Parásitos

Columna que publicamos en IDEAL hace unos días. Absolutamente basada en hechos reales. Por desgracia.

Digamos que se llama Lucía y que, tras haber estudiado una carrera, decide hacer (y pagarse) uno de esos selectos Máster que, ahora, son requisito imprescindible, aunque nunca suficiente, para conseguir un trabajo.

El final de un Máster suele ser un proyecto que han de desarrollar los alumnos, divididos en grupos de trabajo, en que demuestren no sólo los conocimientos adquiridos sino, sobre todo, la aplicación práctica de los mismos: los Máster tienden puentes entre la enseñanza académica de las carreras universitarias y la vida, el trabajo real al que se enfrentan los alumnos cuando dejan las aulas.

A Lucía le tocaron los compañeros de proyecto que su tutor consideró pertinentes. Así es la vida: uno, casi nunca puede elegir a sus colegas de trabajo. Y, desde el principio, los problemas. De los cinco integrantes del grupo, tres trabajaban y dos pasaban. Olímpicamente. Pero ahí seguían, a rebufo. Como las rémoras de los tiburones. Chupando del bote y beneficiándose del trabajo de los demás. – La vida misma – les contestó con fatalismo el responsable del Máster, cuando Lucía se quejó de la actitud de parte del equipo.

Al final del proceso formativo, gracias al excepcional, serio y concienzudo trabajo de tres currantes, dos vagos obtuvieron la mejor de las calificaciones posibles. Inmerecidamente. Y hasta luego, Lucas. Si te he visto no me acuerdo.

Solo que, en este caso, la historia continúa. Porque el referido proyecto era tan bueno que la Universidad contactó con Lucía y sus compañeros para, debidamente adaptado, comprarlo e implementarlo profesionalmente. ¡El sueño de cualquiera! No era mucho dinero, pero sí un enorme orgullo.

Lucía convocó a sus compañeros. A los que habían trabajado y a los que no. A fin de cuentas, los cinco lo habían firmado. Tenían un largo y cálido verano por delante para trabajar y convertir el proyecto en un entregable para su aplicación práctica por la Universidad. Ni que decir tiene que los dos parásitos ni aparecieron, ni dieron señales de vida, ni arrimaron el hombro, ni pegaron un palo al agua.

Lucía alucina cuando, a la vuelta de unos meses, una vez terminado el trabajo y entregado a completa satisfacción de la Universidad, recibe la llamada de uno de los desaparecidos en combate: que no han cobrado nada por la cesión del proyecto a la Universidad y que iba a denunciar a Lucía y a sus otros dos compañeros.

Y ahí está la pobre, en manos de un abogado, teniendo que defenderse del ansia chupóptera de un fulano al que no sé exactamente cómo calificar, para no quedarme corto sin ofender el buen gusto de los lectores de esta columna.

Pena, rabia, indignación… y lo peor de todo es que hechos como éste son un sencillo ejemplo de la sociedad de vividores que nos ha llevado a la ruina y que nos sigue pisando el cuello, impidiéndonos levantar cabeza.

Jesús Lens

Midnight in Paris

Tópicos, tópicos y más tópicos. ¿Cómo es posible que el cine más reciente de Woody Allen esté repleto de tópicos, basado en tópicos, rebosante de tópicos, tópicos hasta el hartazgo y, aún así, nos guste?

Porque, sinceramente, “Midnight in Paris” me ha encantado. Y mira que al principio pensé que no. Que esta vez no lo iba a conseguir. Pero los genios, es lo que tienen: hasta tres pintarrajos en una servilleta, mal echados, de madrugada y antes de entrar en coma etílico, denotan y rezuman arte y creatividad.

Woody Allen, como buen yanqui que es, ha decidido –a la vejez viruelas – hacer el famoso Tour Europeo que le permite descubrir las bellezas, bondades y maravillas de las grandes capitales europeas.

Habiendo pasado por Londres y Barcelona, antes de recalar en Roma, decidió darse una vuelta por París, claro. Y ahí está, al comienzo de la película, el París que veríamos cualquier turista: la torre Eiffel, el Sagrado Corazón, la pirámide de cristal del Louvre, el Moulin Rouge, las brasseries, las terrazas de los cafés, la plaza Vendome, etcétera.

Y los protagonistas: un escritor de guiones que renunció a escribir la Gran Novela Americana para tener casa con piscina en Malibú y su novia, una exigente rubia, hija de papá. Están en París de vacaciones. Solo que él, paseando por la orilla del Sena, siente la llamada de la inspiración y una compulsiva necesidad de dejarlo todo y quedarse en la ciudad de la luz, para escribir.

Me encantó una cosa que le oí a Allen: si va a rodar en Londres, París o Roma, dará al público lo que espera de esas ciudades. Es decir, si piensas en Berlín, la mente te llevará, ineludiblemente, a imaginar callejones oscuros, tinieblas, espías e intrigas internacionales. Igual que París es el escenario necesario e ideal para contar una historia romántica. Al estilo Allen, claro.

Un romanticismo en que la pedantería de uno de los secundarios, que sólo sabe las cosas que ha leído y estudiado, se contraponía a la desbordante imaginación de un ingenuo y soñador protagonista que, como Cenicienta, al llegar la medianoche entraba en un fastuoso mundo de fantasía que, sin embargo, acababa teniendo sus necesarias consecuencias en la vida real.

Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para evocar las figuras de Hemingway, Picasso, Scott Fitzgerald, Djuna Barnes o Gertrude Stein y salir airoso del empeño. Pero Woody es mucho Woody y no le cuesta nada sacar de farra al espectador, con todos esos personajes, en las noches eternas del París de los años 20, ese París que nunca se acaba.

El final, sabemos cómo va a ser. Pero queremos, necesitamos que sea justo como es. Hay veces en que nos gustan las películas con sorpresa, giros bruscos en los guiones y finales inesperados. Otras, no. El final de “Midnight in Paris” es uno de esos que, conociéndolo de antemano, te deja una estupenda sonrisa de bobo en el careto. Más que justificada.

Valoración: 8

Lo mejor: la impudicia de Woody, al tratar la imagen icónica de famosos personajes como los citados o, también, Man Ray, Buñuel o el Dalí que veía rinosherontes.

Lo peor: Que Woody sólo pueda hacer una película al año.

La pregunta: ¿habrán sido tan críticos los franceses como fuimos los españoles con la imagen tópica de Barcelona que transmitió Allen en su “Vicky, Cristina, Barcelona”?

Liga de fútbol española

Ayer, el Madrid ganó 6-0. Hoy, el Barça ha ganado 5-0.

En vez del coñazo de Liga que nos van a dar, ¿por qué no juegan un partido por mes, Real Madrid contra Barcelona, y que gane el mejor? Incluso podían enfrentarse, ambas escuadras, en todos los campos de primera, paseando su prurito, su vitola de campeones.

Si hay suerte, lo mismo llegan igualados al mes de mayo y, junto con la final de la Copa del Rey y la de la Champions, tienen que jugar un desempate. Y los penalties. Y las teles, reventando el share, en el minuto de oro.

Qué petardo de estrellitas

O, mejor aún, ¿por qué no se evitan las molestias y lo hacemos por las bravas?

¡Canon a los ricos ya!

¡Impuestos a las plantillas más caras de inmediato!

Menos mal que existe el baloncesto. El timo es parecido, pero no llega a la altura del camelo futbolístico.

Jesús a las primeras de cambio aburrido de fútbol Lens