell. Al menos en la versión doblada, que su rasposa voz original es inconfundible (véase la serie ‘La sangre helada’, por ejemplo). Y Catwoman, arrebatadora, con una Zoë Kravitz que se come a Batman en cada plano compartido. Sin embargo, me gusta menos el personaje del mafioso interpretado por John Turturro: muy clásico y convencional incluso para mí. Y muy bien Alfred-Serkis, que no hay quien le identifique así, al natural.

¿Es demasiado larga, ‘The Batman’? Pues depende. La parte ONG que nos recuerda al Katrina y nos alerta sobre el cambio climático o la resiliencia pospandémica (al menos, así lo entendí yo) puede encontrar ya cansado al espectador. Pero entonces, que no alardee de maratones de series en casa, de sofá y mantita: como en el cine, embebidos en la gran pantalla y sentados en nuestros cómodos asientos, en ningún sitio.

Iba a hablarles de añejuras. De mis primeras lecturas de Batman: Año Uno, Dark Knight, La broma asesina y Arkham asylum. Pero en un podcast que grabamos Miguel Ángel, Óscar y yo en ESCO y que pronto estará editado y publicado, salieron a relucir cómics como ‘El largo Halloween’ o ‘Batman: Ego’ que no he leído… y ya he comprado en Picasso. Prefiero no darles la turra con mis batallitas de antaño y dejo de escribir para ponerme a leer tebeos. En realidad, todo es parte del mismo proceso.

Así podemos retomar la cuestión de ‘The Batman’ más adelante. Hablamos del universo expandido que promete esta película, de la vuelta del Joker e incluso del proyecto cancelado de Darren Aronofsky para rodar el mítico ‘Batman: Año Uno’ con guion del mismísimo Frank Miller, otra de esas grandes películas jamás filmada.

Jesús Lens

Atractiva y peligrosa ‘Tierra de furtivos’

He disfrutado de todas y cada una de sus adictivas 400 páginas. Me ha encantado y se la recomiendo a todo el que me pregunta qué leer. Hablamos de ‘Tierra de furtivos’, un novelón de Óscar Beltrán de Otálora publicado por Destino y protagonizado por tres personajes diferentes y contradictorios, todos muy bien construidos. 

Me pasó una cosa curiosa cuando vi el nombre del autor en la igualmente atractiva y sugerente portada del libro, con un coche ardiendo y el humo anaranjado difuminándose sobre un fondo negro. Óscar Beltrán de Otálora. Me sonaba mucho, pero no lo ubicaba el universo patrio de la literatura negro-criminal. 

Fue leyendo la sección de Opinión de IDEAL que caí en la cuenta. Tenía que ser el mismo Óscar B. de Otálora que firma unas piezas imprescindibles del periódico, tan chiquitas como potentes, tituladas ‘Sociedad de la desinformación’, en las que habla de fake news, redes sociales o, como la que tengo enfrente justo ahora, los ‘influencers’ rusos del terror que hacían apología de la violencia a través de sus vídeos y allanaron el camino a la guerra, propiciando un caldo de cultivo favorable a la putinesca invasión.

Nacido en Vitoria en 1967 y periodista de El Correo, “en los años noventa empezó a trabajar en la sección de política del diario bilbaíno, en la que se dedicó en exclusiva a informar sobre terrorismo, tanto el de ETA como el de los grupos yihadistas”, se puede leer en la solapa del libro. Otro dato biográfico-profesional, relevante para el contenido de la novela: “En 2008 fue premiado por la Fundación Víctimas del Terrorismo por su información del atentado que ese año arrasó el cuartel de la Guardia Civil de Legutio (Álava), en el que falleció el agente José Manuel Piñuel”. 

Volvamos a la portada de la novela, una de las mejores que me he echado a la cara estos meses. ¿Qué le sugiere? Efectivamente. Podría ser la explosión de un coche bomba. Pero no. Es un coche ardiendo. Y es que así arranca ‘Tierra de furtivos’. Con la quema de un coche.

No les voy a contar nada de la trama. Solo les diré que estamos en la Vitoria contemporánea y que los protagonistas son Josu Aguirre, un oficial de la Ertzaintza de carácter particular; Tatiana, una aguerrida peluquera cuya amiga ha desaparecido —lo que pone en marcha la acción— y Mikel, un guarda forestal que fue escolta en los tiempos del terrorismo etarra y que ahora protege a nos animales de los cazadores furtivos. 

No les cuento el argumento, insisto, pero sí les aviso de que ‘Tierra de furtivos’ tiene un trasfondo temático que conecta con la actualidad social y periodística granadina: el tráfico de marihuana, con “bloques de viviendas en los que se cultivaba droga desde el sótano hasta la terraza. Los cuartos de baño, las cocinas y los dormitorios se habían convertido en invernaderos improvisados”. ¿Les suena?

Con su prosa precisa y certera, sin irse por las ramas, la novela tiene varios hilos narrativos en los que se entrelaza el tráfico de drogas con el terrorismo y la violencia callejera. Es de una contemporaneidad absoluta y, a la vez, el autor se asoma a un pasado trágico que no debemos, no podemos olvidar.

‘Tierra de furtivos’ es una nueva muestra del idilio entre el periodismo de investigación con la novela policíaca. Cuando la realidad negro-criminal desborda los límites del reportaje, la ficción acoge a periodistas de tronío como Ócar Beltrán de Otálora y les brinda la posibilidad de poner, negro sobre blanco, todo lo mucho que saben sobre lo que pasa por las calles.

Jesús Lens

El miedo y El Quijote a través del tiempo

Conexiones. La vida son conexiones. Y no solo por las chispas que producen nuestras neuronas al conectarse entre sí. Mañana miércoles, a las 19.30, comparece en el Teatro CajaGranada Pedro García Martín, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, para disertar sobre un tema sorprendente: la primera página del Quijote. 

Pocos textos son tan conocidos y reconocidos. De hecho, casi todo el mundo sería capaz de recitar lo de “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. ¿Pero entendemos todo lo que dice ahí? ¿Seguro? ¿Lo de la adarga antigua, incluso?

De eso va la charla de Pedro García. Del sentido último de la primera página de la monumental obra cervantina. Será una disertación didáctica en la que, además de desentrañar el sentido exacto de cada párrafo del arranque del Quijote, tendremos ocasión de verlo ‘traducido’ al castellano actual y adaptado a las circunstancias sociopolíticas de la España contemporánea. ¡Ahí es nada! 

Y algo que espero con auténtica fruición: el catedrático de la UAM bajará el Quijote a tierra y nos mostrará su impacto en la cultura popular, haciéndolo aterrizar de sus académicas alturas. En este sentido, ¿se acuerda usted de cuál fue su primera imagen del Quijote, su primera visión? Yo juraría que en formato dibujos animados o tebeo, más que en los grabados de Doré, que me siguen parecido ciertamente perturbadores… 

Siempre he fantaseado con la idea de que, igual que Alonso Quijano perdió la cordura de tanto leer historias de caballería y se lanzó a los caminos a desfacer los entuertos propios de sus héroes de ficción, un día de estos yo perderé la chaveta con tanta novela negra. Y entonces… ¡Ay, entonces! Ten miedo. Mucho miedo. 

Y de miedo les quería hablar, también. Porque ha querido la causalidad que el propio Pedro García Martín haya coordinado un espectacular dossier sobre el miedo para la revista ‘La aventura de la historia’, en el que escribe dos artículos: ‘Del milenarismo a las pandemias: terrores colectivos’ y ‘Entre el Renacimiento y la Ilustración: angustia permanente’. ¿Puede haber temas de mayor actualidad, para nuestra desgracia? Y ojo a la aportación del profesor y novelista Juan Laborda Barceló: ‘De la propaganda a la covid-19’.

Pedro García contaba hace unos días en una entrevista radiofónica que, con la peste negra, así llamada por los bubones de dicho color que salían a las personas infectadas, el negro se convirtió en el color del luto. Y de seguido, en el color que infundía respeto y miedo reverencial en las ceremonias, de ahí que fuera adoptado por jueces y letrados, catedráticos y profesores. ¡Hasta por los árbitros de fútbol! Una vez que visten de colorines para dar bien en la tele y necesitan acudir al VAR para tomar sus decisiones realmente comprometidas, ya no son lo que eran. 

Qué gran descubrimiento el de Pedro García Martín. Y ojo a la amplitud de registros que maneja, que tiene varios títulos publicados en Click Ediciones, del grupo Planeta, tanto novelas históricas como libros de divulgación. Por ejemplo, ’Icónicas. Una lectura cultural de las imágenes’, que me apresto a descargar… y a pagar, por supuesto.   

Negro, oscuridad y muerte. Es el color del que se tiñe semanalmente este rincón del periódico. Por ejemplo, la semana que viene, con el miedo cerval a una siniestra vuelta al pasado que siente el protagonista de ‘Tierra de furtivos’, novelón de Óscar Beltrán de Otálora publicado por Destino y que les recomiendo leer desde ya, con el tráfico de marihuana como eje central de la trama.

Jesús Lens