Hablar de cine, negro o de cualquier color

Qué maravilla, el pasado viernes, la celebración del 75 aniversario del Cineclub Universitario con Juan de Dios Salas y compañía. Nuestro cinéfilo de cabecera reprodujo la misma sesión inaugural que Eugenio Martín y sus cómplices organizaron en el Aliatar y pudimos ver cuatro joyas. Para empezar, el ‘Memphis Belle’ de William Wyler, un documental bélico filmado durante la II Guerra Mundial, cuando célebres directores de Hollywood tomaron las armas en forma de cámara de cine. 

Se trataba de movilizar al público norteamericano. De hacerle ‘simpatizar’ con la guerra contra los nazis. De que se alistara y/o comprara bonos del tesoro para financiar la máquina de guerra. Y es que, como no me canso de repetir, el cine es el arte con mayor capacidad de transformación social. 

En ese mismo sentido, después vinieron un par de cortos animados sobre la importancia de la higiene para combatir determinadas enfermedades. Y es que, con dibujos animados, todo se entiende mejor. Incluso el paludismo. Que el Padul no se llama Padul por casualidad, situado a la vera de las famosas lagunas, ‘paludis’ en latín, del que también toma nombre la terrible enfermedad. Información para la formación a través del cine más desenfadado.

Y tras el descanso —visite nuestro ambigú— otra joya: la versión restaurada de ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ o, como Fritz Lang quiso titularla originalmente, ‘Un asesino entre nosotros’. ¿Qué les puedo decir de una de las obras maestras del cine negro… y de cualquier color? Recuerdo que ya tuvimos ocasión de verla en pantalla grande hace unos años, cuando programábamos en CajaGranada. Ni que decir tiene que sigue impresionando, agobiando y perturbando.

Me encanta cómo Lang muestra el método científico aplicado a la investigación policial. Y los paralelismo entre las altas esferas, la aristocracia del crimen y la red de mendigos. Me parece fascinante la forma de contar la desaparición y muerte de la primera niña, cómo muestra su ausencia, el vacío que deja. David Lynch hizo algo parecido con su Laura Palmer. 

Y, recién llegado el sonoro, el cineasta alemán utiliza los efectos de sonido como parte esencial de la trama (ese silbido…) y como recursos narrativos con entidad propia, como los relojes marcando el paso el tiempo. ¡Y está Peter Lorre, inconmensurable en su inquietante patetismo! Que un noir de este calibre fuera parte esencial de aquella ya mítica velada inaugural del Cineclub Universitario de Granada es motivo de orgullo, satisfacción y celebración sin igual. 

Afortunadamente, eso sí, como siempre ocurre con las cosas buenas de la vida, lo mejor del Cineclub Universitario de la UGR está por llegar. Las proyecciones, por supuesto, que sus ciclos son impecables. Pero este año, además, Juan de Dios Salas propone una actividad esencial para quienes amamos el séptimo arte: hablar de cine. 

Siempre que veía a mi añorado Fernando Marías, de cuyo desgraciado y prematuro fallecimiento se cumplió ayer el segundo aniversario, hablábamos de cine. Clásico y contemporáneo. De una película concreta, de un cineasta, de una época, de un género. Hablar de cine te lleva a ver cine y a escribir de cine en un maravilloso bucle sin fin. 

Este año, el Aula de Cine Eugenio Martín plantea una primera entrega de Diálogos sobre Cine Español en el que participarán José Ignacio Fernández-Dougnac, Juan Varo, José Abad, Manuel Trenzado, Yolanda Guasch, Isabel Royán, José Sánchez-Montes, Lidia Peralta, Marian del Moral y Julio Grosso. ¡Imprescindible! 

Y precisamente por toda esta labor, en el festival Gravite patrocinado por CaixaBank hemos querido otorgar el III Memorial Fernando Marías al Cineclub universitario, una esencial institución cultural granadina. 

Jesús Lens

2024: un año dedicado a David Lynch

Cambiar de año seriéfilo volviendo a ver por ¿cuarta? ¿quinta? vez la primera temporada de ‘Twin Peaks’ es toda una declaración de intenciones. Y es que 2024, mi 2024, va a estar dedicado a David Lynch, así se lo digo. ¿Por qué? Porque sí. Porque me gusta y porque me apetece. Porque me da la gana, vamos.

Me lo he puesto como propósito de Año nuevo, dentro de un objetivo más global: ver 250 películas. Terminé 2023 con 200 y pienso que es una meta realizable, aunque también habrá que ver alguna serie, digo yo. Y por terminar con los propósitos culturetas: dado que acabé leyendo unos 80 libros y 200 cómics, este año bisiesto me voy a conjurar para llegar a los 365. Ea. Que no se diga que no somos ambiciosos.

Y es que vergüenza me da la acumulación de novelas y tebeos pendientes de leer que tengo, repartidos por estanterías, mesas, sillas, brazos de sofá, aparadores y hasta por el suelo. Más que aficionado, letraherido, coleccionista o comprador compulsivo, tengo la sensación de ser un miserable acaparador. Y eso no puede ser. Así que, a leer se ha dicho. 

Por ejemplo, ‘Espacio para soñar’, el tochaco escrito por el propio David Lynch y Kristine McKenna, publicado por Reservoir Books. “Una mirada insólita a la vida personal y creativa del cineasta David Lynch a través de sus propias palabras y las de sus colegas más próximos, amigos y parientes”. Así se presenta este monumental y prometedor libro de más de 700 páginas.

Además, tengo otros diez libros o así sobre Lynch, dedicados a su serie de cabecera y a sus diferentes películas. Incluso a las jamás filmadas. Y discos. Y Funkos y otras figuritas. Y una recopilación de Fan Art. ¡Hasta un cuadro exclusivo, pintado por la artista Irene Sánchez Moreno, titulado ‘Tarta de cerezas’!

Por muy fordiano, hawksiano y hitchcockiano que uno sea, David Lynch es el director que más fascinación me provoca. Y tensión, ansiedad y desconcierto. Y frustración también, a qué engañarnos. Así que vamos a dedicarle todo 2024 a su obra, alternando el ver y el mirar con el leer y escuchar. Y con darle al pico, si ustedes se animan. Ya veremos cómo y de qué manera.

Les confesaré que volví a llorar durante el primer y desgarrador primer episodio de ‘Twin Peaks’, cuando ‘informan’ a la madre de Laura Palmer de que su hija ha muerto. Y en la secuencia del instituto, terrible y desgarradora. Pero acto seguido no puedes evitar reírte con las ocurrencias del agente Cooper. O con la candidez de Andy. Y amar el café por encima de (casi) cualquier otra cosa. Y a Audrey, claro. Porque en ‘Twin Peaks’ está todo y cuantas más veces la ves, más detalles le encuentras y más la disfrutas.

El año pasado ya volví a ver ‘Terciopelo azul’ y ‘Corazón salvaje’. La primera es una de mis películas favoritas del mundo mundial. La amo sin medida y con pasión. Con la road movie protagonizada por Nicholas Cage y Laura Dern, sin embargo, conviene rebajar los estándares de exigencia de calidad y dejarse envolver por lo malsano de su tercio final. Bobby Perú y tal. Y por las secuencias de carretera. Y por la chaqueta de piel de septiembre.

         

En fin. Que este 2024 me voy a entregar a David Lynch. Y a los estudios sobre su obra, aunque termine por no entender nada. Y es que así se abre ‘Espacio para soñar’: “Se trata de una crónica de los hechos sucedidos, no una explicación de lo que significan tales hechos”. 

Jesús Lens    

De asesinos, voces en off y The Smiths

Por fin llegó a Netflix ‘The Killer’, la nueva, maravillosa y polémica película de David Fincher. Si son ustedes seguidores habituales de esta sección sabrán que le tenía ganas, muchas ganas. Casi tantas como a ‘Los asesinos de la luna’, de Scorsese. 

¿Se acuerdan del fervor con que les recomendé la lectura de los tres tomos que conforman el integral de ‘El asesino’, el maravilloso cómic de Matz y Jacamon publicado por Norma Editorial? Pues si me hicieron caso y lo leyeron, la controvertida voz en off de Michael Fassbender no les habrá pillado de sorpresa. 

Digámoslo desde el principio: ‘The Killer’ no es para todos los gustos. En términos gastronómicos, sería una carne con varios meses de maduración y muy poco hecha, más para paladares curtidos que para los aficionados a las hamburguesas industriales. Es una película de las llamadas lentas: la mayor parte de su metraje está más pendiente de lo que pasa por la cabecita del protagonista que de lo que le pasa a él como persona. Y menuda cabecita tiene el hombre. 

Sobre la trama, muy brevemente, diremos que un asesino a sueldo pierde la confianza de la organización para la que trabaja y se ve solo y abandonado, teniendo que actuar en consecuencia. Durante la magistral primera media hora, que transcurre en París, asistimos al soliloquio del ‘shooter’, un trabajo que pierde todo su glamour, por cierto. ¡Menuda ‘peoná’, eso de liquidar a alguien descerrajándole un tiro lejano! Es un poco como la ingrata investigación del Asesino del Zodíaco que el propio Fincher nos contó en esa obra maestra que es ‘Zodiac’. 

A partir de ahí y tras un fugaz paso por el Caribe, el asesino empieza a moverse por todos los Estados Unidos, que visitará Chicago, Nueva Orleans, Miami y Nueva York. Y no necesariamente en ese orden. ¿Nos lleva Fincher de turismo, a través del imponente Fassbender? La verdad es que… no. Ni falta que hace.

Su personaje es un experto en moverse por lo que Marc Augé bautizó felizmente como ‘no lugares’. Terminales de aeropuertos, desmesurados edificios corporativos, parkings de vehículos de alquiler, impersonales hoteles de cadenas internacionales, restaurantes de comida basura, barrios residenciales clónicos y hasta anónimos y fríos gimnasios a los que te puedes inscribir usando nada más que el móvil, sin necesidad de interactuar con humano alguno. Pocas veces como en ‘The Killer’, la soledad, el desarraigo y la frialdad del siglo XXI han quedado tan expuestas. 

Si a todo ello le sumamos la música electrónica de esos dos genios que son Trent Reznor y Atticus Ross, este cóctel de gélida tecno-existencia hermana a Fincher con David Cronenberg. ¿Y las canciones de The Smiths? Ahí hay que dominar el inglés a nivel pro: las letras sirven para pespuntear el ánimo del protagonista en cada momento. Cuando se enchufa los auriculares para escuchar ‘How Soon Is Now’ a modo de mantra, por ejemplo, deberíamos comprender eso de “Soy el hijo y el heredero de una timidez que es criminalmente vulgar. Soy el heredero de nada en particular. ¡Cierra la boca! ¿Cómo puedes decir que hago las cosas mal? ¡Soy humano y necesito ser amado! Igual que todos los demás”.

Se ha comparado a ‘The Killer’ con ‘Le Samuraï’, y algo de eso hay, claro. Pero con la controvertida voz en off. A mí, otra referencia que se me vino a la cabeza fue ‘A quemarropa’, la maravillosa brutalidad de John Boorman, aunque aquella Angie Dickinson y esta Tilda Swinton se parezcan tanto como el cine de finales de los 60 al de estos primeros 20.

Jesús Lens

Otra obra maestra de Martin Scorsese

Si pasean por Granada, se toparán con el cartel de ‘Los asesinos de la luna’ en tamaño gigante. No es un cartel bonico, para qué nos vamos a engañar, pero los caretos de Robert De Niro y Leonardo DiCaprio con esas mandíbulas tensas son de lo más elocuente. 

Lo cuenta el director Martin Scorsese: el primer tratamiento del guion de su nueva obra maestra se centraba en el nacimiento del FBI y en la investigación de los asesinatos cometidos contra los Osage, una nación india que se hizo repentinamente rica gracias a que sus tierras rebosaban de petróleo.

Cuando De Niro y DiCaprio se unieron al proyecto y leyeron tanto el guion como el libro de David Grann en que se basa la película, (AQUÍ escribí de ella) tuvieron claro que no había enigma: desde el primer momento se sabe quiénes son los malos. Y su modus operandi, tan anticinematográfico. Había que cambiar el enfoque, pues. Ya no valía el formato policíaco al uso, el noir más o menos tradicional o la película de gángsteres que se podría esperar de Scorsese. 

La verdadera historia estaba en la relación entre Ernest Burkhart (DiCaprio), un pobre diablo, un gañán que vuelve a la casa de su tío una vez terminada la I Guerra Mundial; y Mollie, la india Osage con la que se casa, vive, tiene hijos y por cuya soberbia interpretación, Lily Gladstone debería ganar el Oscar. 

Y está William Hale, al que le gusta que le llamen por un apelativo tan cercano y cariñoso como ‘King’. El Rey. Interpretado por un grandioso Robert De Niro, Hale es uno de los factótums de Fairfax, el pueblo en el que transcurre buena parte de la historia. Habla el lenguaje de los Osage y presume de ser aliado y benefactor de la nación india. Es su amigo. Les quiere. En el sentido en que un blanco puede querer a los indios en los Estados Unidos de hace un siglo. Sobre todo si esos indios son extremadamente ricos y amenazan el status quo del entorno.

Tengo que volver a ver ‘Los asesinos de la luna’, pero yo veía a Hale como una especie de Don Corleone… a lo bestia. Un patriarca rústico con aires de tosco refinamiento, pero sin el halo de Nueva York y la mafia italoamericana. Uno de esos tipos que matan con la mirada, los gestos y las palabras. Pero, insisto, que nadie espere un noir al estilo de ‘Uno de los nuestros’ o ‘Casino’.

Un western tampoco es. Al menos, no en el sentido clásico. Si piensan en ‘una del Oeste’, por mucho que haya una nación india en el centro del conflicto, se llevarán un chasco. Como la acción transcurre en los años 20 del siglo XX, nos encontramos en ese momento de cambio en el que los sheriffs y los ladrones, atracadores y asesinos cambiaron los caballos por los coches y el western dio paso al hard boiled más noir. No hay persecuciones. No hay adrenalina. Todo es tranquilo y reposado. Austero y despojado. Incluso los asesinatos. ¡Sobre todo los asesinatos!  

Scorsese reflexiona en esta película, eso sí, sobre uno de los temas esenciales del western del siglo XXI: el genocidio de los nativos americanos como el gran pecado original de los Estados Unidos más salvajemente capitalistas y depredadores. 

Y nos queda la parte romántica de la historia. Que la hay. En el mismo sentido que era romántica ‘La edad de la inocencia’, una de las películas del cineasta que debo volver a ver. Como ‘El irlandés’.  Lo dejo aquí, de momento. Pero qué ganas de volver a ver esos portentosos 206 minutos de peliculón. 

Jesús Lens

Hay que ver ‘Verano en rojo’

Es otra de las películas que con más ganas esperaba para este arranque del curso cinéfilo 23/24. Si la semana pasada hablábamos de Martin Scorsese y David Fincher, hoy les recomiendo encarecidamente ver ‘Verano en rojo’, de Belén Macías. Se estrenó el viernes en pantalla grande y está muy, pero que muy bien. 

“Que me guste, por favor, por favor. ¡Que me guste mucho! Me tiene que gustar…”. Entré al cine como un niño chico, cruzando los dedos. O como el viejuno que fue a ver la quinta de Indiana Jones hace unas semanas: con ilusión y ganas, pero también con un poco de susto, se lo confieso. Un par de horas después, cuando se encendieron las luces de la sala, suspiré con alivio: ¡qué buena película!

Quería, necesitaba que me gustara ‘Verano en rojo’ porque me une una relación muy especial con la novela homónima de Berna González Harbour en que está basada. Hace muchos, muchos años, antes siquiera de que arrancara esta sección en IDEAL, ya escribía reseñas negro-criminales. El 23 de agosto de 2012 publicaba lo siguiente sobre ‘Verano en rojo’: “Berna ha escrito una novela negra de libro que sigue una investigación policíaca desde el principio hasta el final de forma absolutamente rigurosa y canónica. Una investigación de manual, radicalmente contemporánea que, como siempre ocurre en las buenas novelas, afectará a los personajes y les irá conduciendo por tortuosos -a la vez que excitantes- caminos laborales, profesionales y personales de forma que, al final de la novela, no serán los mismos”. (Leer la reseña entera AQUÍ)

Y remataba con un vaticinio: “es una novela que acabará convertida en película. Yo ya empiezo a hacer cábalas con el casting”. Han tenido que pasar once años, pero la película ya está aquí. ¡Y es una gran película! ¿Se lo había dicho?

A lo largo de este tiempo, Berna González Harbour ha escrito más novelas protagonizadas por sus ya icónicos personajes, la comisaria María Ruiz y el periodista Luna, y el año pasado le hacíamos entrega del VIII Premio Granada Noir, el festival patrocinado por Cervezas Alhambra, por su extraordinaria trayectoria literaria y periodística.

Así las cosas, cuando comenzó la proyección de ‘Verano en rojo’ y me sentí imantado por lo que pasaba en pantalla, fui feliz. Primero, por la sobriedad de la puesta en escena y la excelente realización de Belén Macías, una directora curtida en series de televisión y con dos películas en su filmografía que ya estoy loco por ver. No se esperen efectos especiales deslumbrantes ni espectaculares persecuciones motorizadas. Pero hay acción de la buena. Ahí lo dejo.  

Segundo, el reparto. Marta Nieto es una descomunal María Ruiz. Sin aspavientos ni sobreactuaciones, está soberbia como protagonista. Le da la réplica José Coronado como Luna, un periodista en horas bajas con necesidad de reinventarse. Como en ‘Heat’, la obra maestra de Michael Mann, llevan a cabo su trabajo de forma paralela y solo al final comparten pantalla. Y ojo a Luis Callejo, una de mis debilidades. ¡Qué pedazo de actor! Y a Tomás del Estal, con un papel muy complicado.

Destacan los escenarios y la ambientación, a caballo entre Madrid y esa Navarra abonada al thriller, la opresión en según qué momentos y el homenaje a ‘El silencio de los corderos’, que funciona maravillosamente, con sus gotitas de ‘Seven’. ¡Y gracias por ese póster del inconmensurable Pau Gasol!

No. No les cuento nada de la trama. Ya la han destripado, para mi gusto demasiado, en otras críticas y reseñas. Mi consejo: no lean nada más, vayan al cine a ver ‘Verano en rojo’ y la comentamos. 

Jesús Lens