EL SECRETO DE SUS OJOS

Querido Jorge Alberto, no pude evitar acordarme de ti a lo largo de toda la proyección de esa Obra Maestra Incontestable del cine argentino que es «El secreto de sus ojos», dirigida por Juan José Campanella e interpretada por ese monstruo que es Ricardo Darín.

 

¡Cartel con Manotrato!
¡Cartel con Manotrato!

Creo que fue en aquella húmeda y subyugante ciudad de la Mérida yucataneca donde hablamos de lo poco que te había gustado «Luna de Avellaneda», del mismo director, con aquella carga de nostalgia por un pasado que nunca volvería. A mí también se me hizo empalagosa y, por eso, me alegré de compartir tu opinión, un tanto decepcionado tras haber disfrutado enormemente con «La hija de la novia».

 

Entré al cine tarde, para ver «El secreto de sus ojos». Es decir, que he tardado mucho en ver esta película, aunque le tenía muuuuchas ganas. Y aún así, conseguí llegar a mi butaca sin saber prácticamente sobre ella, sobre su argumento y protagonistas. Sólo sabía que todo el que la veía, la recomendaba vivamente.

 

¡Qué mesa! ¡Qué mesa!
¡Qué mesa! ¡Qué mesa!

Y, de primeras, me encuentro con un Ricardo Darín, recién jubilado, al que aún le quedan fuerzas y ganas por hacer cosas. Y de contarlas. Un tipo tranquilo, pero vitalista que, mirando hacia atrás, quiere caminar hacia delante. Siempre adelante. Dando saltos en el tiempo, la película nos cuenta la historia de un hombre comprometido con su trabajo, un profesional concienzudo, serio y solvente; uno de esos profesionales como la copa de un pino al que, por cuestiones de conveniencia, intentan hacerle cerrar una investigación en falso. Pero él se niega a comulgar con ruedas de molino y, sin miedo a incomodar o resultar molesto, la lleva adelante, contra viento y marea.

 

Además, en la trama de la película, el fútbol, ese fútbol que tanto te apasiona, ocupa un lugar muy especial. El fútbol y unos colores, el azul y blanco de Rácing de Avellanda. Pasión y locura. El azul y blanco de esa elástica que me regalaste un buen día y que, no siendo pelotero balompédico, me pongo para salir a correr en mis trotes por la Fuente de la Bicha, paseando un pedacito de tu amistad por esta Granada en que nos conocimos y a la que tenéis que volver, aunque sea yo el que os deba una visita a la Argentina.

 

Y la fidelidad. La fidelidad a un amor, intemporal y eterno. Un amor en que no hay siquiera un beso, pero que es más fuerte y más intenso que tantos otros, fuegos de artificio, supuestamente más abrasadores.

 

Al final, lo que tiene que ser, será
Al final, lo que tiene que ser, será

«El secreto de sus ojos» es una película hecha de palabras, pero sobre todo, de SILENCIOS. Y de miradas. Y de complicidades, sonrisas, temores, respeto, paciencia, cariño, perseverancia y confianza. Una película que apela a lo mejor del ser humano. Una de esas películas que te apetece compartir con las personas a las que más quieres, respetas y admiras. Una película que te recuerda a esos seres humanos de talla excepcional que miran la vida con la expresividad, el compromiso y la honestidad que muestran los ojos de ese Ricardo Darín, amigo de sus amigos y amante fiel, aunque sea en la distancia y el abandono.

 

Jorge, un abrazo muy fuerte desde la nostalgia y Amistad.

 

Valoración: 10.

 

Lo mejor: Absolutamente todo. Pero destaquemos a Sandoval, el compinche fiel.

 

Lo peor: Que no se hagan más películas como ésta.    

AFTER

A los cuarenta,
todos tenemos la cara que nos merecemos.
 
(Julio)
 

«A mí me ha costado la hostia esta película, ha sido un trabajo muy minucioso y muy complicado. Tanto que cuando leí el guión dudé seriamente sobre si sería capaz de hacer la película, porque me parecía muy difícil ese personaje».

 
Así habla Julio, interpretado por Guillermo Toledo, uno de los tres protagonistas de una de las películas españolas más ilustrativas, preclaras y descorazonadoras que hemos podido ver en los últimos años.
 
La anécdota es sencilla: tres amigos de juventud salen una noche de farra. Andan por los treinta y muchos. O los cuarenta y pocos. Hace aproximadamente un año que no se ven. Quedan para cenar y, después, se van de copas. Y de nieve. Y de lo que encarte.

 

 
 
A partir de ahí, a través del punto de vista de cada uno de los tres protagonistas, la historia avanza, adelante y atrás, no sólo para mostrarnos cómo vive cada uno de ellos esa noche de teórica fiesta compartida sino que, a través de las horas previas y posteriores a la misma, sabremos mucho, lo sabremos todo acerca de cómo es su existencia.
 
John Ford escribía la biografía de los personajes principales de sus películas, de forma que los actores conocieran la trayectoria vital que les había llevado a ser como eran y a comportarse como lo hacían en el guión. Era una manera de facilitarles su trabajo de identificación con el personaje.

  
 
Las vidas que vemos en «After», desde luego, no son para tirar cohetes. Porque, siendo los tres amigos unos tipos teóricamente maduros, que han alcanzado el éxito profesional y gozan de una más que desahogada posición económica; su vida es fría, áspera, triste, vacía y carente de afectos y expectativas que vayan más allá de lo puramente material e inmediato.
 
Se ha dicho que «After» cuenta cómo sería la vida actual de los protagonistas de otra historia que, sociológicamente, marcó una época: los chicos del Kronen que en los noventa iban como motos, kamikaces, poniéndose de tó ya sin parar. Y no parece que los chiquillos hayan evolucionado muy en positivo, desde luego.

 
 
«After» es una de esas películas que conviene ver en compañía para que, cuando termine, puedas ir a un bar a tomar una cerveza y charlar. Sobre ella o sobre cualquier otra cosa. Porque si la ves solo y te da por pensar, lo mismo descubres cosas de los protagonistas que no te gustan, pero que están ahí, acechando, demasiado cerca de ti.
 
Valoración: 8.
 
Lo mejor: El trabajo de los guionistas. Veinticuatro horas de la vida de tres personas sirven para tomarle el pulso al conjunto de una generación.
 
Lo peor: Que se pierdan espectadores potenciales por la idea de que estamos ante una película sobre pasotes de drogas y alcohol.
 
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LA DAMA Y LA MUERTE

Llamadme corporativista, pero cuando esta mañana vimos el logo de CajaGRANADA en tres dimensiones y en calidad de patrocinadora del impresionante y extraordinario cortometraje «La dama y la muerte», dirigida por Javier Recio Gracia y producida por Kandor Moon, en un gozoso 3D (que sí está siendo la revolución que anuncamos AQUÍ), nos dio un subidón. (No dejéis de visitar su espectacular web)

 

Porque constituye motivo de orgullo y satisfacción trabajar para una entidad que colabora en que una obra de arte de este calibre haya visto la luz.

 

Un año y medio de trabajo.

 

Ocho minutos de metraje.

 

¡Pero qué ocho minutos!

 

Una anciana se echa a dormir. Echa de menos a su difunto esposo. Y aparece la Parca. Es hora de montarse en la barca de Caronte y pasar al otro lado. Es hora de seguir la luz. Pero las cosas no son tan sencillas. Porque la medicina, que ha avanzado una barbaridad gracias a uno de esos médicos con pinta escultural, se empeñará en arrebatarle su presa a la Muerte, iniciándose un desigual combate que tendrá un desopilante final, tan imprevisto como imprevisible.

 

Como ocurre en los mejores momentos de las últimas producciones de Pixar, «Up» y «Wall E», este corto es mudo, sin que los personajes tengan que decir una sola palabra para que se entienda todo lo que ocurre. E, igualmente como en el caso del campeón de la animación del siglo XXI, la narración tiene dimensiones distintas, de forma que gusta a chicos y grandes a la vez.

 

Y la animación… ¡perfecta!

 

La expresividad de los rostros, el realismo de los decorados, el vértigo de algunas secuencias, las alocadas persecuciones, la dura pugna entre la vida y la muerte… un auténtico lujo ideado, producido y rematado en Granada.

 

Todo lo que la igualmente extraordinaria «El lince perdido» ya nos ofrecía se ha visto reafirmado en este corto.  

 

Así pues, la pregunta de si merecía la pena trasponer un soleado sábado por la mañana hasta el Kinépolis, sólo para ocho minutos, tiene una sola, única y rotunda respuesta:

 

¡Por supuestísimo que sí!

 

¡Kandor-cracks, que sois unos cracks!

 

Jesús Lens, ansioso porque el nuevo Kandor-largo llegue a las pantallas.

 

PD.- ¿Dónde y cuándo más podremos ver esta excepcional «La dama y la muerte»?

 

PD II.- La vin, Cuateback, cómo nos hemos cuidado después, con ese pescadito fresco, jugoso y sabroso, la Pam, tú y yo ¿eh? No me extraña que tenga tan buena fama el Juan.

HABLANDO DE NUESTRO LIBRO

¿No os parece que hace mucho que no hablamos de nuestro libro, «Hasta donde el cine nos lleve»?

 

Os dejo dos reseñas. Una de Jose Vicente Pascual, que fue mi vecino de columna en IDEAL y de quién, cuando se marchó a La Opinión, heredé su Puerta Real. Hace unos días comenzaba su artículo diciendo:

 

«Jesús Lens es un hombre instalado, de momento, en lo pleno de la juventud y el vigor creativo de un espíritu inquieto; es alto en muchos sentidos y un poco más alto que cualquier ala-pivot lituano, lo que siempre me ha puesto un poco nervioso porque, la verdad, no estoy acostumbrado a alzar la vista cuando converso con alguien. Me duelen las cervicales.»

 

¡Nada menos! El resto lo tenéis AQUÍ.

 

¡En qué gran compañía!
¡En qué gran compañía!

Por su parte, Antonio Zafra, comenzaba su entrada bloguera en Oleopolis con las siguientes palabras: «Bienvenido sea el libro que firman Jesús Lens y Francisco J. Ortiz titulado «Hasta donde el cine nos lleve», por atreverse a abordar la relación entre cine y viaje, un género al que los autores dan carta de identidad aunque generalmente no sea tenido como tal. Para éstos, hay un cine de viaje como se reconoce una literatura viajera.»

 

Lo demás, a través de ESTE enlace.

 

¿Qué os parecen los artículos? E, igualmente importante, ¿qué os parece el libro? Que ya sé que mucho lo tenéis, algunos lo habéis hojeado y unos pocos, incluso… ¡lo habéis leído!

 

Pues eso.

 

Que seguimos pateando el mundo y viendo pelis… ¡a ver hasta dónde nos llevan el cine y las patas!

 

Jesús Lens, autorreferencial 😉