Tráfico clandestino

—Las tengo. Por fin las he conseguido.

—¿Cuántas?

—Diez. Más, me ha resultado imposible. Pero creo que serán suficientes. Al menos, para quitaros el mono.

—Joder. Diez nada más… Aunque menos es nada, también es cierto. No está mal. Como dices, nos vienen de perlas, con esta ansiedad.

—Es cuestión de racionarlas y consumirlas poco a poco…

—Ya. Eso se dice muy fácil, pero luego, una vez que empiezas, a ver quién es el guapo que se controla. Y más, rodeado de esos locos.

—Y locas.

—Y locas, sí. Faltaría más. Que hay un montón de ellas, afortunadamente. ¿Y el precio?

—Del precio mejor no hablamos. Ni te cuento lo que me han costado.

—¿Entonces? ¿Cómo vamos a hacer?

—Quiero compartirlas con vosotros. Que no es lo mismo consumirlas en soledad que en buena compañía.

—Sí. Eso es cierto. Mejor cuanta más peña. Además que, de ti, nos podemos fiar. Lo realmente difícil es encontrar a gente dispuesta a jugársela de verdad, y no de boquilla. Que dándole al pico, la gente es muy valiente y arrojada. Pero luego, a la hora de la verdad, la mayoría se arruga y empieza a poner excusas.

—Conmigo, eso no va pasar…

—¡Faltaría más! Encima de que eres el suministrador del material… Si te parece, nosotros ponemos el lugar para la primera dosis. Hemos encontrado un sitio discreto y alejado de miradas curiosas.

—Eso es fundamental, pero no basta. Es necesario asegurarse de que resulta ilocalizable y que no podrán rastrearnos.

—Lo sé, lo sé. Tranquilo. Está todo controlado: el lugar no tiene conexión a Internet. Además, dos del grupo se sacrificarán esa primera noche, metiendo todos nuestros móviles en una mochila con la que saldrán de juerga e irán poniendo fotos de cervezas, tapas y copas en nuestras redes sociales, dándole al Me gusta de unas y otras y retuiteando sin parar, desde los diferentes terminales.

—Genial. Pero no es suficiente. ¡Ni te imaginas cómo están las cosas ahí fuera! El lugar elegido, ni siquiera puede estar conectado a la red eléctrica. Será necesario un grupo electrógeno autónomo.

—¿En serio?

—Y tan en serio. Te garantizo que, en cuanto conectáramos el reproductor de dvd y pusiéramos una película de Woody Allen, saltarían todas las alarmas y los agentes de Moralistas sin Fronteras no tardarían ni quince minutos en caer como fieras sobre nosotros…

Jesús Lens