Bares, qué lugares

En las últimas semanas han abierto dos bares en mi entorno habitual. Para mí, la apertura de un bar por los alrededores en que suelo moverme es toda una promesa de placer sin límites. Tomarte una birra en un buen bar acaba convirtiéndose, casi siempre, en el mejor momento del día. Pero es que, además, solo el hecho de que esté ahí, ya resulta reconfortante: aunque no lo pises en varios días, su mera presencia ya es satisfactoria.

Ni que decir tiene que, en cuanto abrieron sus puertas, fui a visitar cada uno ellos, con el mismo ánimo prospectivo con que Livingstone se adentraba en lo más intrincado del África ignota. Y de dicha prospección les hablo hoy en IDEAL.

 

Entré al primero de los garitos a la vuelta del cine. Y lo hice solo. Nada más cruzar la puerta, un gélido frío de apoderó de mí: tras semanas de reformas, la inmensa pared tras la barra, desnuda y vacía, no parecía ser una meditada muestra minimalismo, precisamente. Esa impresión de descuido y dejadez se vio confirmada por la presencia de una tele al fondo del local que emitía vídeos musicales de dudoso gusto, a todo volumen, en un infernal bucle sin fin.

Me pusieron una caña mientras elegía una tapa de las cerca de treinta que había en la carta… y no tenían ninguna de las tres primeras que pedí. Finalmente opté por la albóndiga. Llegó un par de minutos después. Me la llevé a la boca… ¡y me abrasé! Con el paladar en carne viva, pagué la cuenta jurándome no volver a pisar el local. De momento, lo he cumplido.

 

El segundo de los garitos está montado a todo lujo, decorado con cálida madera y metal posmoderno, amplias cristaleras, larga y poderosa barra y un montón de elegantes y sugerentes detalles.

 

En esta ocasión fui con un grupo de amigos. Con sed, después de haber jugado al baloncesto. Había clientes, pero no era nada escandaloso. Una hora después nos marchábamos, tan molestos como sedientos. Una hora durante la que los sobrepasados camareros solo consiguieron llevarnos dos rondas de cerveza. E, insisto, no es que el local rebosara. Era, sencillamente, una cuestión de gestión de recursos humanos. De mala gestión. Ustedes me entienden…

¿Casualidad? Posiblemente. Pero hablen, hablen ustedes con trabajadores del sector de la hostelería con los que tengan confianza, a ver qué les cuentan sobre sus condiciones laborales.

 

Jesús Lens