Con el mazo dando

Conocí a la jueza y escritora Graziella Moreno en el festival Las Casas Ahorcadas de Cuenca y me encantó escucharla hablar sobre su doble faceta, la jurídica y la literaria, a los chavales de diferentes institutos conquenses. Posteriormente, en una mesa redonda sobre el tema de la corrupción, estuvo igualmente brillante.

Así las cosas, compré su novela más reciente, “Flor seca”, publicada por la imprescindible editorial Alrevés y empecé a leerla con los dedos cruzados, deseando que me gustara.

Y aquí estamos, un par de semanas después, comentando lo muy interesante que me ha parecido la historia protagonizada por Sofía, jueza de un pueblo cercano a Barcelona que se enfrenta a la instrucción de un caso especialmente violento y sanguinario: el asesinato de una mujer a la que han destrozado la cara a golpes, con tanta saña que la han dejado irreconocible.

La investigación corre a cargo de dos jóvenes mossos d’esquadra, Anna y Víctor. Y tenemos a Rivas, un policía nacional muy amigo de Sofía al que encargan una investigación muy, muy especial.

A través de estos personajes, Graziella Moreno traza un fresco de la sociedad contemporánea rabiosamente actual y sustentando, en primer lugar, en el preciso conocimiento de autora sobre el funcionamiento de los juzgados de instrucción y las relaciones entre jueces, fiscales, abogados, funcionarios, forenses y los diferentes cuerpos de seguridad del estado.

Hay autores de género negro que se tienen que documentar profusamente para escribir la parte procedural de sus novelas y que resulten creíbles. Esa parte, Graziella la tiene convalidada. Y se nota que sabe bien de lo que habla, desde las primeras páginas de “Flor seca”: diálogos, sensaciones y situaciones a las que se enfrentan los personajes; narrados con absoluta naturalidad, sin necesidad de aspavientos o alardes enfáticos.

Y sus relaciones, tan complejas y contradictorias. Por aquello de las jerarquías y, sobre todo, por la naturaleza humana, que nos hace tan diferentes a unos y a otros. Por ejemplo, me encanta el fiscal del juzgado de Sofía. Me encanta que sea un petimetre presuntuoso, creído y pagado de sí mismo. Y me encanta cómo lidia la jueza con él.

Una de las cosas que más me gustaron de la intervención de Graziella en Las Casas Ahorcadas fue su reflexión sobre la corrupción, ese mal que nos trae a maltraer. Mal endémico, iba a escribir. Pero no hubiera sido justo. Ni cierto. Porque la corrupción aqueja a la sociedad desde que el hombre es hombre: no hay más que darse un paseo por la antigua Roma, por ejemplo, para saber lo que era comprar voluntades. O un garbeo por la novela negra norteamericana, desde los inicios del género. ¿Recuerdan que a la ciudad en que transcurría “Cosecha roja”, la novela fundacional de Hammett, se la conocía como Poisonville? La ciudad del veneno, corroída hasta los tuétanos por la corrupción…

No. La corrupción no es un mal endémico español ni, como nuestra historia reciente se ha encargado de demostrar, privativa de un partido político concreto o una ideología determinada. Ni de una cierta casta…

La corrupción tampoco es algo espectacular, enorme o desmesurado. Al menos, al principio. Los Jaguar en el garaje y las ayudas multimillonarias a empresas en crisis, tardan en llegar. En sus inicios, las cosas son más sencillas, más simples. Más cutres, también: unas buenas entradas para el partido del año, unos excelentes vinos de añadas imposibles, una mesa reservada en ese restaurante en el que hay lista de espera, el último modelo del teléfono de moda…

De todo ello nos habla Graziella en “Flor seca”. Porque la investigación del asesinato de la mujer muerta al comienzo de la novela tiene varias ramificaciones. Y una de ellas conduce, directamente, a la corrupción más obscena y rampante.

La autora no necesita inventar abstrusas y complicadas tramas para mantener enganchado al lector. Y es que la realidad cotidiana ya nos ofrece abundantes dosis de veneno y ponzoña como para tener que acudir a la ficción. La violencia de género, por ejemplo, igualmente presente en “Flor seca”. La más brutal y salvaje, pero también esa otra menos visible, la que se justifica en la pasión del amor.

Y un tema apasionante: los tatuajes. La simbología concreta de los que lucen algunos protagonistas de la novela, importante en la trama, pero también como nueva costumbre social, ampliamente generalizada.

Por todo ello, si les gustan las novelas realistas y apegadas a lo que pasa en la calle, lean “Flor seca”, de Graziella Moreno, una jueza con pasión por la escritura. Tanta que quiso ser periodista, aunque el Derecho se le cruzara por medio. Una jueza que, además de escribir, también lee. Y ve buenas películas y series de televisión. Y que tiene un enorme sentido del humor. Una autora de fiar, por tanto.

Jesús Lens

Universidades andaluzas

No salen excesivamente bien paradas las universidades andaluzas en la clasificación recién publicada por la Fundación CyD (Conocimiento y Desarrollo), en la que Cataluña se lleva la parte del león, con 6 universidades colocadas entre las 10 primeras.

El pódium de dicha clasificación lo ocupan la Autónoma de Barcelona, la Universidad de Navarra y la catalana Pompeu Fabra. La cuarta clasificada es la Carlos III de Madrid y la quinta, la Universidad Girona. Para encontrar una universidad andaluza hay que descender al puesto número 20. Y no esperen encontrar allí a nuestra querida UGR, sino a la universidad de Córdoba.

Es posible que con este ranking pase como con el Barómetro del CIS o los famosos Estudios Generales de Medios: que cada universidad lo interprete a su conveniencia, destacando aquello que más le favorezca y obviando aquellos aspectos en los que salga menos agraciada. Sobre todo porque se trata de un estudio con diferentes posibilidades de interpretación, dependiendo del interés de quien lo consulte.

Así, los resultados son diferentes si consultamos áreas de pura enseñanza, de investigación o de transferencia del conocimiento entre la universidad y las empresas y/o la sociedad, por ejemplo. Eso sí: cojamos la clasificación que cojamos, Andalucía no aparece en los puestos de cabeza de ninguna de ellas.

Y, ojito, a nivel europeo, las universidades españolas están peor que las de los países de nuestro entorno. Excepto en el ranking de estudiantes Erasmus. Ahí sí damos la talla.

Para hacer estas clasificaciones se utilizan diferentes datos y metodologías, desde la ratio alumnos por profesor a publicaciones científicas, becas en empresas, asignaturas impartidas en diferentes idiomas, etcétera.

Personalmente y si les digo la verdad, estoy bastante extrañado. No sé si será chovinismo, pero no veo claro lo de la universidad de Córdoba. Imagino que será necesario hacer un pormenorizado análisis de los datos para terminar de comprender el cómo y el porqué.

Y, mucha atención: el responsable del estudio señala como una de las claves del éxito catalán el hecho de que las condiciones laborales de sus profesores, siendo flexibles, no son precarias, como ocurre con los asociados de otras latitudes.

Nos quedaría un único consuelo, magro, a los andaluces: dado que la Fundación CyD está presidida por Ana Patricia Botín, podemos congratularnos por ocupar un puesto medio-bajo en un ranking avalado… por la gran banca internacional.

Jesús Lens