Equidistancias y argumentarios

Lo que más me gusta de la realidad es que, en ocasiones, nos obliga a hacer denodados esfuerzos fantasioso-imaginativos, dialécticos y estilísticos. Por ejemplo, lo de la concesión de la Medalla de Oro de Cádiz a la Virgen del Rosario, aprobada por el ayuntamiento gaditano gobernado por Kichi y Podemos.

¡Increíble, leer a gente de la izquierda laica -y hasta atea- de toda la vida, tratando de justificar lo injustificable! Pocas veces la expresión “comulgar con ruedas de molino” ha tenido tanto sentido. En serio. Solo por leer según qué estados de Facebook, hay que darle las gracias a la susodicha Virgen del Rosario.

 

Que digo yo que, con callarse, ya está bien, ¿no? Que eso de hacerle la pelota a los de arriba y reírles todas sus gracias, debería tener un límite. ¿No dicen que quien calla, otorga? ¡Pues ya está!

Desde que en los partidos políticos se ha puesto de moda lo de tirar de argumentario-tutorial hasta para ir al baño, los militantes-activistas cibernéticos aburren cantidad, siempre con el manual a cuestas, a modo de catecismo.

 

Y luego están los que, con tal de mantener las equidistancias de lo políticamente correcto y del buenrollismo imperante, son capaces de justificar cualquier cosa. Es algo que me deja anonadado. Gente que hace funambulismo mental para tratar de demostrar que contempla todos los ángulos y examina todas las perspectivas de cualquier situación, antes de manifestarse, significarse o tomar partido.

 

Es la gente del pero. Del pero empobrecedor. Del pero que le resta fuerza y valor a cualquier afirmación o declaración. Es la gente que, cuando matan a tres mujeres en 24 horas, critican la violencia machista, pero sostienen que hay que analizar cada caso de forma concreta e individualizada y que no hay que olvidar que también puede haber hombres maltratados.

Y nos queda la otra equidistancia. La de quienes afirman atesorar tanta información, que todo les parece entre mal y peor. Entonces, cuando se trata de votar a Hillary o a Trump, concluyen que ambos son igual de malos. Y no votan contra Trump. Al no votar a Hillary. Y cuando sale Trump, solo dicen: ¡Quién-lo-iba-a-pensar! Pero insisten en que Hillary era malísima de la muerte.

 

A ver, cuando desaparezcan la cobertura médica y las ayudas para los estudios, qué argumentan los finos equidistantes.

 

Jesús Lens

Dos novelas noir

Hablemos de dos de las novelas negras que he leído recientemente y cuyas reseñas están en una de nuestras páginas hermanas, Calibre 38, referencia obligatoria para cualquier interesado en el género.

De «Piel de topo», de Jon Arretxe, publicada por Erein, ya hemos hablado. Que Toure es uno de nuestros personajes de cabecera, como escribí en esta entrega de El Rincón Oscuro.

Lo más importante en las novelas de Jon Arretxe es su capacidad para ponerse en la piel del Otro, lo que permite al lector verse reflejado en un espejo que le devuelve una imagen que, posiblemente, no es la que esperaba. Y eso es lo que convierte a Arretxe en uno de los grandes del Noir contemporáneo.

 

(Lee aquí la reseña completa)

 

Y luego está «Que te vaya como mereces», de Gonzalo Lema, publicada por Roca editorial y ganadora del Premio L’H Confidencial.

Si eres de los que considera que la trama y el argumento están sobrevalorados en la novela negra, que lo realmente importante son los personajes, el ambiente y el contexto, Que te vaya como mereces es tu novela.

 

Mi relación con Que te vaya como mereces ha sido cambiante. Al principio, me gustó el planteamiento del autor, sumergiéndonos en la sociedad boliviana contemporánea, llevándonos a sus bares y tugurios y describiendo la amplia y sugerente gastronomía de la tierra. Me lo pasaba bien con los personajes y seguía a Santiago Blanco, con alborozo, en todos sus paseos. Me gustaban sus réplicas, sus amoríos y hasta sus dudas y zozobras con respecto a su futuro.

 

Luego, me cansé de que no pasara nada.

 

Así que decidí aparcar Que te vaya como mereces y leer otra novela, antes de volver a Cochabamba. Pero la magia del realismo boliviano se había evaporado. Sí. Seguí tumbando birras con Santiago y comiendo todo lo que podía, con él, en los puestos del mercado. Pero cada vez que me hablaba de sus cuitas con Gladis, Margarita o con Uribe, el dueño del inmueble en que ejerce como conserje, terminaba cansándome y buscaba cualquier excusa para despedirme e irme a dormir.

 

(Lee aquí la reseña completa)

 

Jesús Lens