MOVILIDAD BRUTAL

Gracias a la portabilidad radical que han impuesto el mundo de la informática y la telefonía móvil, ya podemos estar on line, permanentemente conectados, 24 horas al día. Y yo abuso de ello, me temo.

 

¿Teletransportación?
¿Teletransportación?

No vamos a entrar a discutir las ventajas y los inconvenientes que tiene, pero me impactaron unas reveladoras palabras de Sidi Mohamed, a cuenta del suicidio masivo de empleados de France Telecom.

 

Tras hablar sobre los cambios en el sindicalismo, en los medios de producción y del rol trabajador-consumidor, Sidi comenta las nuevas técnicas de gestión empresarial que, a todos los que nos gusta el management, solemos alabar y defender como virtuosas, necesarias y recomendables.

 

A la pregunta de cuál es el sistema actual de trabajo en que estamos sumidos, Sidi responde lo siguiente:

 

«La cuestión fundamental es cómo se hace correr a la gente.

 

Si usted sólo quiere simplemente trabajar, no le darán empleo. Por esto se busca sólo a jóvenes, a gente que se cree en esa idea de que son ganadores y no perdedores y que están dispuestos a comprometerse en el éxito, que están por la acción; gente que quiere moverse…

 

El movimiento es el elemento determinante.

 

El segundo elemento es la polivalencia y la reestructuración, lo que supone sustituir la existencia. Pero esta misma regla permite que la empresa diga regularmente lo que no hacen suficiente. La gente corre para atrapar no sólo el salario, no sólo el reconocimiento. Corre por el simple hecho de correr. Cuando se corre se crea un hilo y si uno se para, el hilo se rompe.

 

Correr es trazar una línea. Esta línea no existe. Sólo existe cuando se corre.»

 

 

Y dicho lo cuál, paso palabra, a ver qué pensáis vosotros ya que, personalmente, me he quedado mudo. Y helado.

 

Jesús Lens, dudoso-perplejo.

¿Hemos llegado a esta necesidad?
¿Hemos llegado a esta necesidad?

UP IN THE AIR

Hay películas que, desde su arranque, sabes que van a ser especiales. «Up in the air» es una de ellas. Cuando ves a esa pobre gente siendo despedida y, acto seguida, descubres la inocente cara de George Clooney, en su papel de «despedidor» frío y sin escrúpulos, tienes claro que algo gordo, muy gordo, se está gestando tras la pantalla.

 

Y, después, cuando el prodigioso guión te describe la forma de vivir -«el año pasado tuve que viajar 325 días y pasé 40 asquerosos días en casa» – y la filosofía vital del atractivo protagonista, que desgrana en una conferencia magistral en la que usa una mochila para despreciar todo lo que nos encadena en esta vida y alabar las ventajas de una vida nómada, libre y sin ataduras; ya tienes plena conciencia de, efectivamente, encontrarte ante una de las películas del año, por mucho que aún estemos al principio del 2010.

 

A estas alturas, ya sabemos todos que detrás de «Up in the air» está Jason Reitman, el papaíto de «Juno», una de las películas más frescas y recomendables de los últimos años. En este caso cambiamos de escenario y, de unos paisajes sencillos y reconocibles, pasamos a esos «no-lugares» que definió Marc Augé (el concepto «no-lugar» se refiere a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como «lugares». Ejemplos de un no-lugar serían una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado).

 

Pero la esencia sigue siendo la misma: un guión portentoso que disecciona el alma humana y las relaciones de pareja con una ternura, un humor y una sensibilidad impropios de los tiempos que corren.

 

Cada diálogo, cada gesto, cada conversación, cada detalle están cargados de sentido, de forma que la historia, aparentemente banal y repetida hasta la saciedad en decenas de películas anteriores, no deja de sorprender y emocionar con cada giro de los acontecimientos.

 

¡Ay, esta «Up in the air», el juego que nos habría dado a Frankie y a mí en nuestro libro de cine y viajes!

 

Y es que la película, los personajes y sus relaciones están impregnados de mucha de la filosofía que había en nuestro libro, adaptando al mundo laboral del siglo XXI buena parte de los anhelos de tantos y tantos nómadas que pueblan la historia del cine.

 

En fin. Que si no la habéis visto, antes de volver a Pandora (todos estamos volviendo al planeta de los Navy, una y otra vez), pillad una entrada para «Up in the air» y aprestaos a disfrutar de una de las mejores comedias de los últimos años.

 

Y pongamos una vela y hagamos rogatorias para que la vida de Jason Reitman (cuyo Twitter es de lo más entretenido:  http://twitter.com/JasonReitman ) sea larga y gozosa, permitiéndole seguir escribiendo y filmando como hasta ahora.

 

Jason, ¡no tardes en volver!
Jason, ¡no tardes en volver!

Valoración: Un 10, ¡qué demonios!

 

Lo mejor: La sensibilidad y el humor con que se toca un tema tan desagradable como el del paro y los despidos.

 

Lo peor: El tiempo de espera hasta lo nuevo de Reitman.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LA PERRA VIDA DE LOS AUTORES

Mientras estaba en la cena previa a la entrega del Premio CajaGRANADA de Novela Histórica, recibí un mensaje multimedia en mi BlackBerry.

 

Era de mi editor.

 

Y decía lo siguiente:

 

«Lens, o Fran y tú vendéis otro buen puñado de ejemplares de «Hasta donde el cine nos lleve» en los próximos días o me los llevo de oferta a la Marcha Verde y otros mercadillos de igual tronío».

 

Y me adjuntaba la foto con la oferta que, piensa, puede terminar de convertir a nuestro libro en un serio competidor de Dan Brown…

 ¡Que me los quitan de las manos, niñaaaaa!

Así las cosas, mis muy queridos amigos, ¿no os animáis a comprar vuestro ejemplar de «Hasta donde el cine nos lleve»?

 

Son sólo 19 eurillos de nada, gastos de envío incluidos…

 

Razón: AQUÍ.

 

Jesús Lens. Eternamente… ¡Yo-rando! (leer con tonillo de cancioncilla progre-testa cubana.)

EL CINE INVISIBLE

El pasado fin de semana, en pleno ataque de indignación, escribí la que debía ser la columna del viernes de IDEAL: «Quiero ser pirata».

 

Después pensé que, quizá, justo hoy viernes se estrenara, aunque fuera con dos semanas de retraso, la película que motivó la furibunda columna, por lo que decidí bloguearla (y buen pollo se armó, como podéis leer AQUÍ) y escribir otra columna, en el mismo sentido, pero algo diferente. Y aquí la tenéis…

 

Es un hecho: en apenas un mes, «Avatar» ya se ha convertido en la película más taquillera de la historia del cine, algo de lo que personalmente me alegro. Y mucho. En primer lugar, porque la película me encantó y disfruté como un enano acompañando a los protagonistas en sus aventuras por el planeta Pandora, como ya reseñamos AQUÍ. Pero, además, me encanta que un visionario como James Cameron haya tenido el mayor de los éxitos, después de haberse pasado catorce años desarrollando la tecnología que ha hecho posible una joya como «Avatar».

 

Hace unos meses escribíamos un reportaje en que saludábamos alborozados la llegada del 3-D a las salas de cine, una auténtica revolución que, efectivamente, se ha demostrado imparable. (Leer AQUÍ)

 

Con enorme alegría comprobamos que la mayor parte de los complejos cinematográficos de Granada y alrededores habían adaptado sus mejores salas para la exhibición en formato digital y, por supuesto, para acoger las imperiosas e impresionantes tres dimensiones.

 

Y, sin embargo, en el pecado llevamos la penitencia. Porque con tanta tecnificación, tanto avance, lujo y oropel, nos encontramos con que la cartelera muestra inequívocos signos de estrangulamiento, con una oferta paupérrima en la que los Avatares, la ardilla Alvin, el detective Holmes y cuatro subproductos hollywoodienses de tercera fila copan el 95% de las pantallas granadinas.

 

Así, dos semanas después de su estreno, una obra maestra como «La cinta blanca», galardonada con la Palma de Oro de Cannes, seleccionada para los Oscar y elegida como Mejor Película Europea del año, venerada de forma unánime por toda la crítica internacional, una película que está provocando debates históricos y sociológicos sobre el origen del fascismo en Alemania… todavía no ha sido estrenada en Granada, esa ciudad que, nunca nos cansaremos de repetirlo, presume de cultura, sensibilidad artística y tal y tal.  

 

Será que a los exhibidores no les interesa una película en blanco y negro que, además, es larga. O será que la productora ha hecho escasas copias de la misma y a Granada no le ha tocado ninguna. El caso es que en nuestra ciudad «La cinta blanca» ha sido invisible, como mínimo, durante sus dos primeras semanas de exhibición, hurtándonos una genialidad cinematográfica y la posibilidad de seguir y participar en los vivos debates que la misma ha suscitado. (Y, como ya dijimos en aquel lejano mayo, ardíamos por verla)

 

Así las cosas y sintiéndolo mucho, empiezo a convencerme de que las descargas a través de Internet son el futuro. El presente, más bien. Lo siento, pero me siento excluido. Y eso que vivo en una capital de provincia que… bueno. Que tal y tal. Lamentándolo mucho por la industria, por los puestos de trabajo, por la propiedad intelectual, por los derechos de imagen, etcétera, etcétera, voy a bajarme «La cinta blanca». Y «Amerrika».

Y cualquier película a cuyo visionado no tenga un acceso normalizado, sea por la desidia de los exhibidores locales, de las productoras o por el imperante monopolio yanqui que, entre todos, hemos permitido.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.        

UNA SIMPLE CUESTIÓN DE PELOTAS

Dicen que llamándose así y con ese aspecto, esta triunfante atleta de Sudáfrica era un hombre. Al menos, eso se sospechó.

 

¡Qué hechuras!
¡Qué hechuras!

Y, una vez abierta la veda de la duda, todo son sospechas.

 

Por ejemplo, María sospecha que esta nadadora puede tener algo que ocultar y que, de ser descubierto, acreditaría que eso que se publicó en grandes titulares en la prensa, acerca de los redaños que le echó en aquella prueba que le valió no sólo la medalla de oro sino también el récord del mundo, era algo más que un recurso poético y estilístico…

 "- ¡Qué huevos tiene!", le decían.

– «¡Qué huevos tiene!», decían los comentaristas.
-«¡Le ha echado un par de pelotas!», decían los aficionados…

Jesús Lens, instalado en la duda permanente.