Más millones, más. Más millones para Tomás

Había terminado de escribir la columna de ayer sobre la Liga de la Corrupción capitaneada por el PP (la podéis leer AQUÍ) cuando se hizo pública la noticia de que el Tribunal Supremo no admite a trámite los recursos interpuestos en el asunto del Nevada y, por tanto, la Junta tendrá que pagar a Tomás Olivo 165 millones de euros.

Lo mejor de todo es que la Junta ha señalado que lo hizo todo bien en ese tema. Que actuó correctamente. Y lo mantiene, con cara de cemento armado, a sabiendas de que sus servicios jurídicos ni siquiera comparecieron a una de las sesiones en las que se ventilaba el asunto.

No me consta que por semejante despropósito haya dimitido nadie. Ni que se hayan depurado responsabilidades por la manifiesta negligencia con la que se condujo el asunto. Lo que sí me consta es la lista de cosas que se podrían hacer con 165 millones de euros. Me consta a mí y a cualquiera que tenga la calculadora del móvil a mano. A la gente de Podemos, por ejemplo, que ya ha hecho una inmejorable disección de la hipotética utilidad práctica de esos 2.7225e10 millones de pesetas: he intentado hacer la traslación y la aplicación me ha petado.

¿Cuántos votos para Podemos y Ciudadanos habrá supuesto la actualidad informativa del pasado martes, con el PP chapoteando en la corrupción y el PSOE que gobierna la Junta de Andalucía poniendo en bandeja de plata 165 millones de euros a Tomás Olivo? Que mucho pleito y mucha gaita, pero el Nevada ahí está, en mitad de la Vega, amasando cantidades ingentes de dinero… sin que su apertura se haya notado un ápice en los insoportables niveles de desempleo de esta provincia. ¿Dónde están los miles de puestos de trabajo que iba a generar? Eso sí: el Metro impulsado por la Junta, bien que tiene una parada en su puerta.

No hay himnos rancios ni nacionalismos patrioteros que, ante este panorama, vayan a parar a Ciudadanos. Tampoco hay casoplones incoherentes ni hipotecas castrantes que, visto lo visto, puedan hundir el suelo de Podemos.

Jesús Lens

Leonardo Padura y el peso del tiempo

“Apenas se alejaron cien metros de la calle alguna vez asfaltada, los forasteros comprendieron que estaban trasladándose a otro universo, como si hubieran atravesado un hoyo negro hacia una dimensión diferente del tiempo y el espacio. Estaban penetrando en el territorio que Conde bautizó como el mundo de los invisibles”.

Hay mucho de viaje en el tiempo, y no solo metafóricamente hablando, en la novela más reciente del maestro cubano Leonardo Padura, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 y al que tendremos el privilegio de escuchar en Granada, el próximo lunes 28, a las 19 horas, en la Librería Picasso.

“La transparencia del tiempo” se titula una novela que, publicada por Tusquets, como todas las anteriores de Padura, podemos empezar a contar (casi) por el final. Pero sin fastidiarle nada, estimado lector. Porque la novela (casi) termina con una fiesta de cumpleaños. Y es que Conde, el personaje por antonomasia del policial cubano, cumple 60 años. Y si 20 años son toda una vida, no les digo ya lo que deben ser 60…

Mario Conde, ex policía convertido en librero de lance, profesión a través de la que sobrevive a trancas y barrancas; es más consciente de todo lo que le rodea a medida que se va haciendo mayor. De ahí que el tiempo, además de ir pasando, le pese. Por ejemplo, cuando descubre esas barriadas de aluvión que han nacido en el entorno de La Habana, al modo de los bidonville africanos, pobladas por personas invisibles para el sistema, desplazados de todo el país que buscan su particular El Dorado en la capital… para terminar chapoteando en el barro.

Conde tendrá que visitar esas zonas marginales de La Habana durante su búsqueda de un objeto muy extraño que le han encargado localizar: la imagen de una Virgen de Regla. Una virgen negra sustraída de la casa de un antiguo compañero de estudios de Conde que, apelando a su vieja amistad, vuelve a poner en marcha al antiguo policía.

Y, como ya es tradicional en la novelística de Padura, una investigación del presente conduce al lector a un pasado, más o menos remoto. En este caso, siguiendo los pasos de la Virgen de Regla, haremos todo un viaje en el tiempo, comenzando por la Cataluña de la Guerra Civil, pasando por el Renacimiento y llegando hasta…

Como señala el propio Padura, “La trasparencia del tiempo” es una novela y debe leerse como tal. “Las realidades presentes y pasadas tienen sustentos históricos, contextos y escenarios reales, pero trabajados en función de su escritura y empleo novelescos”.

Eso sí: “los episodios del presente cubano están apoyados en un conocimiento vivo y en una indagación de una realidad que forma parte de mi propia vida y experiencia, aunque el procedimiento investigativo de la trama policial en que participa Mario Conde es pura ficción”, señala un Leonardo Padura que, efectivamente, no le pierde el pulso a la realidad cubana contemporánea.

Si son ustedes seguidores de esta sección, recordarán que hace unos meses escribíamos en El Rincón Oscuro sobre la adaptación al cine y la televisión de las primeras novelas de Padura protagonizadas por Mario Conde, cuando todavía era policía, señalando que La Habana que nos mostraba no es la de ahora, La Habana contemporánea. En su primera tetralogía, Padura nos describía la depauperada ciudad que, a comienzos de los años 90 del pasado siglo, tuvo que sobrevivir al conocido como Período Especial. (Lean AQUÍ)

Pero el tiempo pasa. Y, en “La transparencia del tiempo”, sí que transitamos por la capital cubana contemporánea. Y lo que vemos, a través de los ojos de Conde, da miedo: ¿y si la historia que persigue está “empeñada en mostrarle todas y cada una de las costras de una ciudad que, bien vista, parecía afectada de lepra”?

La clave de la mejor novela negra es precisamente esa: mostrar la realidad que se oculta tras la apariencia, bucear en los intersticios de una sociedad que siempre es más compleja y contradictoria de lo que a primera vista podemos pensar. Y Leonardo Padura es el mejor guía posible para conocer la realidad de una Cuba contemporánea en la que, como en casi todo el mundo, hay demasiado nuevo rico que parece mear colonia, por mucho comunismo que prediquen los voceros oficiales.

El mundo del arte vuelve a estar muy presente en una magnífica novela protagonizada por un Conde en estado de gracia: reflexivo, vulnerable y temeroso. Un Mario Conde que se pregunta por el sentido de la vida mientras se relaciona con traficantes de toda laya que viven en mansiones decoradas de acuerdo al minimalismo imperante. Un Mario Conde que no pierde sus referentes: Tamara, el Conejo, Carlitos o Yoyi; y que sigue escuchando a la Creedence mientras tumba botellas de ron.

Un Conde que vuelve a las andadas, en fin, “por curioso y, sobre todo, por comemierda, el componente psicológico que mejor expresaba su demodé sentido de la responsabilidad y de lo justo”.

Jesús Lens