Alsina a La Alpujarra

Desde que existen las tarjetas de crédito, la célebre diferencia entre turista y viajero de Paul Bowles ya no tiene sentido: todos salimos de casa con billete de vuelta en la cartera, pudiendo tirar de VISA, si las cosas se complican. La auténtica diferencia entre viajero y turista me la enseñó Manuel Villar, cuando sostenía que el viajero es quien lee antes de partir. Libros, revistas o películas y documentales, que es otra forma de leer.

Hace unos días tomaba café con mi querido y admirado Eduardo Castro y le decía que estaba liado con la reedición de su libro de viajes sobre la Alpujarra, «La Alpujarra en caballos de vapor», cuya primera edición, promovida por la Diputación y CAJAGRANADA, me trajo a esta tierra recóndita, mágica y mística. Y digo bien que me trajo porque escribo estas notas desde El Tinao de Capileira, mientras me tomo una birra con tapa de morcilla picante.

Domingo noche. Nieva sobre el Zaidín, sobre Granada toda. Y una idea: ¿Y si…? Y una respuesta: ¿por qué no? Preparé el macuto, miré los horarios del Alsina y aquí me tienen, escribiendo al calor de la lumbre.

¿Se puede entender que subir de Granada a La Alpujarra es un viaje? Si se viene en compañía del excepcional libro de Eduardo Castro, definitivamente sí. Y si el viaje se hace a bordo de la Alsina que entra en todos los pueblos imaginables, más todavía. Que ya tienen mérito Antonio, Vidal y Gabriel, los tres conductores que se turnan para hacer las diferentes rutas alpujarreñas, la de Bérchules y la de Ugíjar.

Me ha encantado, por ejemplo, entrar en Soportújar, el pueblo de las Brujas. Tan sugerente que ganas me dieron de apearme allí, pero me apetecía llegar a Capileira, un pueblo que considero tan mío como el Zadín, Carchuna o Salobreña, por los grandes y buenos momentos que pasé aquí, en aquellos desmesurados septiembres de deporte y cultura, con mi hermano, Antonio, Javi y Alberto. ¡La de locuras que hicimos! Lo mucho que crecimos, durante aquellas semanas…

Volver a Capileira es volver a un pasado muy lejano, pero sin melancolías. Que luce maravilloso, el pueblo, nevado y sin un alma por las calles, con todas las chimeneas humeando. Pero no me enrollo más, que está empezando a nevar y quiero subir por el Camino de la Sierra, antes de que caiga la noche.

Jesús Lens