CIGARRAS vs. HORMIGAS

Está Nota está rebotando de buzón de correo a buzón de correo, a través de Internet. Una fábula muy sencilla y clarividente sobre la parálisis financiera en que estamos sumidos y que demuestra que las cigarras gastosas somos mejores para la economía que las hormiguitas ahorradoras. ¿O no?

 

 

En una pequeña ciudad todos tienen deudas y viven a base de créditos. Por fortuna, llega un ruso forrado y entra en un pequeño hotel con encanto. Pide una habitación.

Pone un billete de 100€ en la mesa del recepcionista y se va a ver las habitaciones.

El gerente del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero.

Este coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos.

A su turno éste se da prisa a pagar lo que le debe al proveedor de pienso para animales.

El del pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito.

La prostituta coge el billete y sale para el pequeño hotel donde había traído a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.

En este momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, coge el billete y se va de la ciudad.


Nadie ha ganado un duro, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas y mira el futuro con confianza!

MORALEJA: SI EL DINERO CIRCULA SE ACABA LA CRISIS

BARTOLOMÉ (*)

Me llaman Bartolomé. En las imágenes suelo aparecer con mi pellejo sobre las rodillas, tal como ese bendito varón que acompañó a Jesús en sus andanzas por tierras galileas. A san Bartolomé lo torturaron, desollándolo, y bajó a los infiernos con su piel a cuestas. Yo también salvé la mía, aunque fui devorado por mis congéneres durante la resistencia tenaz que los indígenas opusieron al poderío hispánico. Un joven taxidermista mestizo rellenó mi envoltura carnal; y aquí estoy, en el museo de antropología, luchando para que polillas e infantes no me desmonten.

 

 Alonso de Ercilla insinuó el hecho en La Araucana. Mencióname en unos versos del Canto XIX… Los españoles fuimos sitiados por los aguerridos araucanos, que no nos dieron tregua y nunca se doblegaron (como incas y aztecas). Nos vimos obligados a comernos unos a otros. Los indios reían a causa de las armaduras, ¿cómo íbamos a digerirlas?

 

 Después los araucanos adoptaron la antropofagia ritual, y cuando Pedro de Valdivia, nuestro noble capitán general, sucumbió a un golpe de macana, su corazón fue merendado por los caciques. El cráneo sirvió por muchos años de recipiente para las libaciones que vigorizaron la gran concertación de tribus que, hasta hoy, resiste a los dominadores.

 

 A mí me carnearon mis compañeros de armas en lo peor de la hambruna, cuando el fuerte de Corral fue sitiado durante seis interminables y lluviosos meses. Me sucedió por gordo y por andaluz. Agradezco a ese amable mestizo, mi hijo secreto, por haber salvado mi pellejo.

 

(*) Segunda de las Biografías Fingidas, que comenzaron con ÉSTA y que ha continuado mi amigo Bartolomé Leal. Ya saben. Su biografía, la que nunca fue, en 250 palabras. ¡Anímense a escribirlas y publicarlas! Foces ya tiene la suya AQUÍ. ¿Alguien más?

DE SASTRE

Acabo de tener un problemón con mi sastre.

 

Uf. Ya está dicho. ¡Ay!

 

Ya me he quedado descansando. Porque siempre quise decir eso de «mi sastre». Yo, que soy un desastre para la ropa y que tiendo a ir siempre de lo más desastrado, siempre admiré a la gente que tenía un sastre y cuidaba primorosamente su imagen. Eso de que un señor atildado, metro en mano, fuese anotando mis medidas para confeccionarme un traje a medida, siempre me pareció algo parecido a la ciencia ficción, la verdad, que yo soy chico Prêt-à-Porter y, además, de rebajas.

 

Pero llegó una boda. Y no era una boda cualquiera. Y fui al sastre, quién me confeccionó un traje oscuro a medida la mar de resultón.

 

Y pasa lo que pasa: te lo pones en la boda, luego lo repites en otra boda, y como tus amigos, básicamente, ya se han casado todos y andan teniendo churumbeles como descosidos; el traje se queda colgado de una percha, durmiendo el sueño de los justos.

 

De repente, año y medio después, llega un acontecimiento que te recuerda al pobre traje, arrumbado en el armario, más mustio y aburrido que un pimiento colorao colgando del tinao de una casa alpujarreña. Abrí la puerta corredera, saqué la prenda de su funda, me la probé… y el alma se me cayera a los pies. Bueno, más que el alma, fue el propio pantalón el que, en cuanto me descuidé, se me vino abajo, dejándome las vergüenzas al aire.

 

Tantos meses corriendo desaforadamente han terminado por dejarme algo escurrido y el traje, hecho a medida y tal y tal y tal… me quedaba más raro que una hamburguesa con ketchup en el menú de El Bulli. Por tanto, decidí llevarlo a la tienda en que lo compré para que me lo arreglara. «Mi» sastre.  

 

El hombre me vio entrar. Cogió el traje y pensó que apenas tendría que cambiarle los botones y arreglarle los picos para convertirlo en una pieza más convencional.

 

  • – También haría falta que le metiera un poco el ancho del pantalón…
  • – Entonces tienes que pasar al probador- me dijo, solícito y sonriente.

 

Pasé, me puse la prenda y esperé a que el hombre viniera.

 

Ya desde lejos pude intuir que el hombre se ponía hecho un basilisco, al verme sujetar «su» pantalón con las manos.

 

  • – ¿Un poco?
  • – ¿Perdón?
  • – Que no voy a tener que meterle un poco, sino un mucho- dijo mientras empezaba a blandir unos alfileres.

 

A mí, a qué negarlo, todo aquello me estaba provocando una intensa satisfacción. A fin de cuentas, me encanta estar delgado. Es verdad que he vuelto a recuperar un par de kilitos tras la Navidad, pero mola eso de haberse dejado siete u ocho por los caminos de la Fuente de la Bicha en los últimos meses.

 

  • – …¿…vestido… usted… traje… estos meses?- medio escuché al hombre, al que no estaba prestando atención.
  • – Ehhhh… sí- respondí sin saber exactamente a qué.

 

Entonces, un pinchazo sañudo me sacó de mis ensoñaciones. Un pinchazo que fue como… bueno, no sé qué metáfora utilizar en este caso ya que «fue como si le clavaran un alfiler» es la gran metáfora por antonomasia.

 

  • – Pues no debería haber llevado mi traje de esta forma tan deslabazada y poco elegante. Tendría que haberlo traído para que se lo arreglara.

 

De repente, ya no me tuteaba.

 

  • – Haga el favor de probarse la chaqueta.
  • – No, si yo creo que con meterle un poquillo el ancho al pantalón…
  • – ¡Que se ponga la chaqueta!- bramó.

 

Totalmente acojonado, me la puse. Y vi cómo los alfileres volaban de nuevo frente a mí, como micromisiles de crucero que amenazaban con impactar contra mi cuerpo.

 

  • – Llevar mi traje, hecho a medida, dos o tres tallas más grande… qué desconsideración por el trabajo de uno- musitaba el sastre mientras prendía alfileres por toda la chaqueta.
  • – Tampoco me lo vaya a ajustar mucho, que en unos meses volveré a coger unos kilos…
  • – ¡Pues lo trae usted de nuevo y se vuelve a arreglar, hombre de Dios!

 

Y otro pinchazo, esta vez en los lomos de la espalda, me hizo enfundar la lengua de una vez por todas.

 

Un de-sastre completo, mi primera y presumiblemente última aventura con la ropa hecha a medida. Con lo bien que estoy yo con mi ropa de toda la vida…  

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.         

LAS DOS CIUDADES

Mi amiga Yazmina, al saber que andaba por el Monte Líbano, me manda este cuento de Khalil Gibrán. Luego hablamos un poquito más sobre ello.

 

       
La Vida me tomó en sus alas y me condujo a la cumbre del Monte de la Juventud. Después me señaló a su espalda y me invitó a que mirase hacia allá. Ante mis ojos se extendía una ciudad extraña, de la cual emergía una humareda oscura de múltiples matices, que se movían lentamente como fantasmas. Una tenue nube ocultaba casi completamente la ciudad de mi vista.

Tras un momento de silencio, exclamé:

-¿Qué es lo que estoy viendo, Vida?

Y la Vida me contestó:

-Es la Ciudad del Pasado. Mira y reflexiona.

Contemplé aquel escenario maravilloso y distinguí numerosos objetos y perspectivas: atrios erigidos para la acción, que se erguían como gigantes bajo las alas del Sueño; templos del Habla, en torno a los cuales rondaban espíritus que lloraban desesperados o entonaban cánticos de esperanzas. Vi iglesias construidas por la fe y destruidas por la Duda. Divisé minaretes del Pensamiento, cuyas espiras emergían como brazos levantados de mendigos; vi avenidas de Deseo que se prolongaban como río a lo largo de los valles; almacenes de secretos custodiados por centinelas de la Ocultación, y saqueados por ladrones de la Revelación; torres poderosas erigidas por el Valor y demolidas por el Miedo; santuarios de Sueños embellecidos por el Letargo y destruidos por la Vigilia; débiles cabañas habitadas por la Fragilidad; mezquitas de Soledad y Abnegación; instituciones de enseñanza iluminadas por la Inteligencia y oscurecidas por la Ignorancia; tabernas del Amor, en que se emborrachaban los enamorados, y el Despojo se mofaba de ellos; teatros en cuyos tablados la Vida desarrollaba su comedia, y la Muerte ponía el colofón a las tragedias de la Vida.

Tal es la llamada Ciudad del pasado -aparentemente muy lejos, pero en realidad, muy cerca- visible apenas a través de los crespones tenebrosos de las nubes.

Entonces la Vida me hizo una señal, mientras me decía:

-Sígueme. Nos hemos detenido demasiado aquí

Y yo le contesté:

-¿A dónde vamos, Vida?

Y la Vida me dijo:

-Vamos a la Ciudad del Futuro.

Y yo repuse:

-Ten piedad de mí, Vida. Estoy cansado, tengo los pies doloridos y la fuerza me abandona.

Pero la Vida insistió:

-Adelante, amigo mío. Detenerse es cobardía. Quedarse para siempre contemplando la Ciudad del Pasado es Locura. Mira, la Ciudad del Futuro está ya a la vista… invitándonos.