El Quinqui Noir

Le preguntaban hace unos días a los directores nominados al Goya de este año por sus influencias más reconocibles y, al menos dos de ellos, hablaban de Carlos Saura y de películas como “Deprisa, deprisa”.

¡Qué tiempos, los del Torete y el Vaquilla! ¿Se acuerdan? Películas como “Navajeros” y “El pico” se convirtieron en hitos de taquilla con su naturalismo descarnado, su violencia explícita y aquellos actores no profesionales que se interpretaban a sí mismos chutándose heroína, conduciendo coches robados, pegando navajazos y refugiándose en el barrio.

 

Historias de atracos y jeringuillas, de maderos y palizas. De descampados y chabolas. Historias de supervivientes que creíamos haber dejado atrás en la España europea y posmoderna del siglo XXI. Pero que la literatura se ha empeñado en recuperar. Felizmente, por supuesto.

I CULT EXPOSICION QUINQUIS DE LOS 80 exposición Quinquis dels ’80, del CCCB.

Uno de los culpables de la resurrección del fenómeno es Francisco Gómez Escribano, una de las voces más originales del policial español y padre de este Quinqui Noir del siglo XXI.

 

Su novela más reciente, “Manguis”, está publicada por Erein y comienza con un duelo a navaja, en un descampado. Estamos en 1972, en el madrileño barrio de Canillejas. Pero la secuencia podría pertenecer igual a un western que a una historia de bandoleros.

El Torre. Una leyenda en el barrio. Un tipo duro, hecho a sí mismo desde que dejó el pueblo y se instaló en los arrabales de la capital. Un tipo listo y con buen ojo para los negocios. Frío. Valiente y decidido. Y Fores, uno de esos polis de los de antes que, quizá, se haya quedado obsoleto. Por sus métodos. Por sus formas… y hasta por los cigarrillos que fuma. Y por los lingotazos que me mete.

 

Porque los personajes de “Manguis” fuman Celtas cortos cuyas apestosas colillas terminan aplastadas en ceniceros de Cinzano mientras apuran un DYK con cola. Tipos para los que el colmo del glamour es bañarse en Varón Dandy y asomarse a la barra del Venus, a mirar el género.

Fuman, beben, follan, se drogan, trapichean, roban coches y, de vez en cuando, hacen por pegar un palo gordo. Uno de esos palos que dejan huella. Un palo que, quizá, les permita salir del barrio de una vez y para siempre.

 

Le preguntamos a Paco Gómez Escribano por el origen de este Quinqui Noir: “En realidad, cuando decidí escribir novela negra, estuve mucho tiempo pensando en si inventarme a un policía, a un detective o incluso a un cobrador de deudas. Di muchas vueltas por el barrio hasta que me di cuenta de que lo tenía delante. Si a esto añades que siempre me moló más la crook story que otra cosa, el cóctel estaba servido. Entonces escribí “Yonqui”, una historia contada en primera persona por el protagonista. Creí que no lo publicarían, básicamente por el lenguaje y por la crudeza, pero apareció Erein. La novela transcurría entre los años 78 y 82. Después hice “Lumpen», que es más actual. Y luego vino “Manguis». En realidad me he dado cuenta de que lo que estoy haciendo es radiografiar la cara B del barrio en distintas épocas”.

Otro autor que ha optado por el género quinqui es Montero Glez., que ganó el Premio Logroño de novela por “Talco y bronce”, publicada por la editorial Algaida, una historia con dos elementos fundamentales: droga y atracos. Y, de fondo, una sombra: Santiago Corella, “El Nani”, el primer desaparecido de la democracia.

 

El Quinqui Noir pone el acento, también, en la Transición. Que no fue tan modélica como nos gusta creer, habiendo dejado muchos cadáveres a su paso, tras arrojar a la marginalidad a miles de jóvenes que, sin esperanzas, ardieron al calor de las papelinas, consumidos por la heroína.

 

¿Y ahora? ¿Es posible que, con la crisis, se reproduzca el fenómeno quinqui en la sociedad contemporánea? Gómez Escribano no lo ve claro: “Yo creo que no. Al menos no de la misma manera. El paisaje urbano y social ha cambiado totalmente. Nosotros teníamos descampados, barro y oscuridad -no había farolas-. No teníamos Internet, ni móviles, ni tropecientos canales de televisión. Ahora todo es distinto. La mayoría de la generación de nuestros padres era analfabeta. El tipo de delincuencia actual es otro. Curiosamente ahora, lo que hay entre los jóvenes, es un analfabetismo cultural, cosa que a nosotros no nos ocurría. Nos gustaba el cine, la música, la lectura, etcétera. Y eso nos moldeaba.

Hoy, los potenciales delincuentes son hijos de padres que han estudiado, generalmente más cultos que sus hijos. Nuestros padres vinieron de los pueblos con una tartera y un trozo de tocino dentro, mendigando trabajos de mierda e infraviviendas, cuando no prefabricados o chabolas, y tenían un carácter servil, unas raíces, etcétera. Todo ha cambiado mucho”.

Un tema importante: la inmigración, las pandillas y las Maras, ¿pueden ser equiparables al fenómeno quinqui o son la traslación de un fenómeno centroamericano a otro entorno?

 

Gómez Escribano también lo tiene claro: “Yo creo que es una traslación de las pandillas a nuestro entorno, nada que ver con el quinquismo autóctono. Date cuenta que el mal llamado rollo quinqui nace de la heroína. Un chaval se levantaba y más le valía tener un pico preparado. Si no, no podía atarse ni las zapatillas. Se les llamó quinquis, pero los quinquis eran otra cosa, un grupo social, que no étnico, como los gitanos, que existían desde siempre. La gente se adueñó de la palabra para designar a la delincuencia juvenil. Ya te digo que las maras y todo ese rollo son otra cosa”. Así las cosas, ya saben: lean “Manguis”, si les gustan los viajes en el tiempo.

 

Jesús Lens

Humor y realidad paralela

A estas harturas de presidencia trumpiana, imagino que estarán ustedes hasta los tumpiates de recibir memes sobre Muros entre pueblos, barrios, ciudades y provincias varias que pagará el vecino de arriba, fotos de Donald ataviado con las gorras más estrafalarias e imágenes de decretos presidenciales que ordenan la construcción de la Estrella de la Muerte de Star Wars.

Y es que el ingenio humano no tiene límites. Resulta increíble cómo, en cada vez menos tiempo, todo acontecimiento llamativo o significativo que ocurre en cualquier lugar del mundo resulta brillante e inmediatamente parodiado.

 

El problema es que tengo la sensación de que, por culpa de las memes, los gifs y las parodias, empezamos a quitarle importancia y trascendencia a lo que ocurre en la realidad. Y la realidad es que Trump ha destituido fulminantemente a la fiscal que se opuso a su decreto antiinmigratorio. Por ejemplo. Y pocas gracietas se pueden hacer de algo tan grave. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

Está muy bien reírse del flequillo de Trump y de su peinado imposible. El humor es necesario y bienvenido y los viñetistas y caricaturistas de los medios de comunicación han sido, desde tiempos inmemoriales, ácidos y críticos comentaristas de la actualidad.

 

Sin embargo y de un tiempo a esta parte, a la vez que criticamos lo que pasa en el mundo a través de la sátira humorística, construimos una realidad paralela. Una realidad cómica, divertida y hasta desternillante que nos hace perder la perspectiva.

 

Hoy, Trump no existe como individuo. Ni siquiera parece existir el presidente de los Estados Unidos. Lo que existe es una parodia de ambos. Y mientras nos reímos y nos burlamos de ella, la realidad avanza, inexorable, erosionando principios básicos de la democracia que habíamos dado por supuestos. Hasta que llegue un momento en que la risa se nos quede congelada en el rostro. Porque no haya nada de lo que reír. ¿Cuántas burlas no se harían, en su momento, sobre la altura de Hitler y lo ridículo de su infame bigotito?

Adoro la risa. Y la carcajada. Amo el sarcasmo y mato por una buena sátira. Pero seamos conscientes del alcance real de los hechos y decisiones que nos provocan tanta hilaridad. No perdamos de vista el dramático impacto que conllevan esas decisiones de las que tanto nos reímos y las gravísimas consecuencias que pueden tener en el futuro inmediato.

 

Jesús Lens