Poca frecuencia, poca vergüenza

Tenía intención de hablarles hoy de libros, eufórico por la vuelta de su Feria a la Fuente de las Batallas y a la Carrera de la Virgen, 800 días después. El pasado viernes por la mañana, cuando las casetas apenas se desperezaban, aún desordenados los libros en los expositores, ya andaba bicheando por allí. Y comprando, ojo, que no me gusta ir solo de miranda.

Ya hemos tenido un primer club de lectura, que la dirección de la Feria del Libro cuenta con Granada Noir en diversas actividades. Además, si el tiempo lo permite y la autoridad no lo prohíbe, el domingo por la tarde habré estado escuchando a esa bestia parda de la literatura española que es Lorenzo Silva.

La apertura del IDEAL de ayer domingo, sin embargo, me obligó a cambiar de planes. Porque el desprecio con que Iberia y Renfe vuelven a tratar a Granada es lamentable. E indignante. Lo estoy sufriendo en mis carnes estos días. La gente nos pide ya el programa de Granada Noir, el festival patrocinado por Cervezas Alhambra que celebrará su séptima edición -ahí es nada- entre el 25 de octubre y el 1 de noviembre, sin pisar a ninguna otra cita cultural de este ajetreado otoño.

El caso es que tenemos el programa terminado, pero cuadrar los viajes de los autores es un sudoku de difícil ejecución. Por culpa de la bochornosa incomunicación de nuestra tierra, algunos se ven obligados a pasar tres días aquí. ¡Tres días en Granada! ¡Qué guay! ¡Qué chollo! Pues no, oiga. Al menos, no necesariamente. Los escritores y los dibujantes, aunque algunos no se lo crean, también trabajan. Y verse obligados a invertir tres días de su tiempo en desplazarse a un festival les resulta engorroso. En algunos casos, es una auténtica barrabasada. Por bonito y excitante que suene lo de pasear una mañana de otoño por el Albaicín, las agendas mandan. Y la conciliación familiar, que también existe.

Venir a Granada sigue teniendo mucho de azaroso. Y no digamos ya la de incomodidades que supone para la mayoría de la gente. Venir a Granada, si lo definimos claramente, sigue siendo una jodienda para cualquier persona que necesite desplazarse por trabajo.

Desde aquí quiero pedir disculpas a la gente de la cultura que hace un notable esfuerzo por desplazarse hasta aquí, soportando el ninguneo al que nuestra provincia es sometida en materia de transportes y comunicación. La pregunta es: ¿qué hacemos para revertirlo?

Jesús Lens

Manual práctico de corrupción contemporánea

El título de la novela de Alexis Ravelo es ‘Un tío con una bolsa en la cabeza’ y la publica la editorial Siruela en su colección Policíaca. Yo le habría puesto, aunque fuera como subtítulo, ‘Manual práctico de corrupción contemporánea’. Además, si fuera responsable de un partido político, sea del color que sea, se lo regalaría a todos los miembros que ingresaran en las Juventudes y/o Nuevas Generaciones y, al mes, organizaría un club de lectura con ellos para asegurarme de que lo han entendido e interiorizado.

‘Un tío con una bolsa en la cabeza’ comienza con un tío con una bolsa en la cabeza que se asfixia, literalmente hablando. No es nada erótico o sexual, sino un modo de tortura… o algo peor.

El tío con la bolsa en la cabeza, además, está maniatado. Y así no hay forma de respirar. Mientras boquea e intenta librarse de su siniestra mordaza, el tío con una bolsa en la cabeza trata de entender qué le está pasando y por qué. En realidad, se centra en el por qué. Lo que le está pasando es fácil de entender: se está ahogando. La cuestión, como siempre ocurre con las cosas importantes de la vida, es saber por qué. ¿Se trata de un atraco que se le ha ido de las manos a los delincuentes o hay algo más?

Es entonces cuando empieza a repasar su vida, desde que era un chavea. O un chacho, que estamos en Canarias. Una vida marcada por una decisión: dedicarse a la política. En cuerpo y alma. Entregarse a ella y ser consecuente con la decisión tomada. Lo que no es fácil. Nada fácil. O sí. Quizá. ¿Quién sabe?

El chacho se llama Gabriel Sánchez Santana, conocido como Gabrielo por los amigos. Que son muchos. Muchísimos, en realidad. Aunque quizá no tanto. Quizá no tantos. En el momento de comenzar la novela, Gabrielo, además de ser un tío con una bolsa en la cabeza, es el alcalde del municipio de San Expósito. Una localidad que podría ser la Poisonville de ‘Cosecha roja’, el clásico de Dashiell Hammett, pero a comienzos del siglo XXI. Una localidad corrupta, por tanto.

¿Pueden una ciudad, un pueblo, una comunidad, un partido o un país; ser tildados de corruptos? Tema espinoso, porque corruptas son las personas. Pero cuando demasiados individuos de una misma organización hieden a corrupción es que algo pasa.

Alexis Ravelo, libra por libra uno de los mejores escritores de género negro de nuestro país, nos vuelve a noquear con una novela que no hace ni una maldita concesión y que golpea fuerte y duro en la cabeza. Una novela que llama al pan, pan y al corrupto, corrupto; sin ambages ni disimulos.

Una novela, eso sí, que explica muy bien explicado cómo y por qué un chaval joven y prometedor termina convertido en un político vendido al que no le tiembla el pulso a la hora de introducir en su pueblo a la mismísima mafia rusa. Un político brillante y ambicioso, como tantos otros, que no tarda en vincular el supuesto progreso de su comunidad a su propio enriquecimiento personal.

Un político con visión de futuro que sabe en qué momento hay que de bajarse de un caballo que ha dejado de ser ganador para subirse a un purasangre que le lleve a la meta a una velocidad vertiginosa. Que intuye con quién hay que juntarse y a quién hay que acuchillar en un momento dado, metafóricamente hablando. O quizá no.

Un político que, al acabar con una bolsa en la cabeza, trata desesperadamente de luchar por su vida a la que vez que intenta entender cómo y por qué ha terminado así… mientras regala al lector una inestimable guía práctica sobre la corrupción contemporánea.

Jesús Lens

Deporte y género negro

En principio, no parece un buen maridaje. Y sin embargo, casan bien. Ahora que estamos en plenos Juegos Olímpicos y no dejamos de escuchar el lema ‘Citius, Altius, Fortius’, es necesario recordar que hay deportistas sin empacho en tomar atajos para llegar más rápido, más alto y más fuerte.

El novelista Eugenio Fuentes, un enamorado del deporte de la bicicleta, escribió un novela policíaca centrada en el mundo del ciclismo. En ‘Contrarreloj’ se cuenta el asesinato de Tobias Gros, el favorito e imbatible ganador de las cuatro últimas ediciones del Tour de Francia. El impacto es brutal y se dispara una rumorología que apunta a Santi Mieses, rival que habló con Gros poco antes de su muerte.

Luis Carrión, el director del equipo donde pedalea Mieses, contrata al detective Ricardo Cupido, que anda de espectador de una de las etapas reinas: el ascenso al Tourmalet. A través de sus pesquisas, Cupido se adentra en el pelotón para descubrir al lector los entresijos de la carrera, las rivalidades y hasta enemistades declaradas entre ciclistas o el tantas veces sospechoso trabajo de algunos médicos.

El gran thriller sobre el mundo de la corrupción en el ciclismo, sin embargo, está basado en hechos reales. Y visibles. Públicos y notorios. Porque se desarrollaron a la vista de todo el mundo. No me cansaré de recomendar un documental vertiginoso del año 2013 dirigido por Alex Gibney y titulado ‘La mentira de Lance Armstrong’. El director era amigo del ciclista y uno de sus grandes admiradores.

Comenzó a filmar en 2009 su regreso a la competición, pero fue percibiendo síntomas de que las pertinaces acusaciones de dopaje contra él tenían visos de ser ciertas. Y cambió el objeto de su trabajo: de la devoción a la duda y a la investigación. Cuatro años después, la historia concluye el día en que el ciclista fue desposeído de sus siete maillots amarillos de ganador del Tour. Un trabajo sobresaliente. Además, el año pasado, la ESPN, cadena especializada en deportes, emitió ‘Lance’, con la vitola de ser “el documental definitivo” sobre uno de los estafadores más grandes de la historia del deporte.

Cambiemos el paso. El escritor norteamericano Harlan Coben tiene una serie de novelas policíacas protagonizadas por el personaje Myron Bolitar, un antiguo jugador de baloncesto universitario al que una desgraciada lesión impidió convertirse en profesional y llegar a la NBA. En ‘Motivo de ruptura’, Bolitar aparece convertido en agente de un prometedor jugador de fútbol americano con aspiraciones de alcanzar la NFL y al que todo parece irle bien… hasta que una antigua novia dada por muerta aparece en escena, lo que obligará al protagonista a convertirse, también, en detective privado.

B18. BARCELONA, 09/09/2010.- El escritor norteamericano Harlan Coben, autor de la serie protagonizada por el personaje de Myron Bolitar, ha resultado ganador del IV Premio Internacional de Novela Negra RBA, que, con 125.000 euros, es el mejor dotado del mundo en su categoría. EFE/Xavier Bertral

A partir de ahí, diferentes profesionales del tenis, del golf y del propio baloncesto irán requiriendo los servicios de Bolitar cuando sus carreras se tuerzan por motivos extradeportivos. Porque es un tipo fiable que conoce los entresijos del deporte profesional y a los tipos que pululan entre bambalinas. Una excelente serie de novelas para los amantes del Noir que, además, sean buenos aficionados al deporte.

Terminamos hablando de las apuestas, esa otra lacra que amenaza la limpieza del deporte. Una de las subtramas más interesantes de la serie televisiva ‘Todo por el juego’, que cuenta con dos temporadas.

Describe con todo lujo de detalles cómo se las ingenian las mafias para aprovecharse de los futbolistas más vulnerables y conseguir que jueguen para ellos: les ponen delante de las narices coches deportivos de alta gama, despampanantes mujeres, pases VIP para las mejores discotecas, sustancias tóxico-recreativas… Y cuando pican, aunque sea una sola vez, ya los tienen agarrados por donde más duele.

Jesús Lens

Bacurau, un western noir del futuro pasado

El año pasado, al volver del Almería Western Film Festival, coincidí en el coche con el ganador del mejor cortometraje, un encantador y rubicundo chaval inglés que lucía una espectacular chaqueta de cuero negro. Como es normal en ese tipo de situaciones, hablamos de cine.

Me preguntó por ‘Bacurau’, la película brasileña ganadora del festival. Me disculpé por no haberla visto, que la proyectaron antes de mi llegada. “No te la pierdas”, me aconsejó. Y seguimos parloteando.

—¿Cuáles son tus westerns favoritos?— me preguntó.

—Liberty Valance y Centauros— contesté—. ¿Y los tuyos?

—Centauros y Bacurau.

Me quedé parado. Como estábamos hablando en inglés, temí no haber entendido su pregunta.

—¿Hablamos de los mejores westerns de la historia?

—Sí. Tienes que ver ‘Bacurau’.

Achaqué lo que me pareció un desmedido exceso de euforia a la consecución de su propio premio, aunque bien era verdad que todos los comentarios escuchados aquellos días sobre la película eran enormemente elogiosos y que se había alzado con el Gran Premio del Jurado en Cannes 2019.

No sé por qué he tardado varios meses en verla. Lo hice el pasado viernes. Y reconozco que me voló la cabeza. Miren que le tengo ojeriza a dicha expresión, que no termino de comprender. Sin embargo, al acabar ‘Bacurau’ lo tuve claro: aquella película me había provocado algo parecido a un cortocircuito neuronal.

¡Ojo! Es una película dura y fuerte. Tiene un guion literalmente acojonante, en todos los sentidos de la expresión. Y su realización… ¡Foh! Portentosa. Como la interpretación de todo el elenco artístico, de los actores y actrices principales a, sobre todo, unos secundarios de lujo.

‘Bacurau’ es un western noir con ribetes terroríficos que, por momentos, bordea el gore y la ciencia ficción de carácter anticipatorio y distópico. A la vez, es puro realismo mágico. Un realismo mágico en que este trasunto noir de Macondo se ve teñido de rojo sangre tras ser pasado por una turmix estilística y conceptual y la ingesta de dos o tres sustancias lisérgicas.

Cualquier cosa que les cuente sobre el argumento de esta joya, valiente, visceral y arriesgada hasta el delirio; no le hace justicia a una película que comienza con un camión cisterna lleno de agua que avanza a duras penas por una pista en mal estado. Estamos en una zona cercana a Pernambuco, en Brasil, en un futuro cercano, entre lo posible y lo ¿probable?

De repente, el camión empieza a sortear obstáculos en el camino. Son ataúdes: otro camión ha sufrido un accidente y ha dejado un reguero de féretros, todavía vacíos, a su paso. Era su siniestra carga.

Al llegar a Bacurau, una localidad recóndita y dejada de la mano de Dios donde tienen problemas de abastecimiento de agua por un conflicto político en relación a una presa, nos enteramos de que Carmelita, la matriarca de la localidad, acaba de fallecer. En ese momento, además, el pueblo deja de aparecer en los mapas satelitales. Y ahí comienza la parte mágica de la historia.

En ‘Bacurau’ hay políticos corruptos y líderes comunitarios en lucha. Tenemos a una traficante de vacunas, a una médico con propensión a la bebida y a Pacote, un tipo que, dicen, era un consumado atracador con facilidad para apretar el gatillo. El autobús escolar se ha transformado en vivero y, allá por la presa, habita Lunga. Y hay turistas, ojo. Turistas que recorren la región en moto.

¿A que no se han enterado de nada? Efectivamente. ‘Bacurau’ es un pandemónium inexplicable que pide a gritos que deje usted de leer estas notas y busque la película con ansia, empeño y porfía, si fuera menester.

Jesús Lens

Marcos incomparables del Noir

Dos novelas diferentes. Dos escenarios lejanos entre sí. Dos marcos incomparables, ambos. Aviso para los amantes de las tramas con trasfondo artístico: ¡háganse con ‘Nenúfares negros’, de Michel Bussi, publicada por la colección noir de Harper Collins. “¿Qué se oculta en Giverny, el pueblo de Monet?”, nos pregunta una portada de atractivo diseño, plagada de plantas flotantes?

Desde el principio, uno sabe que pasa algo raro. Muy raro. Una enigmática vieja observa todo lo que ocurre en un pueblo tomado por los turistas que, siguiendo el rastro del célebre pintor, bajan de sus autobuses en busca de inspiración o con ganas de rendir pleitesía a uno de los grandes artistas de la historia.

 A partir del descubrimiento del cadáver de Jérôme Morval, tan enamorado del arte como de las mujeres, se inicia una investigación que se desarrollará exactamente en trece intensos días y en la que descubriremos que los paisajes de postal también albergan ominosos secretos. El responsable de dar con el culpable del crimen tiene un sentido del humor que sus subordinados definirían como cuestionable. Y el autor de la novela juega con ello, por ejemplo, cuando alude a una corazonada.

“—Explíquese mejor, jefe. Por regla general, no soy muy fan de las corazonadas de poli; soy más bien un maníaco compulsivo de la ‘coleccionitis’ de pruebas”.

Doscientas páginas más adelante, el tema seguirá candente: “En el norte no se lleva demasiado el método de la corazonada, sobre todo cuando esas corazonadas tienen menos que ver con lo que se cuece en el cerebro de un poli que con lo que pasa en sus panta…”.

Lean este verano ‘Nenúfares negros’ y tengan a mano algún dispositivo móvil  para buscar imágenes de Giverny, Normandía y de los cuadros de Monet. Estamos ante un libro que, más allá de su enigmática trama —van a flipar con el final— espolea diferentes resortes sensitivos a los amantes del arte y la cultura.

La editorial Salamandra Black, por su parte, ha tenido la feliz idea de publicar ‘El hombre perdido’, de Jane Harper, en plena canícula veraniega. ¿Piensan ustedes que hace calor y que lo del pasado fin de semana fue excesivo? Pues adéntrense en el interior más ardiente de la ardiente Australia y verán lo que es bueno.

 Había leído previamente las dos novelas de Harper publicadas en español hasta la fecha, ‘Años de sequía’ y ‘Naturaleza salvaje’. Sus títulos ya nos dan una buena pista de por dónde van los tiros. Con ‘El hombre perdido’, la autora se supera. Y eso que es, posiblemente, la novela más complicada de las tres. Ojo, se lee la mar de bien, pero su existencialismo, lo despojado del hombre enfrentado a una naturaleza árida e inclemente, está presente de la primera a la última página.

Jane Harper consigue que el lector sienta la vastedad y peligrosidad del inhóspito Outback australiano a través de sus páginas. Es una sensación que va más allá del calor. Es la posibilidad cierta de morir a nada que cualquier personaje cometa un error. Como alejarse del coche apenas unos kilómetros. Sobre todo, cuando el vecino más cercano se encuentra a tres horas y media de atenta conducción.

¿Qué hacía Cameron Bright junto a la conocida como ‘tumba del ganadero’, un mojón situado en mitad de la nada más absoluta? El descubrimiento de su cadáver sugiere que se suicidó. La policía lo tiene meridianamente claro. Falta poco para Navidad y la familia se reúne. Toca hablar de lo que ha pasado. Y de los porqués. No diremos más. Solo que ‘El hombre perdido’ tiene una intensa atmósfera a western contemporáneo y, a la vez, clásico.

Jesús Lens