Frankenstein resuturado

A veces resulta imprescindible pararse en mitad del camino y darse la vuelta: ver de dónde venimos nos ayuda a comprender dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos. La sosegada y tranquila lectura de “Frankenstein resuturado” es, para los amantes del género fantástico y de ciencia ficción, una de esas necesarias pausas en el camino. Una vuelta a los orígenes. Un regreso a las fuentes de las que manan la creatividad, la imaginación y la pasión lectora.

Es básico, para empezar, recordar que Mary Shelley era una jovencita de apenas dieciocho años cuando escribió una de las novelas capitales de la historia de la literatura. ¡18 años nada más! Así lo explica la propia Mary en el prólogo del libro: “no es tan raro que, siendo hija de dos personas de distinguida celebridad literaria, pensase desde muy pronto en escribir”. Y es que, efectivamente, Mary era hija del filósofo político William Godwin y de la filósofa feminista Mary Wollstonecraft.

Pero centrémonos en “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, una novela cuya génesis hay que situar en Suiza, en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, durante aquel año -1816- en que el verano nunca llegó, como ya tuvimos ocasión de contar en un entrega anterior de esta sección, hace un par de años.

—“Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas”— exclamó Lord Byron. Y todos los presentes en aquella mítica reunión accedieron a hacerlo. “Yo me esforcé en pensar una historia… que hablase de los misteriosos miedos de la naturaleza humana, y despertase verdadero espanto; que hiciera que al lector le aterrase mirar a su alrededor, que le helase la sangre y acelerase los latidos de su corazón”, sigue escribiendo Mary Shelley en el prólogo de “Frankenstein o el moderno Prometeo”.

Y aquí estamos, 200 años después de la publicación de la primera edición de uno de los clásicos por excelencia de la literatura de ciencia ficción, en plena celebración colectiva de la novela de Mary Shelley, tal y como Fernando Marías ha descrito el proyecto “Frankenstein resuturado”. Un proyecto que parte de una pregunta que se hace la incansable y portentosa mente creativa de Marías: “¿Cuál habría sido el periplo de la criatura de Frankenstein si hubiera vivido las veinte décadas transcurridas desde su nacimiento oficial en 1818 hasta hoy?”

El resultado da forma a un ambicioso y monumental proyecto basado “en el anhelo y la invención”. Para empezar, un libro publicado por Alrevés, editorial cómplice y sustentadora de algunas de las iniciativas más vanguardistas e interesantes del panorama de la cultura española contemporánea, como el proyecto Hnegra del pasado año, estrenado en la tercera edición del festival Granada Noir, patrocinado por Cervezas Alhambra, y con el que este “Frankenstein resuturado” comparte filosofía.

Porque a una nueva traducción de la novela de Mary Shelley, realizada por Lorenzo Luengo, que la ha adaptado al lector contemporáneo, siguen 21 propuestas creativas que vuelven a combinar la literatura con la ilustración. 21 relatos y su correspondiente representación gráfica, con la Criatura de Frankenstein transitando a lo largo de otras tantas décadas: las que van de 1818 hasta hoy.

Un auténtico viaje en el tiempo que comienzan Julio César Iglesias al teclado y Raquel Lagartos a los pinceles y que culminan la poesía de Raquel Lanseros y el dramatismo gráfico de Sequeiros, seguido su poema de un sorprendente epílogo de Aixa de la Cruz y Carlos Spottorno.

Resulta imposible nombrar a la pléyade de cuentistas y dibujantes con que cuenta “Franskenstein resuturado”, de Juan Ramón Biedma, Elia Barceló o la granadina Clara Peñalver a Premios Nacional del Cómic como Elena Odriozola o Javier Olivares. Hay maestros consagrados del relato corto, como Matías Candeira, o del terror y la ciencia ficción, como Juan Miguel Aguilera o Ismael Martínez Biurrun.

Pero es que “Frankenstein resuturado” también es música, que Josete Ordóñez y Rosa Masip han compuesto una hermosa canción, partiendo de esa poética “Europa” de Raquel Lanseros. Y es una magna y sorprendente exposición que ahora mismo se puede disfrutar en el Corte Inglés de Preciados, en Madrid.

Como escribe Fernando Marías, “dicen que Frankenstein es una cumbre del terror, que inventó la ciencia ficción, que acuñó preguntas imposibles de contestar y que cambió la historia de la literatura. Sin refutar ninguna de esas ideas, también cabe sentirla como la mejor novela sobre la soledad humana que se haya escrito. No sabemos, ni nos importa, si Mary Shelley cambió el mundo. Pero sí sabemos que nos cambió a nosotros”.

Lo dicho. Hagan un alto en el camino y vuelvan la vista atrás. Retrocedan 200 años en el tiempo y sumérjanse, de nuevo, en la historia de Frankenstein. Y, a partir de ahí, inicien un fascinante viaje en el tiempo, hasta el 2018… y más allá.

Jesús Lens

La jauría humana

El director Arthur Penn dirigió en 1966 una película capital de la historia del cine, “La jauría humana”, protagonizada por Robert Redford y Marlon Brando, en la que se mostraba la profunda degradación de la sociedad estadounidense, un fin de ciclo que el mítico 1968 se encargó de certificar.

Dimite el recién nombrado Ministro de Cultura por sus problemas con el fisco y lo hace, según él, para evitar que una jauría destroce el proyecto de Pedro Sánchez. ¡Cuánto despecho, cuánta soberbia, en su despedida! Lo que me provoca una pregunta: ¿en qué tipo de realidad paralela viven personas como Màxim Huerta? ¿De verdad no se le ocurrió pensar que un contencioso con Hacienda, zanjado con una sanción de más de 200.000 euros, era un tema relevante? Porque no resulta creíble que Sánchez lo nombrara Ministro a sabiendas de sus “problemillas” con el erario público…

Y luego está lo de Lopetegui, Rubiales y Florentino Pérez, el impresentable presidente del Real Madrid, otro individuo que se cree con patente de corso, más allá del bien y del mal.

Me da igual qué motivó a Rubiales a tomar la fulgurante decisión de devolver a Lopetegui a España, compuesto y sin Mundial, pero su llegada a la Federación ya es síntoma de que los tiempos están cambiando y su denuncia de la contratación multimillonaria de un viaje a Rusia para el entorno federativo, realizada por el anterior presidente, buena prueba de que las cosas no van a seguir siendo como antes.

No sé si se podría haber gestionado de otra manera el contencioso con Lopetegui, pero el puñetazo que Rubiales ha dado encima de la mesa, tirando las Copas de Europa de Florentino y haciéndolas rodar por el suelo, me parece de una enorme valentía, por mucho que, para algunos, sea cuestión de ego.

Me gustaría que lo de Huerta, Lopetegui y Urdangarín sea una muestra del refuerzo de las instituciones públicas frente a los intereses personalistas de esa gente que se considera tocada por la varita de los dioses y al margen del respeto a la res pública.

No me cabe duda de que los palcos de los grandes equipos de fútbol seguirán siendo cotos privados de caza mayor y pesca de altura, pero actuaciones como la de Rubiales sirven, al menos, para congelarles el rictus en la cara a sus todopoderosos anfitriones.

Jesús Lens