Acceso a La Ciudad (*)

-Mira, mira a ése… ¿No te parece a ti que…?

-Sí. Fijo que sí. Vamos por él. ¡Eh, tú! ¡Tú! ¡Sí, tú! Ven aquí…

 

En ese momento, el tipo echó a correr. No le costó dejar atrás a aquella patrulla, que ambos sujetos estaban fondones y, por lo que había visto, no iban armados.

 

Un poco después, sin embargo, no tuvo tanta suerte. Esta vez no se trataba de un piquete informal de vigilantes. Esta vez se dio de bruces con un grupo uniformado de la Unidad de Control de Acceso de la Policía Regional y ni se le ocurrió tratar de escapar.

 

¿Cómo había metido la pata de aquella manera? Esa mañana, antes de salir del Intercambiador, había revisado el mapa interactivo de controles de acceso móviles a la Ciudad. Y en aquel punto, desde luego, no debería haber uno. ¿Sería posible que la App no se hubiera actualizado? O, quizá, había sido hackeada por los autodenominados “Comandos Anti Bastards” que patrullaban el exterior de la muralla, a la caza del turista…

Una vez descubierto, el viajero fue introducido en un autobús blindado y conducido a las Puertas de la Ciudad. Se encontraba tenso, incómodo y nervioso.

 

-¡Eh tú! Tranquilito y a esperar la cola. ¡Ni se te ocurra moverte de ahí!

 

Tres horas y media después, por fin estaba frente al funcionario encargado de comprobar su pasaporte y de verificar que toda la información del Formulario de Acceso a la Ciudad estaba en orden.

 

-Tenemos un problema con su tarjeta de crédito. Caduca dentro de dos semanas.

-Correcto. ¿Y dónde está el problema?

-El problema radica en que, en la Ciudad, solo permitimos la entrada a personas con crédito disponible durante seis meses.

-Como he declarado bajo juramento en el Formulario de Acceso, mi intención es estar solo dos días y continuar viaje.

 

“Turistas de mierda”, pensó el funcionario. “Un cáncer para la Ciudad es lo que sois”.

-Ya. No dudo de sus intenciones, pero ¿y si se enamora de la Ciudad, como todos, y decide prolongar su estancia? Necesito asegurarme de que tiene solvencia y capacidad de pago. Así que, o aporta usted crédito suficiente, o le escoltamos de vuelta al Intercambiador y se va por donde ha venido.

 

Decidió marcharse. Ya trataría de entrar de nuevo a la Ciudad. Esa misma noche, burlando patrullas y controles…

 

Jesús Lens

(*) ¿Y si este Articuento escrito para IDEAL diera para una saga? Por ejemplo…

¡Seguimos!

Colocados

Me he quedado tranquilo, por fin, al saber que Aquilino Alonso ha encontrado acomodo como director de la Agencia de la Energía, un par de meses después de cesar como consejero de Salud de la Junta de Andalucía.

De lo complejo a lo sencillo…

Era doloroso saber que el consejero de la fusión hospitalaria granadina, que tantos dolores de cabeza tuvo que soportar por culpa de las Mareas Blancas, estaba aún sin puesto. De relumbrón, quiero decir. De ahí que dar con sus huesos en la Agencia de la Energía sea lo suyo, a ver si se recupera del desgaste sufrido en Salud.

 

Circulan muchas bromas sobre Aquilino y su nuevo destino, desde que se había achicharrado con las Mareas a que menudo enchufe, esto de acabar al mando de la Energía. ¡Qué malillos!

 

Y es que somos envidiosos por naturaleza. Y cínicos e hipócritas. Que vemos películas sobre segundas oportunidades y redención de errores y pecados, y lloramos a moco tendido. Pero luego nos indignamos por lo de Aquilino. O porque la exconsejera de Agricultura haya sido nombrada presidenta de la Autoridad Portuaria de Almería.

 

¿Qué hay de malo en que Adelaida de la Calle, exconsejera de Educación y nacida en 1948, haya acabado al frente de la Corporación Tecnológica de Andalucía? No me irán a decir que, por estar a punto de cumplir de 70 años, no tiene derecho a estar ahí. O José Sánchez Maldonado, que se dejó la piel en la consejería de Empleo, Empresa y Comercio y, tras cesar, se encontró como rector de la UNIA.

Foto de ABC, con los últimos exconsejeros, todos bien re-colocados

¡Claro que sí, guapis! ¿Y por qué no? Con estos nombramientos, Susana Díaz da estabilidad a su gobierno y manda a sus consejeros, secretarios y directores generales un mensaje repleto de confianza y optimismo: no os preocupéis, prendas. El aparato vela por vosotros y, mientras seáis leales, nunca os faltará nada. De nada.

 

Así las cosas, el PP debería de tomárselo en serio y tratar de ganar unas elecciones en Andalucía. Unas nada más, tampoco pidamos heroicidades. El PP debería proponérselo aunque solo fuera por cosmética, para cambiar los rostros, nombres y caretos de los Cien Mil Hijos de Santa Junta; más vistos que Los Simpson, más repetidos que la canción del verano.

En serio, gente del PP. Poneos a ello. Que la cosa canta por soleares y el concepto de “desafección” ya se queda pequeño.

 

Jesús Lens

Viajar lejos, viajar alto

“Comenzamos el legendario trekking a Ciudad Perdida. Serán seis días atravesando selvas montañosas, pasando por comunidades indígenas y visitando restos arqueológicos perdidos en las cumbres”.

Este párrafo fue el que terminó por decidirme, cuando estaba viendo a dónde irme este verano y qué tipo de viaje quería hacer. Ciudad Perdida. ¿No resulta evocador, tan solo el enunciado? Que sí. Que ustedes ya me conocen y sospechan que, en realidad, elegí ese viaje por haber disfrutado, tantísimo, de “Z. La ciudad perdida”, esa maravilla del cine de aventuras con el que James Gary nos deleitó hace unos meses.

 

Y no les faltará razón, pero es que -y mueran ustedes de envidia- el trekking solo ocupa la tercera semana de un viaje mucho más extenso, que atraviesa Colombia entera, de sur a norte. Sin ánimo de ser muy exhaustivo, les invito a que cojan un mapa y sigan la siguiente ruta: de Bogotá a Popayán, ciudad situada al sur del Valle del Cauca y fundada en 1537, en la ruta entre Cartagena y Quito.

Nos adentramos en los Andes, por la zona de San Agustín y hasta el Parque arqueológico Alto de las Piedras, Alto de los Ídolos y el Salto Mortiño, todo ello Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Nos asomaremos a lo más salvaje del Río Magdalena y seguiremos hasta Tierradentro antes de regresar a Bogotá.

 

Tras visitar la capital de Colombia y la vecina Villa de Leyva, volamos hacia el Caribe, al Parque Nacional Tayrona y sus playas vírgenes junto a los bosques tropicales y los enigmáticos manglares. Y después, ya sí, el trekking hasta llegar a la mítica Ciudad Perdida.

 

Reconozcan que el periplo se las trae y que resulta tan atractivo como duro y complicado, con mucho saco de dormir, mucho campamento en plena naturaleza y, sobre todo, notables manos de andar.

 

Tantas que, después de tener el viaje preparado y planificado, he tenido que desistir: una lesión en el pie, que me viene amargando todo el año y que terminó de reventar tras la Carrera de las Dos Colinas, me sigue impidiendo caminar hasta por el Zaidín desde hace un par de meses. Así que, calculen ustedes, triscar por las montañas de Colombia.

Ciudad Perdida… del Zaidín

Por ello, la Ciudad Perdida tendrá que esperar y, este verano, me quedo en casa. ¡A ver en qué invierto las vacaciones!

 

Jesús Lens

 

 

 

El aliento del Diablo y las lágrimas de Claire

La primera vez que oí hablar de ella, me sonó a coña. A tomadura de pelo. A broma pesada. ¿Cómo tomarse en serio algo que se denomina “burundanga”? No me extraña que el palabro diera título a una canción de la gran Celia Cruz o a una comedia de éxito que, este verano, estrena su sexta temporada en Madrid.

Burundanga. Estarán conmigo en que no puede ser creíble una sustancia denominada burundanga. Sin embargo, en Sudamérica, la llaman El Aliento del Diablo. ¿A que así impresiona mucho más? El caso es que la escopolamina, nombre científico de la sustancia referida, es una droga extremadamente peligrosa que modifica el comportamiento de quien la toma, haciéndole dúctil y maleable, vulnerable y, por tanto, convirtiéndolo en potencial víctima para abusos, robos y agresiones. No es de extrañar, pues, que a la burundanga también se le conozca como el “polvo zombi”, por anular la capacidad volitiva de las personas.

 

Una droga que aparece citada, cada vez con mayor frecuencia, en la información de Sucesos de los periódicos, vinculada a abusos sexuales y violaciones. Una droga, insistamos en ello, sobre la que circulan muchas leyendas urbanas que la convierten en una sustancia situada entre lo fantástico y lo metafísico.

 

“¿Llevamos burundanga? (…) Tengo reinoles tiraditas de precio. Para las violaciones”.

 

Éste es uno de los mensajes compartido en el grupo de Whatsapp “Veranito”, creado por los integrantes de la autodenominada Manada que hace un año violaron a una chica en San Fermín. Presuntamente. Otra perla de dicho chat: “Hay que empezar a buscar el cloroformo, los reinoles, las cuerdas… para no cogernos los dedos porque después queremos violar todos”.

Esto no es leyenda urbana. Esto forma parte del sumario judicial instruido a un grupo de individuos, entre los que figuraban un militar y un guardia civil, que hablaban de violaciones, robos y tiros en la rodilla con la misma naturalidad con la que en otros grupos se habla de fútbol, política o del tiempo que hará durante las vacaciones.

 

Las reinoles a las que aluden los integrantes del repugnante grupo hacen referencia, en jerga, al Flunitrazepam, un fármaco hipnótico muy potente de la familia de las benzodiacepinas y cuyo uso médico nunca llegó a ser aprobado en Estados Unidos… por su utilización como droga para cometer violaciones durante los años 90 en áreas de Florida y Texas.

 

Estas drogas tienen, además, otra propiedad que las hace extremadamente peligrosas: su efecto es rapidísimo, casi instantáneo, y su rastro desaparece igualmente pronto, a través de la orina. En concreto, la Burundanga resulta indetectable a las pocas horas de haber sido consumida. Y el Flunitrazepam, en menos de un día, lo que hace muy complicado a las víctimas probar que han sido drogadas y, por tanto, abusadas.

 

Resulta llamativo que la literatura negra contemporánea haga tan poca referencia a este tipo de drogas. Es posible que el Efecto Leyenda Urbana disuada a narradores y novelistas de usar la burundanga como recurso argumental o temático en sus obras. Que tengan la sensación de que no es creíble. O, quizá, es que todos hemos empleado alguna vez la excusa del “me echaron algo en la bebida” y, como no nos lo creemos ni nosotros mismos, pensamos que tampoco resultará verosímil en una novela.

He encontrado referencias a la burundanga en dos novelas españolas contemporáneas. En “Las flores no sangran”, del gran autor canario Alexis Ravelo; y en la recién publicada “Las lágrimas de Claire Jones”, la vuelta de Berna González Harbour a uno de sus personajes de cabecera: la inspectora María Ruiz.

 

De la novela de Alexis ya hablamos en su momento, largo y tendido en este enlace. Así que vamos a centrarnos en la historia de la joven, bella y desdichada Claire, una joven de ascendencia inglesa a la que encontramos viva y muerta, a la vez, en la más reciente novela de Berna.

 

Porque el argumento de “Las lágrimas de Claire Jones” transcurre en diversos arcos temporales diferentes y, al mismo tiempo que descubrimos el cadáver de Claire, tendremos ocasión de conocerla, escucharla y de sentir como propias sus dudas y sus zozobras. Porque Claire es una chica vapuleada por la vida y que, a merced de las circunstancias, está sola. Y abandonada.

Claire es uno de los grandes personajes trágicos de la novela negra española contemporánea. Una de esas víctimas cuyo cadáver, lleno de vida, se erige en protagonista de la narración. Y mira que Berna González Harbour nos devuelve al universo policial de María Ruiz y el comisario Carlos. Y al de Luna, ese periodista en proceso de transformación digital. Pero la grandeza de esta novela es que unos personajes ya conocidos por el lector y consolidados en el universo del Noir español, se ponen al servicio de Claire, para contar una historia con muchos filos y diferentes ángulos temáticos y estilísticos.

 

No les voy a contar de qué va “Las lágrimas de Claire Jones”, aunque algunas pistas ya les he dado. Solo les diré que estamos ante una novela en la que nada es lo que parece y cuyo eje temático fundamental es la pérdida. En el más amplio sentido de la expresión. Porque todos los personajes de esta novela han perdido algo de su vida. Algo importante. Tanto que los convierte en miembros de una cofradía tan apócrifa como esencial.

 

Los aficionados al Noir estamos de enhorabuena. Ha vuelto Berna González Harbour. Y lo hace con una novela radicalmente contemporánea, que se mete entre los intersticios de la sociedad española del momento a la vez que bucea en un episodio muy desconocido de nuestra historia, con los cuáqueros como protagonistas.

¿Se puede construir una novela negra, española y excelente, con la pérdida como eje central y que incluya a los cuáqueros y a la burundanga? Créanme: es posible. “Las lágrimas de Claire Jones” es la prueba. Léanla este verano y lo comentamos a la vuelta, que somos muy de Berna y hemos hablado antes de sus novelas «Los ciervos llegan sin avisar», y de «Verano en rojo».

 

Jesús Lens

Metrógrados y underground

Lo único malo que tiene el nuevo incumplimiento en el plazo dado para la entrada en funcionamiento del Metro es que, de momento, seguiremos sin poder usarlo. Por todo lo demás, la nueva espantá de la Consejería de Fomento debería regocijarnos, que hay que ser muy metrógrados y malafollás para no captar la cantidad de posibilidades que nos ofrece la situación.

Para empezar, podemos volver a hacer una porra con la fecha en que, de una puñetera vez, el Metro sirva para algo más que para provocar taquicardias a los conductores novatos y sustos de muerte a viandantes a punto de ser aplastados por cosos de nombre impronunciable que se desprenden de una infraestructura aún en pruebas.

 

Los más optimistas dirán que antes del fin de verano, de cara a la rentré de septiembre. Para otros, el Metro será un fruto de otoño. Y los más pesimistas lo considerarán un regalo de Santa Claus o, en el peor de los casos, de los Reyes Magos.

 

Mientras, el Metro seguirá batiendo récords mundiales de recorridos en prueba, cubriendo distancias que lleguen hasta el infinito y más allá. Y, de esa manera, conductores y viandantes podremos seguir señalándolo, alborozados, cuando lo veamos pasar. Una vez que esté en explotación, habrá que ser muy cateto para mostrar sorpresa al verlo entrar o salir de sus paradas, pero mientras siga en fase experimental, cada avistamiento nos permite recordar el discurso final de Blade Runner: “Yo he visto cosas que no creeríais…”.

¿No es una parada fantástica?

Un Metro en uso es una vulgaridad que tienen ustedes a su disposición en cualquier ciudad. Un Metropolitano experimental, sin embargo, es otra cosa; no me irán ustedes a comparar…

 

Además, ya se ha anunciado que una de las paradas subterráneas del Metro en superficie parcialmente soterrado se va a convertir en espacio cultural. A mí se me ocurre, en el colmo de la originalidad, que le llamen “Underground” y que sea un lugar de ensayo, exposición y actuación de artistas y músicos muy vinculados al Inframundo, a lo Gótico y a lo Oscuro.

Underground. Nuevo espacio cultural de Granada

Lo único que espero es que no haga falta que el Metro entre en funcionamiento para poner en uso dicho espacio cultural. Si no, y al ritmo al que vamos, será más fácil que veamos una Ópera en el Espacio Escénico de Kenzo Kuma que un concierto punk bajo tierra.

 

Jesús Lens