Cine o palomitas

Esta noche voy a ver, en casa, una de las películas españolas nominadas a los Goya. Me cuesta 3 euros, en taquilla. Más la parte correspondiente de la cuota mensual de la plataforma digital y el ADSL. Pongamos 5 euros, por redondear. ¿Sería lógico que le añadiera a esa cuenta el importe del queso de cabra de las RRR maraceneras y el jamón de Trevélez que pienso cenar mientras veo la peli? ¿Y el vino con el que pretendo regar dichos manjares? En ese caso, la joía película se me monta en 15 euracos largos y, a nada que lo piense, casi mejor no verla, salir de cañas y eso que me ahorro.

Leo las conclusiones del Observatorio Social de La Caixa sobre ocio y cultura, recién publicado, y me encuentro con personas que no van al cine porque es caro, entre la entrada, las palomitas, los refrescos y tal. Que prefieren gastarse la pasta en irse de parranda con los amigos. Otros encuestados señalan que no tienen interés alguno en ir a exposiciones, museos o al teatro. Y que no se plantean leer -ni mucho menos comprar- un libro a lo largo del año. Que no les llama la atención.

Lo tengo muy dicho y muy escrito: uno de los grandes dramas de nuestra sociedad fue, durante los años en que nos creíamos ricos, no haber conseguido educar a una sola generación de ciudadanos que sintieran la cultura como algo necesario e imprescindible en sus vidas. Ese es el gran fracaso de nuestra política educativa: que no fomentan la curiosidad ni estimulan el placer por la cultura, con tanto utilitarismo.

Guillermo Cabrera Infante tituló su biografía como “Cine o sardina” por una historia que nunca se cansó de contar: “En mi pueblo, cuando éramos niños, mi madre nos preguntaba a mi hermano y a mí si preferíamos ir al cine o salir a comer, con una frase festiva: ¿cine o sardina? Nunca escogimos la sardina. La vida se puede concebir sin sardinas, nunca sin el cine”.

Resulta triste que, en pleno siglo XXI y en un país desarrollado de la Europa comunitaria, haya cientos de miles de personas sin acceso a la cultura, que sigue siendo muy cara, efectivamente. Pero tampoco deja de ser triste que haya tanta gente que no conciba la vida sin palomitas, pasando olímpicamente del cine.

Jesús Lens

Y ahora, el (des)empleo

A pesar de los datos sobre turismo que comentábamos ayer AQUÍ, nos costaba creer que Granada capital hubiera tocado techo por cuanto a número de visitantes. Sin embargo, la tozuda realidad se empeña en demostrar que sí: es muy posible que el modelo se haya estirado tanto que muestre síntomas de agotamiento más preocupantes que el Madrid de Zidane.

Es la única razón posible para explicar que, tras cinco años de crecimiento continuado, el sector servicios se contrajera en el 2017, al contrario que en el resto de provincias de Andalucía. Y, de inmediato, una duda: ¿dónde están los miles de puestos de trabajo que iba a generar la apertura del Nevada? ¿No deberían contabilizarse en los del sector servicios? A este tema será importante echarle una pensada…

Me encantaría defender la tesis de que se reduce el sector servicios por el crecimiento del empleo en el sector biosanitario y científico, en el tecnológico o en el cultural. Pero no van por ahí los tiros: los que crecen son los sectores de la agricultura y la construcción.

Que el sector agrícola haya crecido un 26% y el de la construcción un 16% y que, aún así, Granada haya terminado el año con una tasa de paro del 25,87%, la tercera más alta de Andalucía, solo por detrás de Cádiz y Córdoba; nos obliga a reflexionar, y mucho, sobre el complicado futuro que nuestra economía tiene por delante.

Los adalides del triunfalismo se agarrarán a la reducción del paro en 15.100 personas, el pasado año. Sin embargo, 2017 ha terminado con solo 8.500 empleados más, lo que demuestra que la tasa de paro baja en la misma proporción por la creación de empleo que por la expulsión de miles de personas del mercado laboral granadino, con todo lo que ello implica.

En Granada, cada vez quedan menos personas en condiciones de trabajar. Que la tasa de población activa continúe menguando mientras el número de parados sigue siendo desmesuradamente elevado, me parece un dato muy alarmante y me hace ser pesimista con respecto a las posibilidades de ganarse la vida en nuestra tierra. En pocas palabras: aquí no hay forma de buscarse las habichuelas. Y si la teta de la vaca turística empieza a no dar leche, el futuro no es precisamente halagüeño, por mucho que la tasa de paro haya bajado.

Jesús Lens

De viajes y experiencias

Leo interpretaciones para todos los gustos sobre los datos extraídos del Instituto Nacional de Estadística acerca de la llegada de turistas a Granada, su estancia en la capital y sus pernoctaciones… en habitación de hotel. Que sobre apartamentos turísticos oficiales, no hay datos hasta final de mes. Y de los no oficiales, piratas o clandestinos; ni los hay ni se les espera, lógicamente.

FOTOGRAFIA: GONZALEZ MOLERO.

Así las cosas, el primer impulso es pasar página y olvidar el tema, dado que los datos resultan en exceso insuficientes. Sin embargo, las cifras sobre el sector hotelero nos pueden servir como pista, como indicio. Trataré de interpretar bien la información de Juanjo Cerero a la hora de sacar conclusiones, que menudo reportaje alfa-numérico se marcó ayer. Si meto la pata, espero que me corrija.

 

Según el INE, Granada capital habría tocado techo por cuanto a turistas hoteleros y los que vienen, duermen una sola noche. Eso nos permitiría concluir que la opción Alhambra & Go sigue siendo la favorita para la inmensa mayoría de visitantes a la ciudad.

 

Sin embargo, y dado que cualquier viernes y sábado tarde/noche, el centro de Granada está al borde del desbordamiento, debemos concluir que la inmensa mayoría de quienes nos visitan dos o más días seguidos, tiran de soluciones habitacionales diferentes a las hoteleras. Ahí, el sector tiene un enorme desafío por delante. Y lo puede afrontar, básicamente, de dos maneras.

La primera es fácil. La típica, la de siempre: bajar los precios para hacerlos más atractivos al viajero. Tirarlos, si es necesario, para tratar de hacerle competencia a los apartamentos turísticos. Eso ya sabemos lo que supone: peores servicios, desatención al cliente y precariedad laboral.

 

La segunda opción es ampliar la oferta de servicios a los clientes, con propuestas que vayan más allá de dormir y desayunar. Y la cuestión no es, solo, ofrecer un amplio catálogo de almohadas o tener en recepción el folleto de la empresa que sube y baja a los turistas a las zambras del Sacromonte.

 

Experiencias. Es lo que marca la diferencia y por lo que los viajeros están dispuestos a pagar más. Mucho más, incluso.

En unos tiempos en los que la información fluye a golpe de clic y los espacios urbanos son cada vez más monótonos e intercambiables, ofrecer experiencias diferentes, originales y memorables es la única posibilidad de distinguirse y seguir creciendo.

 

Jesús Lens

Saludable y sostenible

A mí también me gusta la comida saludable. Me gusta saludarla y, acto seguido, pasar a hincarle el diente a un buen chuletón, a unas morcillas o a una sabrosa fritura de pescado. De postre, también soy muy de saludar a la fruta pelada y troceada, pero prefiero un tentador pastel de chocolate recubierto de crujiente capa de chocolate y aderezado con crema de tres chocolates.

Y, sin embargo, hay que estar por los alimentos saludables. Es el mantra de los nuevos tiempos: lo saludable y lo sostenible, casi al mismo nivel de lo solidario. Hoy, las cosas son saludables, sostenibles y solidarias, o no son.

 

Hagan la prueba: cojan cualquier concepto del mundo en que vivimos y, después, adósenle alguno de los términos referidos. ¿No luce mucho más bonito, redondo y cerrado? ¿Cómo va a ser lo mismo un banal turista que practicar turismo sostenible? ¿No suena mejor afirmar que vivimos en un entorno saludable a decir que residimos en un adosado de la sexta fase de una urbanización?

Para un político y/o representante institucional, estos palabros son mano de santo, el bálsamo de Fierabrás que todo lo justifica. La construcción de una torre de fuerte impacto visual, por ejemplo, siempre se puede justificar por lo sostenible de sus viviendas y lo saludable de sus materiales de construcción. Además de por el empleo que genera, por supuesto.

 

Y como eso, todo. ¿Jugar al fútbol o al baloncesto con los amigos? ¿Calzarse las zapatillas y salir a correr? ¡No! Mucho mejor practicar actividades saludables. Que suelen ser sinónimo de pagar un pastón por control cardíaco, clases con monitores especializados, seguimiento nutricional, coaching, etcétera. Ya nos habíamos acostumbrado a echarnos la mano a la cartera cada vez que oíamos lo de “solidario” anexado a cualquier actividad, pero empieza a ser sospechoso el auge de “sostenibles” y “saludables”.

 

Jesús Lens

Entre pitos y cláxones

Salí de casa un rato antes de las ocho de la mañana, camino del curro. Había más jaleo de pitos y de cláxones de lo habitual a esas horas, por lo que decidí cambiar mi ruta habitual e ir a olisquear un poco.

Mi gozo en un pozo: se trataba de una celosa madre de su camada que había soltado a sus cachorros lejos de la puerta de entrada al colegio y los seguía con el coche, a paso de tortuga, para asegurarse de que llegaban bien, provocando con ello la ira y el cabreo de decenas de conductores. Pero a ella, plim: hasta que no los vio entrar, siguió su lenta marcha, al son de la música de viento.

 

Reconozco que me hizo gracia la cosa, sorprendido por el cuajo y el morro que tienen algunos, pero también es cierto que me quedé un poco decepcionado por el poco lustre de aquella historia. Sobre todo porque, al cambiar mi recorrido de camino a la oficina, cuando llegué ya tenía una llamada sin contestar en el teléfono fijo.

 

No era nada urgente, que para eso están los móviles, pero el episodio me hizo reflexionar sobre una de las paridas favoritas que usan los gurús del buen rollo y los coach de la creatividad: si no varías tu recorrido habitual, si siempre vas a los sitios por los mismos caminos; es que eres un muermo, un aburrido y un huevo sin sal.

Y miren, no. La cosa no es así. Para ir al trabajo, a una cita o a un encuentro, elegimos el camino más corto posible, el que nos permite llegar con la mayor rapidez. Y no lo elegimos por carecer de sentido de la aventura. Es una cuestión de sentido común. Y de responsabilidad, claro. Y de buena educación. Y de respeto hacia los demás.

 

Es cierto que Ulises se entretuvo sus veinte años de nada, dando tumbos por el Mediterráneo, una vez que decidió volver a casa. Y que “La Odisea” mola mazo. Pero habría que preguntarles a Penélope y a Telémaco qué les pareció aquella excursión de su esposo y padre, entre cicones, lotófagos y cíclopes; haciéndole siempre caso a los cantos de sirena.

Así las cosas, hagamos un elogio de la normalidad y disfrutemos de nuestros tranquilos y previsibles recorridos habituales, huyendo de pitos y de cláxones.

 

Jesús Lens