CARLOS GIMÉNEZ

Fue en mi primera Semana Negra. Le conocí en la caseta de Negra y Criminal, de la mano de Paco Camarasa. Entonces no había leído nada de él y me intenté justificar diciendo algo así como que a mí me gustaban más los libros que los tebeos.

 

  • – Es que los tebeos son libros – me dijo Giménez, dejándome mudo de vergüenza.

 

Reparen es que he dicho que esta salida de pata de banco la perpetré en mi primera Semana Negra. Es decir, que todavía estaba por desbastar, pulir y educar. Entonces aún creía en categorías, etiquetas, géneros y diferentes gradaciones literarias.

 

Vamos, que era un idiota.

 

Gracias al magisterio del Jefe Taibo, Justo Vasco, Cristina Macía y el resto de la manada negra, vi la luz y, desde entonces, lo único que distingo es entre buena y mala literatura, teniendo en cuenta que la buena es la que a mí me gusta, me divierte y me apasiona mientras que la mala es la que me aburre, me hastía y me cansa.

 

Años después de aquel desdichado encuentro, me hice con una edición muy especial de la más conocida obra de Carlos Giménez: «Todo Paracuellos» que, con prólogo de Juan Marsé, fue editado por Random House Mondadori.

 

Paracuellos.

 

Un nombre con resonancias.

 

Recuerdo que Gonzalo, colega de mi amigo Briones y un adicto a los tebeos, hablaba maravillas del Paracuellos.

 

Y no es para menos.

 

Aunque debo confesar que, a mitad del tercer álbum, tuve que interrumpir su lectura. Porque, por las noches, los niños del Auxilio Social creados por Giménez se me aparecían en sueños. Y no es ninguna exageración o recurso literario. Lo juro. Me pasaba las noches viviendo las aventuras de esos chavalitos pelones, con orejas de soplillo, ojos soñadores, pecas en la cara, tirillas por piernas bajo sus pantalones cortos.

 

¡Qué duro, todo lo que cuenta Paracuellos! Los sueños rotos, las decepciones, las lágrimas, las frustraciones y la violencia de unas vidas muy difíciles, en la España de los años 50. Vidas cotidianas de unos niños para los que un tebeo del Cachorro o una pelota de fútbol hecha con trapos eran tesoros de valor incalculable.

 

Y, después, los mayores. Los adolescentes que, en los Hogares del Auxilio Social imponían una férrea dictadura y, por supuesto, los maestros tiránicos, que aplicaban algunos castigos a los niños que ni el más rebuscado de los torturadores…

 

Pero todo ello contado con una ternura y con una capacidad de empatía por parte de Carlos Giménez que, como antes dije, conseguía encastrar a sus diminutos personajes en mis sueños.

 

Hace unas semanas se ha constituido una Plataforma para que a Carlos Giménez le sea concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

 

Por supuesto, me sumo a dicha iniciativa.

 

Y os invito a todos a que, a través del mail encuentros@semananegra.org hagáis lo mismo. Los niños de Paracuellos bien que se lo merecen.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL HALCÓN MALTÉS, SARAJEVO, NEGRA Y CRIMINAL

Con la excusa de buscar las ediciones más raras que existan de «El halcón maltés» para regalárselas a Paco y Montse, los libreros negrocriminales, cuando viajo por esos mundos, disfruto enormemente rastreando las librerías de ciudades como Shanghai, Damasco, Beirut o Belgrado.

 

A veces no hay suerte y no consigo encontrar nada de Chandler o Hammett. En otras ocasiones, como ocurrió en Sarajevo, la fortuna nos sonríe y encontramos joyitas bibliográficas tan curiosa como ésta.

 

Saludos negrocriminales y buen fin de semana.  

¡A CORRER!

La columna de hoy viernes de IDEAL, bajo el influjo de los estragos de la Maratón de Sevilla.

 

En la salida de la XXV Maratón Popular de Sevilla, mirando a las pantallas gigantes del Estadio Olímpico, viendo cómo miles de personas dábamos los primeros pasos de la mítica prueba, me dio un subidón. Más, incluso, que al volver al estadio y cruzar la meta, tras sufrir y padecer los rigores de los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros.

 

Miles de personas tomando al asalto las calles de Sevilla para hacer algo tan aparentemente sencillo como correr. Y digo aparentemente sencillo porque esta semana nos hemos desayunado con los resultados de un informe según el cuál, aunque el 98% de los españoles piensan que el deporte es bueno, el 64% no practica ninguno.

 

Demoledor. Sólo dos de cada diez personas hacen deporte con frecuencia, estando a la cola europea, también, en cuanto a disciplina atlética. Y, lo que es peor, a los jóvenes no les gusta sudar la camiseta, por lo que el futuro se presenta poco halagüeño.

 

Lo hemos comentado, los amigos de Las Verdes, cuando vamos a las carreras del Circuito de Fondo de la Diputación granadina: los jóvenes, ni en pintura. Es increíble, pero cuesta encontrar a un veinteañero entre los cientos de corredores que toman la salida en las carreras de Alhama, Loja, Órgiva o Motril.

 

En detalles como éste se demuestra que a España le queda todavía mucho camino por recorrer ya que un país de dejados y perezosos no puede ser líder en nada serio.

 

Decía Albert Camus: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Y es que aún parece que la intelectualidad esté reñida con el deporte. De hecho, en las empresas, la práctica deportiva llega a estar bajo sospecha, como si fuera un robatiempos inútil, y en prácticamente ninguna se hace nada por alentar a los trabajadores a que lo practiquen.

 

En nuestra peña de baloncesto ha sido prácticamente imposible incorporar a ningún jugador en los últimos años que tuviera ganas de echar unas canastas… con el compromiso de ir todas las semanas. Y mira que se aprende a conocer a los compañeros, viendo sus evoluciones sobre la cancha. Por no hablar de la fraternidad que se genera en esos santificados Terceros Tiempos en que se comentan las jugadas y las carreras, se liman las asperezas surgidas en la pista, se hacen planes de futuro y se forjan amistades indestructibles.

 

Cuando los ministros y consejeros del ramo se conciencien de que la Educación Física no puede ser una maría en la formación de los alumnos, sino que ha de erigirse en piedra angular de la enseñanza de valores como el tesón, el esfuerzo, el espíritu de lucha, la capacidad de sacrificio y superación, el trabajo en equipo y la solidaridad con los compañeros; habremos caminado mucho hacia la consolidación de una sociedad realmente moderna y avanzada.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL LUCHADOR

Descansa.

Te lo has ganado.

Eres un guerrero.

 

Marisa Tomei a Mickey Rourke

en «The wrestler».

 

 

No dudo de que Sean Penn estará imponente como Harvey Milk. De hecho, el bueno de Sean es uno de los artistas que más respeto me merecen, como actor y como director, al tener una visión del cine con la que me identifico al 100%

 

Igualmente hubiera sido más que merecido el Oscar a Frank Langella por su extraordinaria recreación de Richard Nixon, tal y como escribimos en la reseña de «El desafío: Frost contra Nixon».

 

Pero no por ello podemos dejar de lamentarnos, y amargamente, de que el Oscar a la Mejor Interpretación Masculina de este año se le haya escapado a Mickey Rourke por su papel en «El luchador». Pocas veces han estado tan ligados un actor y un papel. De hecho, sin Rourke, «El luchador» sería otra película distinta. Totalmente.

 

Desde el principio, con esos excepcionales títulos de crédito en que se hace repaso, a través de los recortes de prensa, de la historia triunfal de Randy «The Ram» Robinson para terminar desembocando en una de las imágenes más cargadas de patetismo de la historia del cine: el envejecido luchador, sentado en una silla, medio de espaldas, absolutamente roto y derrotado, después de una infame pelea de lucha libre en un antro de la peor estofa.

 

Esos grasientos pelos rubios, esas cicatrices, los estragos del tiempo, los abusos, la violencia y la vida al límite, reflejados en el careto que sólo Mickey Rourke puede prestar a The Ram. La nariz destrozada, los pómulos masacrados, los ojos hundidos… una cara que es el espejo de un alma partida y destrozada por una vida insensata y absurda… en teoría.

 

Porque muy pronto seremos testigos de la otra dimensión de The Ram. Un tipo noble, respetado por sus compañeros más jóvenes, a los que alecciona y enseña algunos trucos. Duchado y arreglado, The Ram hace partícipe al espectador de la fraternidad que se genera entre esos gladiadores de pega que son los «actores» de lucha libre.

 

Todos sabemos que el wrestling es una pantomima, una representación teatral, una ópera bufa en que los actores van ataviados con las ropas más ridículas que imaginarse pueda, adoptando rimbombantes nombres supuestamente ingeniosos y mostrando comportamientos tan desaforados como sobreactuados en escena.

 

Un Grand Guiñol que, sin embargo, requiere una dedicación plena por parte de los actores que lo protagonizan. Por un lado, han de inflar sus cuerpos de esteroides y anabolizantes, para dar la hípermusculada imagen que el público espera de ellos. Por otra parte, en el ring, han de dar espectáculo. Y ello supone protagonizar un salvaje espectáculo bañado en sangre, sudor y lágrimas; todo lo que deja visibles y perdurables cicatrices en el cuerpo y el alma de unas personas que, vestidos de calle, son anónimos currantes, ciudadanos corrientes, con sus grandezas (pocas) y sus miserias (muchas más) a cuestas.

 

Y ésa es la dimensión que más interesa al director de la película, un Darren Aranofski del que, hasta ahora, no había visto nada de su polémica filmografía: la del juguete roto que, con su dignidad a cuestas, intenta recomponer su vida, retirado del ring. Una vida complicada y difícil que terminará por convertirse en el mejor y más doloroso ejemplo de la fábula del escorpión y la rana.

 

Una gran, gran película que se erige en auténtico monumento a la estética del fracaso como actitud vital.

 

Lo mejor: los actores y la factura formal, hiperrealista, de la película.

 

Lo peor: en algunos momentos, baja de ritmo y da demasiadas vueltas.

 

Valoración: 8          

ANTICIPO LIBLOGS

Aquél a quien los dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco
.

Eurípides. (480 a.c. -406 a.c.) Filósofo griego.  

 

La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.

 

 Heinrich Heine (1797-1856) Poeta alemán.