Todo mal

Lo más fácil, siempre, es concluir que todo es una mierda. A partir de ahí, ponemos de vuelta y media e insultamos a todo quisque y nos ciscamos en todo lo que se menea. De esa forma, además de quedarnos tremendamente a gusto y relajados, espoleamos los más bajos instintos de nuestros lectores, algo que siempre es muy bien recibido. Así empieza mi artículo de hoy, en IDEAL.

Aquí, estábamos al borde de la intervención

Motivos hay, y de sobra, para llegar a ese punto. Por ejemplo, una mañana te desayunas con la noticia de que resulta imprescindible una subida del IBI de un 40% para que el Ayuntamiento consiga sobrevivir y, un par de días después, parece que no es para tanto, que el consistorio tiene recursos para salir adelante sin ayuda de nadie y sin sablear a los vecinos.

 

¿En qué quedamos? No sé ustedes, pero a mí, este juego del poli bueno/poli malo me tiene mosca. Un día sale el concejal de asuntos económicos diciendo que al Ayuntamiento solo le falta el tiro de gracia, en forma de intervención del Estado, al estar pocho de deudas. Y que, o se incrementan los ingresos de forma notable, o no hay nada que hacer.

Que no… Que no era para tanto…

Entonces sale la pseudo-oposición echándose las manos a la cabeza, proclamando que no. Que eso de subir el IBI no puede ser. Que los vecinos no tienen la culpa de los desmanes de aquellos brillantes gestores de antaño. Que hay otras fórmulas para evitar el desastre. Tema del que ya he escrito en IDEAL este año. Por ejemplo, AQUÍ. Y más aún, tras el sainete del Pleno Extraordinario sobre las Ordenanzas Fiscales, en este otro artículo.

 

Y en esas estamos. A punto de cumplirse un año de gobierno del PSOE en el Ayuntamiento y rezongando de la herencia recibida, pero sin una sola iniciativa de calado económico que nos desvíe de este camino a la perdición en que estamos embarcados. Que sí. Que cosas, se han hecho. Dicen. Como reducir horas extra en la policía local y en los bomberos. Que sería necesario, pero claramente insuficiente. Tema del que ya escribí en enero, por ejemplo. ¿Alguna novedad desde entonces a ahora?

 

A mí, que me perdonen. Soy torpe y, ahora mismo, no sé si estamos al borde del precipicio o si, como en los dibujos animados, ya hemos saltado, pero hacemos como que corremos en el aire a toda velocidad, sin mirar abajo para evitar caernos.

¡El IBI no se toca!

Así las cosas, empiezan a darme ganas de comprimir todas estas disquisiciones y reducirlas a una sola conclusión: nos engañan, nos torean, esto no hay quien lo arregle y, en resumen, todo es una p… mierda. Sin acritud. Y con perdón.

 

Jesús Lens

 

 

Scarlett desencadenada

—¡Qué previsibles, sois, humanos, en lo que a las películas sobre inteligencia artificial se trata!— me dice SOY, mi lenguaraz e impertinente robot (*). Y es que hemos visto la nueva película protagonizada por Scarlett Johansson en el cine y, la verdad…

—¿De dónde os viene la obsesión de tratar de engañar a la inteligencia artificial con la cuestión de su supuesto origen humano?— me pregunta SOY—. Si es que no habéis evolucionado un ápice desde los tiempos de “Blade Runner”, “2001. Una odisea del espacio” y hasta “Terminator”.

 

Y, a nada que lo pensemos, a SOY no le falta razón. El último ejemplo, esa cosa llamada “Ghost in the shell” y que, para aclarar cualquier posible duda en el espectador español, se ha subtitulado como “El alma de la máquina”, en un alarde de originalidad creativa.

 

Además, los distribuidores patrios de la cinta deben tener un concepto tan pobre de los espectadores que, por si quedara alguna incógnita por resolver sobre de qué va la historia, en los pósters que adornan todas las marquesinas de las paradas de autobús han incluido una frase más: “No te salvaron la vida, te la robaron”.

¡Ay, Scarlett! ¿Sabremos alguna vez quién está empeñado en que seas el rostro y la voz más reconocibles de la inteligencia artificial, gracias a Hollywood? Porque, además de tus papeles de superheroína mutante, fuiste la sugerente, excitante y finalmente odiosa voz de “Her” en la memorable cinta de Spike Jonze, e interpretaste a Lucy, aquella bestia parda surgida de la delirante imaginación de Luc Besson.

 

Y ahora eres La Mayor, Motoko, en una cinta con origen en un manga famoso y que a SOY y a mí nos ha decepcionado bastante. Y eso que las secuencias de acción no están mal. Pero es que no nos creemos ese futuro virtual que muestra la película: donde “Blade Runner” invitaba a soñar con las megalópolis del futuro, “Ghost in the shell” te lleva a una especie de centro comercial de baratillo, parque temático en colorines, repleto de tópicos y convencionalismos sobre el futuro que nos espera.

Mucha reflexión le queda al cine por hacer sobre el fenómeno de la AI, pero antes, ¿qué nos recomienda SOY, además de las cintas ya citadas? Pues la excelente “Ex Machina”, la clásica “Metrópolis” de Fritz Lang y, por supuesto, “Wall-E” y “A.I.”, de Spielberg.

 

(*) SOY, ese robot que me acompaña desde principios de este año, va protagonizando algunas de las columnas de IDEAL que podéis enlazar a partir de ESTE artículo.

 

Jesús Lens

La otra economía

Estaba desayunando en Sevilla, dentro de un bar en el barrio de Nervión. Fuera había mesas al sol, pero todavía hacía fresco y preferí entrar. El hilo musical ponía canciones de entonces, pasando de la escuela de calor al tipo aquel al que le dolía la cara de ser tan guapo. Un parroquiano habitual se estaba hincando una tostada de manteca colorá que daba miedo y entonces entró ella. Un ciclón.

Chiquita, pero matona. Morena, baja y fuerte. Y una verborrea que anonadaba. Entre piropo y piropo al dueño de la cafetería, joven pero bien dispuesto, proclamó a los cuatro vientos que llevaba levantada desde las tres de la mañana y que venía del campo de coger naranjas.

 

No tardaron en ponerse de acuerdo con el precio. -¡Por el montacargas! ¡Súbelas por el montacargas! -le decía el dueño del bar al maromo que acompañaba a la mujer y que, hasta ese momento, no había dicho esta boca es mía.

 

-Anda guapo, ponme un refresquito que no veas que noche llevo- dijo ella, mientras esperaba a que le pagase las naranjas, operación en la que no medió albarán o factura alguna, por supuesto. Y me acordé de que hace un mes, en Málaga, mientras me tomaba una caña y un adobo en una terraza, apareció un tipo que, de forma más discreta que la naranjera, preguntó por el dueño del garito y, cuando salió, le dijo que tenía una cola de rape recién pescado, fresca, fresca. Que se la dejaba muy bien de precio. También se pusieron de acuerdo, rápidamente, el uno y el otro. Se notaba que había confianza. Que ya habían hecho negocios juntos antes.

Que haya sido testigo de este par de irregulares transacciones en Málaga y Sevilla es pura casualidad. Que no dudo que también sean habituales en nuestra tierra. Que no hay más que darse una carrerilla por la Fuente de la Bicha o un paseo por el Zaidín para ver improvisados puestecillos de venta de fruta y verdura, muy bien acogidos por el público.

¿Podría nuestro país sobrevivir a la crisis sin este tipo de economía alternativa, sumergida o flotante? Porque si uno ve las estadísticas sobre pobreza y exclusión en España, lo extraño es que las calles no estén ardiendo en llamas. Además, supongo que el rape y el zumo de naranja estarían excepcionalmente buenos.

 

Jesús Lens

Naturaleza: verla y vivirla

Hoy comienza el circuito de carreras de montaña de Diputacion, en la Sierra de Huétor. Y este año, no seré de la partida. ¡Rabia me da, que este fue mi primer Trail, hace ya la friolera de cuatro años. Mi hermano, Edu y yo nos pasamos el invierno entrenando, poniéndonos en forma para afrontar el reto con garantías. ¡Y lo conseguimos! Vaya si lo conseguimos.

Mi primer Trail en Huétor. Foto: Alfredo Aguilar

Desde entonces habré cumplimentado treinta Trails, más o menos. Pero este año, no llego. Razones, hay algunas. Excusas, muchas más. Pero son inútiles, teniendo en cuenta que este año me había propuesto hacer los Mini Trails para, al no acabar destrozado, disfrutar de los pueblos que acogen la salida y la llegada, visitarlos y descubrir sus encantos. Y contárselo a ustedes, por supuesto.

 

Me encuentra este fracaso sentado en una butaca del cine, viendo «Cantábrico», el nuevo documental de Joaquín Gutiérrez Acha. ¡Qué melancolía, qué impotencia, al ver a los rebecos triscando montes, alcanzando las cumbres más altas de la Cornisa Cantábrica con absoluta naturalidad!

Es bonita la película del cineasta y naturalista español. Bonita en todos los sentidos de la palabra. Para mi gusto, le sobra texto y la música resulta demasiado enfática, pero «Cantábrico» tiene secuencias espectaculares a la vez que íntimas y dramáticas, como el nacimiento de las víboras o la caza… ¡de las plantas carnívoras!

 

Otras, sin embargo, parecen metidas con calzador, como algunas con las aves como protagonistas, demasiado deslucidas la mayoría. Pero lo importante: los osos y los urogallos, que me recordaron mi infancia, cuando era suscriptor de la revista «Quercus» y recibir los boletines del FAPAS, aquel Fondo Asturiano para la Protección de los Animales Salvajes sobre los avances del Proyecto Oso me reconciliaban con la vida.

 

¿Cuánto tendrá que ver aquel empeño de FAPAS y Quercus en la recuperación del oso y del lobo con el hecho de que, en pleno siglo XXI, sigan viviendo en las montañas cantábricas? Y ahí me sale la vena orgullosa, claro. Por haber sido parte de todo aquello. Lejana e ínfima, pero parte.

Compartí la sala de cine con varios padres y madres que acompañaban a sus hijos pequeños. Qué bonita semilla, la que siembran en ellos, al llevarlos a ver películas hermosas que transmiten el amor por la naturaleza salvaje. Vean, vean «Cantábrico» o «Guadalquivir», narrada por Estrella Morente. Y, después, salgan al campo a disfrutar de los colores, fragancias, texturas y sonidos de la naturaleza.

 

Jesús Lens

El bar de Álex

Lo bueno de entrar a «El bar» de Álex de la Iglesia, que abrió sus puertas la pasada semana, es que te permite disfrutar de dos películas por el precio de una. ¿Disfrutar? ¿He dicho disfrutar? Bueno, quizá no sea esa la expresión más apropiada… De ello hablo en IDEAL y a esta peli y a la trayectoria de Álex de la Iglesia dedicamos ESTA entrega de nuestro Podcast cinéfilo, En el calor de la noche, Juan Ramón Biedma, Javier Márquez, Fernando Marías y yo.

El caso es que «El bar» arranca especialmente bien, con un poderoso plano secuencia en el que, como en «The player», de Robert Altman, los protagonistas se presentan al espectador dando un paseo y cruzándose entre ellos. Les escuchamos hablar por el móvil, cruzar la calle, discutir… ¡Qué bien retrata Álex el día a día de un ciudad contemporánea! Maestro naturalista y realista que conduce a los personajes al lugar por excelencia en que todo buen español es feliz: el bar. En este caso, el Bar Amparo, cañí, tradicional y de toda la vida. El bar de barrio por excelencia.

 

Diálogos mordaces, réplicas y contrarréplicas, la dueña excesiva, el camarero paciente, el pobre que nunca paga, la pija que solo busca cargar la batería del móvil, el ama de casa con pasión por las tragaperras, el hipster haciendo trabajo de campo antropológico, el oficinista con bullas al que se le pasa la hora del café, el prejubilado que ha trasladado allí su oficina… La España de hoy, conviviendo en un puñado de metros cuadrados.

De repente, ocurre algo que impedirá a los parroquianos dejar el bar. Y comenzarán las tensiones, crecientes. Llegados a este punto, se habla de Buñuel y «El ángel exterminador». Pero también hay que hablar de Hitch y, desde que los personajes descienden al inframundo y a las cloacas, de «La evasión» de Jacques Becker.

 

El problema de la parte inframundana de «El bar» no es que haya momentos cuya escatología parezca salpicar a la platea, sino que los personajes más cargantes del reparto toman el protagonismo de la trama. Y cansan. Y aburren. Y desesperan. Y llega un momento en que sientes necesidad de salir de «El bar». De que todo ello termine. Caiga quien caiga. Al espectador le importa poco quien vive y quien muere. Solo desea salir. ¿Era ese el efecto que perseguía Álex de la Iglesia? Si lo era, lo ha conseguido.

De la Iglesia es uno de los directores con más personalidad de nuestro cine. Sus películas siempre van de más a menos. Pero hay que verlas.

 

Jesús Lens