Cuando éramos ángeles

Hay mucha poesía en el título de la novela de Beatriz Rodríguez. Uno de esos títulos con capacidad de evocación, que nos ponen melancólicos y nos invitan a recordar.

Cuando éramos ángeles.

¿Os acordáis?

Cuando éramos ángeles

Porque todos hemos sido ángeles. Aunque ya haga tanto, tanto tiempo… El primer acierto de Beatriz Rodríguez es, con solo tres palabras, transportarnos mental y emocionalmente a un pasado juvenil por el que transcurre parte de su novela.

El pasado. La juventud. Pero la juventud de verdad, no esa juventud sociológica, engañabobos y marketiniana según la cual, a los 35 palos, se sigue siendo jóven.

“Cuando éramos ángeles”, publicada en la prestigiosa colección Biblioteca Breve de Seix Barral, nos retrotrae a esa adolescencia que, recién abandonada la infancia, permite a sus protagonistas encarar el futuro con decisión, libertad, ilusión, esperanza, deseo. Y con un punto de inocencia. También.

Cuando éramos ángeles Beatriz Rodríguez

Un pasado, sin embargo, al que viajamos desde el presente. Y el presente… ¡ay, el presente! El presente es otra cosa. Muy diferente.

En el presente, por ejemplo, han asesinado a Fran Borrego, uno de los prebostes del pequeño pueblo en que transcurre la trama de la novela. Razones para matar a Fran las hay. Y muchas. Y candidatos para haberlo apiolado, también. De ahí que la investigación del crimen no vaya a ser precisamente fácil. Sobre todo, porque su muerte ha acaecido en plenas negociaciones sobre la venta de las mejores tierras de la comarca a una empresa de gestión de aguas.

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Jesús Lens

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72/9… ¡Y siguen!

HISTORIA. Con mayúsculas. Golden State Warriors, el equipo de baloncesto de la bahía de San Francisco, ha hecho historia. Ahora mismo, ya es el mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos, junto a los míticos Bulls de Michael Jordan de la temporada 95/96, cuando ganaron 72 partidos y solo perdieron 10. Y no podía hablar en IDEAL, en mi columna de hoy, de ninguna otra cosa…

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Tras la brillante, trabajada y sufrida victoria en casa de otro equipo mítico, San Antonio Spurs, los Warriors ya han conseguido esas 72 victorias que se consideraban humanamente inalcanzables. Y aún les queda un partido el miércoles, contra los Grizzlies, para tratar de superar un registro escalofriante.

Estoy eufórico. Porque los Warriors han decidido batir el récord bailando sobre el alambre. Y nos han tenido al borde de la electrocución. De hecho, en los dos Máster que impartí en Sevilla, les hablaba a los chavales de Stephen Curry, un tipo que ya es leyenda. Como Jordan.

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Les hablaba de sus ruedas de prensa con su hija Riley en brazos, de la recepción de Obama en la Casa Blanca y de la maravillosa respuesta que, hace unos días, dio al famoso periodista Craig Sager, que sigue en activo pese a que se le ha reproducido una leucemia. Le preguntaba el cronista a Curry si el cansancio acumulado les impediría conseguir el récord. Y así respondía el crack: “Vemos lo que tú estás haciendo y no hay excusa. Eres una inspiración para nosotros, para seguir luchando… Tu espíritu es contagioso, así que gracias”. Esas palabras valen su peso en oro.

Pero de Curry, lo más sorprendente es que es un tipo normal. No es ningún portento físico: 1,91 de altura y 86 kilos de peso, con los tobillos débiles. De hecho, fue elegido por detrás de otros seis jugadores en el draft de 2009. Ricky Rubio, sin ir más lejos, fue seleccionado por delante de él. Ahora es, incuestionablemente, el mejor jugador del mundo. Además, está cambiando el baloncesto y su nómina de récords acumulados excedería la longitud de esta columna.

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Pero los Warriors también son el letal Thompson con su ametralladora. Y Green, un portento de la voluntad y el sacrificio. E Iguadala. Y Livingston, al que le tuvieron que reconstruir íntegramente las rodillas, tras una devastadora lesión. Y, por supuesto, Steve Kerr. Pero del pistolero hablamos en otro artículo. Que se merece una pieza para él solo.

Jesús Lens

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